Westin Peachtree Plaza Hotel
28/XI/98, 23:45 h. Un mundo intrincado no tiene por qué ser divertido. El intrincado mundo del hispanismo, por ejemplo, es bastante tedioso. Y, aunque sería tentador explorar los sinuosos senderos que me han traído a esta ciudad por tercera vez, a este hotel en el que trabajabas tú, cuando tú ya ni vives ni trabajas aquí, me parece que lo que encontrara –el herrumbroso rótulo del hispanismo en la entrada del laberinto– sería poco alentador. Las causas de mis viajes anteriores eran más respetables.
La primera vez fue una luna de miel, y tuvo, recordarás, bifurcaciones muy amenas: fuimos a fiestas y funerales, y nos llevaste a Nueva Orleans, donde compartiste con nosotros una habitación lujosa que pagaba tu empresa. La segunda fue un proyecto ilusorio de alejarme y de empezar una novela, que debía de ser ambiciosa porque recuerdo que trataba de un demonio que fundaba una colonia de muertos en la costa mallorquina. Escribí tres cuartillas y luego tuve una abrasión de córnea que me dejó ciego una semana; y tú llegaste a darme la comida en la boca, a ansiar mis analgésicos, e imagino que hasta habrías escrito, de haber sabido un poquito más de español, las veinte cuartillas o así que me habrían dado la excusa perfecta para volver a casa con la sensación de haberme embarcado en algo de provecho. Ni me embarqué ni llegué a puerto. Cinco años después, la travesía la dirige y la financia el hispanismo, que ha decidido retibuir de esta forma dos libros de cuentos por fin publicados y una novela no escrita. Lo cual tiene al menos la ventaja de que es imposible que la idea de provecho se cuele entre sus motivos, ni, por tanto, la de decepción en sus consecuencias. Además, mañana te veré en Nueva York, y eso justifica todas las vueltas. No me extraña que ahora no estés aquí: si yo tenía que volver por alguna razón, tenía que ser por ti, y no por el hispanismo. Hay cierta lógica en esa incompatibilidad: el hispanismo parece abocarte a ciudades vacías, sin amigos; la amistad te lleva dulcemente a donde sea. He venido con otro escritor, al que no conocía, y me he dado cuenta de que le he servido de consuelo: para él era inconcebible haber estado no tres veces aquí, sino una sola. Está, creo, un poco menos inmunizado que yo, aunque él también ya empieza a no querer explicarse por qué hemos venido. Por qué nos han invitado, por qué hemos asistido a un interminable almuerzo a base de pollo, por qué hemos departido ante tal vez ocho profesores nativos que nos han preguntado por Camilo José Cela y Francisco Umbral, como si tuviéramos que saber quiénes son. Las cosas se han despejado un poco en la cena. Nuestro anfitrión, el hispanista senior, nos ha llevado a un sitio bien –Bring a jacket, me había advertido esta tarde su mujer– y ha tolerado amablemente nuestra inercia, en la que se reflejaba la suya. Con el vino, hasta la mujer ha mejorado, y al final el desinterés de todos por todos reinaba pacíficamente como un príncipe generoso en una diminuta corte alemana. Ahora, en la soledad de este cuarto inmenso, no me siento solo. Me han dado una habitación en la planta octava, y con la frente apoyada en la enorme cristalera, que está caliente y no se empaña con mi aliento, veo tan sólo una parte del downtown iluminado, cuyos secretos me parece ahora que, sin ti, no sabría descubrir. Pero, sabiendo que mañana nos veremos en una ciudad muy distinta, me entran ganas de salir a tomar copa a alguno de esos clubs que frecuentábamos y pienso que, en lugar de como un hispanista desorientado en una boscosa planicie norteamericana, me sentiré guiado y acompañado. ¿Existirá aún el Weekend? Voy a pedir un taxi. 29/XI/98, 00:06 h.
PROYECTO ARQUITECTÓNICO JOHN PORTMAN HOLDINGS
EMPRESA CONSTRUCTORA JA JONES
LOCALIZACIÓN 210 PEACHTREE STREET, ATLANTA, GEORGIA
DIMENSIONES HUELLA 5.261 M2 • SUPERFICIE TOTAL 102.193 M2 • PLANTAS 73 • ALTURA 220 M
CRONOLOGÍA PROYECTO 1974 • FINALIZACIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN 1976