Bernardo Soares

Siempre rechacé que me comprendieran. Ser comprendido es prostituirse. Prefiero ser tomado en serio como lo que no soy, ignorado humanamente, con decencia y naturalidad.

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La experiencia de la vida nada enseña, del mismo modo que la historia de nada nos informa. La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto. Así la sensibilidad se amplía y se hace más profunda, porque en nosotros está todo; basta con que lo busquemos y con que lo sepamos buscar.

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El hecho es que creo ser el primero en dar en palabras el absurdo siniestro de esta sensación sin remedio.

Y la curo escribiéndola. Sí, no hay desolación, si es de veras profunda, mientras que no sea puro sentimiento, pero en ella participe la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Aun cuando la literatura no tuviera otra utilidad, tendría esta, aunque sea para unos pocos.

[…] Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar.

Libro del desasosiego

FR. 140, pp. 150-151

FÁRMACOS
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Conocerse es errar, y el oráculo que dijo «Conócete» propuso un trabajo mayor que los de Hércules y un enigma más oscuro que el de la Esfinge. Desconocerse conscientemente es el camino. Y desconocerse conscientemente constituye el uso activo de la ironía. No conozco cosa más grande ni más propia del hombre verdaderamente grande que el análisis paciente y expresivo de las maneras de desconocernos, el registro consciente de la inconsciencia de nuestras consciencias, la metafísica de las sombras autónomas, la poesía del crepúsculo de la desilusión.

Libro del desasosiego

FR. 149, pp. 160-161

FÁRMACOS
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Para mí, escribir equivale a despreciarme; pero no puedo dejar de escribir. Escribir es como una droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo. Hay venenos necesarios, y los hay sutilísimos, compuestos por ingredientes del alma, hierbas recogidas en los rincones de las ruinas de los sueños, amapolas negras encontradas junto a las sepulturas de los propósitos, hojas largas de árboles obscenos que agitan sus ramas en las orillas oídas de los ríos infernales del alma.

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Escribo arrullándome, como una madre loca a un hijo muerto.

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Crear dentro de mí un Estado con una política, con partidos y revoluciones, y ser yo todo eso, ser yo Dios en el panteísmo real de ese pueblo-yo, esencia y acción de sus cuerpos, de sus almas, de la tierra que pisan y de los actos que ejecutan. Ser todo, ser ellos y no ellos. ¡Ay de mí! Este es todavía uno de los sueños que no logro realizar.

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La inacción consuela de todo. No actuar nos lo da todo. Imaginar lo es todo, siempre que no tienda hacia la acción. Nadie puede ser rey del mundo sino en sueños. Y cada uno de nosotros, si de verdad se conoce a sí mismo, quiere ser rey del mundo.

No ser, pensando, es el trono. No querer, deseando, la corona. Tenemos aquello de lo que abdicamos porque lo conservamos soñando, intacto, eternamente a la luz del sol que no hay o de la luna que no puede haber.

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Soy un estratega sombrío que, habiendo perdido todas las batallas, traza ya, sobre el papel de sus planes, disfrutando con su esquema, los pormenores de su retirada fatal, en la víspera de cada nueva batalla.

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Soy, en buena medida, la misma prosa que escribo.

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vamos, es que prefiero la vida al mismo Dios que la creó. Así me la dio, así la viviré. Sueño porque sueño, pero no padezco el insulto propio de dar a los sueños otro valor que el de ser mi teatro íntimo, como no doy al vino, del que sin embargo no me privo, el nombre de alimento o de necesidad vital.

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Así como, lo sepamos o no, todos tenemos una metafísica, así también, lo queramos o no, todos tenemos una moral. Yo tengo una moral muy simple ―no hacer ni bien ni mal a nadie.

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Nunca amé a nadie. Lo más que he llegado a amar es a sensaciones mías

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Esta es mi moral, o mi metafísica, o yo. Transeúnte de todo ―hasta de mi propia alma―, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada ―centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído que siente orientado hacia la variedad del mundo. Con esto, no sé si soy feliz o infeliz; y tampoco importa.

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Al actuar junto a otros pierdo, al menos, una cosa ―el actuar solo.

Cuando me entrego, aunque parezca que me expando, me limito. Convivir es morir. Para , sólo mi autoconciencia es real; los otros son fenómenos inciertos en esa conciencia, a los que resultaría mórbido prestar una realidad muy verdadera.

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No subordinarse a nada ―ni a un hombre, ni a un amor, ni a una idea, tener aquella independencia lejana que consiste en no creer en la verdad, ni tampoco, caso de haberla, en la utilidad de su conocimiento― tal es el estado en que, me parece, debe transcurrir, para con ella misma, la vida íntima intelectual de los que no viven sin pensar. Pertenecer ―he ahí la banalidad. Credo, ideal, mujer o profesión ―todo significa la celda y las esposas. Ser es estar libre.

Libro del desasosiego

FR. 236, pp. 244-245

FÁRMACOS
AMOR
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Nos cansamos de todo, salvo de comprender, dijo el escoliasta. Comprendamos, comprendamos siempre, y luchemos por tejer astutamente coronas o guirnaldas que también habrán de marchitarse, flores espectrales de esa comprensión.

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Considerar todo cuanto nos sucede como accidentes o episodios de una novela, a la que asistimos no con la atención sino con la vida ―sólo con esta actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos.

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La vida práctica siempre me pareció el menos cómodo de los suicidios.

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Nunca encontré argumentos salvo para la inercia. Día a día se fue infiltrando más y más en la conciencia sombría de mi inercia de abdicador. Procurar modos de inercia, apostar en huir de todo esfuerzo por vivir, de toda responsabilidad social ―esculpí con esos materiales de — la estatua pensada de mi existencia.

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Creé para mí una orientación estética. Y orienté esta estética hacia lo puramente individual.

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Lentamente me acoracé contra el sentimiento del ridículo. Me enseñé a ser insensible ya fuera para los reclamos de los instintos ya para las solicitaciones

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Soy un ascético de la religión de mismo. Una taza de café, un cigarrillo y mis sueños sustituyen cumplidamente al universo y sus estrellas, al trabajo, al amor, incluso a la belleza y a la gloria. No tengo casi necesidad de estímulos. El opio lo tengo yo en el alma.

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No construyo teorías respecto a la vida. Si es buena o mala, no lo , no pienso en ello. A mis ojos es dura y triste, con sueños deliciosos intercalados. ¿Qué me importa lo que la vida sea para los otros?

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No querer comprender, no analizar… Verse como se ve la naturaleza; mirar sus impresiones como se mira un campo ―en eso consiste la sabiduría.

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