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Arte, genio y locura

Cesare Lombroso
Traducción Inés Bértolo   /   Selección R. M.

El estudio de la relación entre arte, locura e inadaptación social tiene una historia no siempre honorable y compasiva. Uno de sus hitos fundamentales es la obra de Cesare Lombroso (Verona, 1835-Turín, 1909), padre de la criminología e inspirador de distintas corrientes intelectuales reaccionarias y antidemocráticas de principios del siglo XX. Lombroso fue pionero en el estudio de las derivas estéticas de la enfermedad mental. Muy en particular, realizó un importante esfuerzo por recopilar el arte producido en asilos y manicomios, lo que luego dio en llamarse art brut. A continuación, proponemos una antología fragmentaria del análisis lombrosiano de la tríada arte, genio y locura procedente de dos obras inéditas en castellano: Genio e follia (Brigola, Milán, 1872 y 1882) y L’uomo di genio in rapporto alla psichiatria, alla storia ed all’estetica (Bocca, Turín, 1894).

Historia de una afinidad

Tenemos la triste misión de desmenuzar con las tijeras del análisis los delicados y variopintos velos con los que se embellece y engaña el hombre en su presuntuosa poquedad. ¡Sin poder ofrecer a cambio de los ídolos más venerados, de los sueños más dulces, otra cosa que la helada sonrisa del cínico! ¡Tan irrevocable es la religión de la verdad! Del mismo modo, el fisiólogo no rehúsa reducir el amor a un juego de estambres y pistilos… y el pensamiento a un árido movimiento de las moléculas.

Incluso el genio, la única potencia humana ante la que uno puede inclinarse sin desdoro, fue confinado por no pocos psiquiatras junto al delito entre las formas teratológicas de la mente humana, entre las variedades de la locura. Esta profanación despiadada no es, sin embargo, obra únicamente de los médicos, o fruto del escepticismo de nuestra época. Aristóteles, el gran padre y cómplice, tal vez en demasía, de los filósofos, señala que, bajo los efectos de ataques de congestión cerebral, «muchos individuos se convierten en poetas, profetas y sibilas» (De Pronost. 1, 7). A menudo, subraya en otra parte, «se ha observado que los hombres que destacan en el canto, las artes o el gobierno son melancólicos y locos, como Áyax, o misántropos como Belerofonte. Incluso en épocas más recientes reconocemos esta naturaleza en Sócrates, Empédocles, Platón y muchos otros, aunque especialmente en los poetas. Aquellos cuya bilis era blanda y fría eran haraganes y necios, aquellos que la tenían caliente eran atrevidos, ingeniosos y elocuentes» (Problemata, XXX).

En Fedro Platón afirma: «el delirio es cualquier cosa menos un mal: es uno de los mayores dones de los dioses. Los delirios de las profetisas de Delfos y de Dodona han rendido mil servicios a los ciudadanos de Grecia, mientras que a sangre fría aportan pocos beneficios. Algunas veces ha ocurrido que, cuando los dioses afligían al pueblo con graves epidemias, un santo delirio se apoderaba de algún mortal, convirtiéndolo en profeta, permitiendo así que hallara un remedio a esos males. Hay otra clase de delirio, que es el inspirado por las Musas; cuando excita un alma simple y pura para que embellezca con los versos las gestas de los héroes, beneficia la instrucción de las futuras épocas».

Ciertamente, la observación de hechos análogos, interpretados erróneamente y reducidos, como suele hacer el vulgo, a fantasías, indujo a los pueblos antiguos a venerar a los locos como personas inspiradas por el cielo, de lo cual dan fe, a través de la historia, las palabras mania en griego, navi y mesugan en hebreo y nigrata en sánscrito, en las que el sentido de locura y de profecía se hallaba confundido y mezclado.

El concepto «científico» de degeneración

Algunos objetan «que el genio debe ser el súmmum del equilibrio y del desarrollo mental, que la genialidad indica superioridad, excelencia, hiperdesarrollo de los poderes humanos, que en el genio tiene lugar una especificación, a veces excesiva, de alguno de estos poderes humanos: que aquí la variación individual, en comparación con la media, no es siempre una anormalidad o una suspensión (como indicaría la doctrina de la degeneración), sino un grado más avanzado, por así decir, de humanización» (Morselli); y que, por lo tanto, debería concluirse lo contrario de lo que he intentado demostrar. Son las efusiones del sentido común. Quienes sostienen esto, no tienen en cuenta que esta clase de problemas no se pueden resolver a priori partiendo de alguna ingeniosa premisa, a la manera de los fisiólogos y de los metafísicos de antaño, sino a través del examen de los hechos [...].

La idea de la neurosis degenerativa como base del genio causa rechazo en primera instancia, en la medida en que une dos términos aparentemente opuestos: el apogeo de la grandeza humana y su mayor degradación. Sin embargo, la cosa cambia si se tiene en cuenta que el concepto de «degeneración» en el sentido en que lo emplean la psiquiatría y la zoología modernas es muy distinto de la idea cotidiana correspondiente.

Las investigaciones más recientes, en especial la teratología de Gegenbauer, indican que muchas regresiones se compensan con un gran desarrollo en otra dirección, e incluso están asociadas a un ennoblecimiento, a un aumento, por así decirlo, de grado: los reptiles tienen más costillas, más vértebras, los simios más músculos y un órgano (la cola) más que nosotros. Hemos perdido estas ventajas para ganar otras muchas.

Una vez admitido esto, el rechazo apriorístico a admitir la tesis de la degeneración, desaparece al instante. Así como los gigantes en estatura pagan su grandeza con la esterilidad y con una relativa debilidad intelectual y muscular, los gigantes del genio pagan por su potencia intelectual con la degeneración y la locura.

Neurosis y degeneración

Por mucho que la asimilación del genio y la neurosis resulte cruel y dolorosa, cuando se examina desde algunos puntos de vista que incluso los observadores más recientes han pasado por alto, demuestra tener sólidos fundamentos. De hecho, en los últimos años se ha abierto camino en el mundo de la psiquiatría una teoría que postula que buena parte de las afecciones psíquicas e incluso somáticas son efecto de la degeneración, esto es, de la acción de la herencia en los hijos de los bebedores, los sifilíticos, los locos, los sordos, los tísicos, etc. [...]

Los alienistas han señalado algunos caracteres que acompañan frecuente, aunque no constantemente, estas degeneraciones fatales. Moralmente, estos son: la apatía, la pérdida del sentido moral, una frecuente tendencia impulsiva o dubitativa, las desigualdades y desproporciones psíquicas por exceso de alguna facultad (memoria, gusto estético) y falta de otras (cálculo, por ejemplo), mutismo exagerado o verbosidad, vanidad demencial, la originalidad excesiva y la excesiva preocupación por la propia personalidad, la interpretación mística de los hechos más sencillos, el abuso de símbolos y palabras especiales que se convierten, a su vez, en el modo exclusivo de expresarse. Físicamente son: las orejas de soplillo, la barba rala, los dientes mal implantados, asimetrías del rostro y la cabeza (con frecuencia esta última de enorme o escaso volumen), la precocidad sexual, la pequeñez y las desproporciones del cuerpo, la zurdera, la tartamudez, el raquitismo, la tisis, la fecundidad excesiva neutralizada después por los abortos, o la completa esterilidad, precedida por anomalías siempre mayores en los hijos.

Rasgos físicos del genio y el loco

En primer lugar, es notable entre los genios la frecuencia de algunas características físicas degenerativas, enmascaradas únicamente por la vivacidad de los rasgos del rostro y, más aún, por el fuerte prestigio de la fama, que nos impide percibirlos y darles importancia. El más simple, que nuestros antepasados ya habían notado y se ha convertido en proverbial, es la pequeñez del cuerpo. Famosos por su pequeña estatura, además de por su genio, fueron Horacio (lepidissimum homunculum dicebat Augustus), Filopemen, Narsés, Alejandro (Magnus Alexander corpore parvus erat), Aristóteles, Platón, Epicuro, Crisipo, Laercio, Arquímedes, Diógenes, Balzac, Thiers, Louis Blanc, Epícteto (que solía decir: «¿Quién soy yo? Un hombre pequeño»); entre los más modernos Erasmo, Socino llamado el Ometto [Hombrecito], Linneo, Lipsio, Gibbon, Spinoza, Hay, Montaigne (que escribió: Je suis de taille au-dessous de la moyenne), Mézeray, Lalande, Beccaria, Von Does, llamado el Tamburo [Tambor] porque tenía la estatura de un tambor; así como Pietro de Laer, llamado el Bamboccio [niño rollizo], Lulli, Pompanazzo, Cujacio y, finalmente, Marsilio Ficino (de quien se dice: Vix ad lumbos viri stabat). Alberto Magno era tan bajo que cuando el Papa lo recibió, le ordenó levantarse creyendo que estaba de rodillas. Pope tenía que poner un cojín sobre la silla para sentarse a la mesa. […]

El derroche de fosfatos y, más aún, la ley de compensación de las fuerzas y la materia, que se aplica a todo ser vivo, explica otras anomalías frecuentes, como la canicie y la calvicie precoz y la flacidez del cuerpo, así como la escasa actividad genésica y muscular, que son propias de los alienados y que se observa con bastante frecuencia en los grandes pensadores. […]

Por otro lado, casi ningún genio tiene parecido ni con el padre ni con la madre (Foscolo, Miguel Ángel, Giotto, Haydn). Y esta es una de las características que se encuentran entre los degenerados. Por eso los genios se asemejan entre sí, aunque pertenezcan a épocas y razas diferentes: por ejemplo, Casti, Sterne y Voltaire o Julio César, Napoleón, y Giovanni de las Bandas Negras. En cambio, muchas veces se diferencian del tipo de su país con unos rasgos de una nobleza casi sobrehumana (altura de la frente, desarrollo notable de la nariz y la cabeza, gran vivacidad de la mirada), que es lo mismo que ocurre, en este caso con rasgos innobles, con el cretino, el criminal y, a menudo, el loco. Humboldt, Virchow, Bismarck, Helmotz, Holtzendorf no tienen una fisonomía alemana. Byron no tenía ni la fisonomía ni el carácter inglés. Manin no tenía una fisonomía veneciana, ni D’Azaglio ni Alfieri cara y carácter piamontés. Carducci no tiene una fisonomía italiana. Pero aquí hay muy notables y frecuentes excepciones: Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rafael, Cellini son de tipo italiano.

Rasgos morales de la genialidad y la locura

Otra característica que el genio tiene en común con la locura y más con la locura moral, es la precocidad. Comte y Pascal eran grandes pensadores con 13 años. Rafael era grande a los 14. Restif de la Brétonne había leído muchos libros con 4 años, seducido a chicas con 11, y a los 14 compuso un poema sobre sus doce primeras maîtresses. Eichorn, Mozart, Eybler, G. Crotsh daban conciertos a los 6 años. Bacon concebió el Novum Organum a los 15 años. […]

La coincidencia del genio con la locura y con las alteraciones cerebrales explica la gran inconsciencia, la instantaneidad y la intermitencia de sus creaciones, lo que indica una fuerte analogía con el acceso epiléptico y establece un corte neto respecto al talento. «El talento, dice Jurgen Meyer (Genie und Talent, 1875), se conoce a sí mismo; sabe cómo y por qué llega a una teoría; el genio, en cambio, ignora por qué y cómo ocurre. No hay nada más involuntario que la idea genial». [...] Los más importantes conceptos de los pensadores, preparados, por así decirlo, por las sensaciones recibidas y por un organismo exquisitamente sensible, estallan de golpe, o se desarrollan, como se diría ahora, por cerebración inconsciente (y esto explica la profunda convicción de los profetas, los santos y los demonios), al igual que los actos impulsivos de los locos. […]

También es muy frecuente en el genio un síntoma particular de la llamada locura moral y de la epilepsia: la falta casi completa de afectividad y de sentido moral. «El artista, en mi opinión, es una monstruosidad, algo fuera de la naturaleza; todas las desdichas con que le acucia la Providencia le vienen de la testarudez con que niega este axioma: por ello sufre y hace sufrir. Interroguen si no sobre ello a la mujeres que han amado a poetas y a los hombres que han amado a actrices» (Flaubert, Correspondances, 1889). Incluso se dice del genio, al igual que del loco, que nace y muere solitario, frío, insensible a los afectos de la familia y a las convenciones sociales.

Genio y psicosis

Estas características no son enteramente particulares de los genios alienados, sino que se encuentran, si bien mucho menos marcadas, en los genios menos peligrosos, de los que los alienados no son más que una exageración, una caricatura. El orgullo llevado hasta la inverosimilitud es característico de Napoleón, Hegel, Dante, Víctor Hugo, Balzac o Comte. [...] Tampoco son infrecuentes los exagerados abusos alcohólicos, los defectos y los excesos sexuales seguidos de la esterilidad, ni la tendencia al vagabundeo, ni los actos impulsivos violentos alternados o asociados con arrebatos convulsivos. Así, por ejemplo, Bismarck le decía a Beust: «¿Usted también siente deseos de romper algo por diversión?», y se ejercitaba a menudo golpeando troncos de árbol como un leñador.

Ni les es extraña esa invasión o, mejor dicho, posesión del sujeto que transforma la creación fantástica en una verdadera alucinación o una autosugestión. Flaubert escribió: «Las creaciones de mi fantasía me golpean, me persiguen, o mejor dicho, soy yo quien vive de ellas. Cuando describía cómo Madame Bovary moría envenenada, sentía el sabor del arsénico en la lengua; es más, yo mismo estaba envenenado hasta vomitar». Balzac informaba a sus amigos acerca de sus personajes como si estuvieran vivos. En cierta ocasión en que un amigo le estaba hablando de una hermana gravemente enferma, le interrumpió diciendo: «Volvamos a la realidad: mi personaje debe casarse». Y siguió hablando de sus criaturas de fantasía. [...]

También hallamos en los genios el uso de palabras especiales característico de los monomaníacos, y esas incertidumbres que conducen hasta un sentimiento de duda enloquecido. La única diferencia [con los alienados] se reduce, en el fondo, a una menor exageración de los síntomas, una menor separación de la doble personalidad, una menor frecuencia de la elección de temas demenciales (excepto Shakespeare, Goncourt y Daudet), y una menor frecuencia de la nota absurda que, sin embargo, no falta casi nunca, pues no hay nada más próximo a lo ridículo que lo sublime. [...]

Wiertz padecía una verdadera megalopsia; en sus frescos dibujaba grupos de gigantes cada vez mayores, por lo que hubo que elevar hasta la altura de una torre las paredes sobre las que pintaba; y también Berlioz, que hubiera necesitado para interpretar sus conciertos un verdadero ejército de músicos, incluido, según decía él mismo, un cañón. El análisis optométrico ha mostrado la frecuente irregularidad del campo visual en los genios, la estesiometría su embotamiento sensorial, el reloj de Hipp muestra un retraso en la ecuación personal, y el estudio grafológico, los caracteres demenciales de la escritura […].

La prueba más segura [de la relación entre genio y locura] nos la ofrecen precisamente los locos que no son genios y se convierten en genios por algún tiempo en los manicomios. Esto indica que en los menos predispuestos a la genialidad, la originalidad, la creatividad artística y estética sólo surgen gracias a la alienación. La prueba definitiva es el hecho singular de que el matoide, al contrario que el alienado, tiene toda la apariencia, sin la sustancia, del genio. En realidad, se nos muestran desintegrados y divididos los dos extremos del fenómeno. Los locos presentan la sustancia o la excitación genial sin la forma. El matoide, en cambio, tiene la apariencia del genio sin la sustancia. ¿Tan raro es que un tercer grupo, el genio, reúna ambos fenómenos?
En definitiva, podemos afirmar con seguridad que el genio es una verdadera psicosis degenerativa de la familia de las locuras morales, que puede formarse temporalmente en el seno de otras psicosis y asumir la forma de éstas, manteniendo también sus características especiales, que la distinguen de todas las demás.

El arte como patología

El propio arte puede producir y fomentar el desarrollo de las enfermedades mentales. Vasari habla de un tal Spinelli, pintor aretino que, cuando estudiaba cómo pintar la deformidad de Lucifer, éste se le apareció en un sueño y le reprendió por haberlo hecho tan feo. Esa imagen quedó grabada en el pintor durante años y estuvo a punto de morir. Verga relata otro caso de un pintor que se ejercitaba en el trazo de líneas serpentinas; poco a poco comenzó a soñar con ellas día y noche hasta que se convirtieron en verdaderas serpientes y llegó a intentar ahogarse a causa de las pesadillas que le producían estas imágenes (Verga, Lazzaretti, Milán, 1880).

En algunos casos ni siquiera influye la fantasía, sino una especie de automatismo, que cobra más fuerza cuando todas las demás actividades psíquicas van desapareciendo, como en los niños que emborronan más los dibujos que los adultos, siguiendo un verdadero movimiento automático.

Podría ser que el estudio de estas características del arte de los locos, más allá de manifestar una nueva faceta de estos misteriosos enfermos, beneficiase a la estética o, al menos, a la crítica de arte, permitiendo comprender que la predilección exagerada por los símbolos, los detalles lo más exactos posibles y la complejidad de las escrituras, la preponderancia exagerada de un cierto color (y todos sabemos cómo le va ahora a uno de nuestros pintores geniales que peca de esto, y mucho), la indecente lascivia y el propio exceso de originalidad forman parte de la patología del arte.

El arte de los locos

Una de las tendencias que caracteriza el arte de los locos es la mezcla de escritura y dibujo y, en el dibujo mismo, la riqueza de símbolos, de jeroglíficos. Todo el mundo recuerda las pinturas japonesas, indias y las antiguas pinturas murales egipcias, y esto se remonta, en parte, a las mismas causas: la necesidad de socorrer, de reforzar la palabra o el pincel, impotentes ambos para expresar, con toda la energía deseada, la irrupción o la persistencia de una idea. Esto último queda de manifiesto en un caso que se me presentó en el Monti: un dibujo arquitectónico, de buena factura y preciso, se había vuelto incomprensible por la multitud de epígrafes e inscripciones con los que había enmarañado sus bordes un afásico, demente desde los 15 años, que escribía las respuestas, a menudo en rima, que era incapaz de pronunciar en voz alta.

En algunos megalomaníacos ocurre esto por su costumbre de expresar sus ideas mediante un lenguaje diferente del humano, lo que en el fondo es atávico en un doble sentido. Este fue el caso del Señor del mundo, que Toselli y yo hemos comentado. Se trataba de un tal G. L., de 63 años, campesino, de porte recio, pómulos prominentes, amplia frente, mirada expresiva y penetrante, capacidad craneal 1544. Índice 82, temp. 37,6º. En el otoño de 1871, se volvió vagabundo, charlatán, detenía a las personas más importantes de la región en las plazas y lugares públicos, quejándose de haber sufrido ciertas injusticias, destruía las viñas, devastaba los campos y corría por las carreteras amenazando con terribles venganzas. Poco a poco se convirtió en el mismísimo Dios y rey del universo; y predicaba en la catedral de Alba sobre su alto destino; en el manicomio de Racconigi se mantenía tranquilo mientras tenía la certeza de que todos reconocían su alto poder; pero a la primera oposición, amenazaba, como Señor y personificación de los elementos, ora hermano, ora hijo, ora padre del sol, con devastar la tierra, destruir los imperios y hacerse un pedestal con las ruinas resultantes. […] Había aprendido a leer y escribir cuando era joven, pero ahora desdeñaba el uso de la escritura vulgar. A menudo escribía cartas cuyo destinatario cambiaba: el sol, la muerte, la autoridad civil o militar... Y siempre llevaba el bolsillo lleno con estos folios. Su escritura consistía, esencialmente, en grandes letras mayúsculas, con las que de tanto en tanto entremezclaba signos y figuras indicando los temas o las personas. Las palabras estaban la mayoría de las veces separadas por uno o dos gruesos puntos, y de cada palabra quitaba algunas letras, casi siempre las consonantes, sin respeto alguno por las normas del silabario.
Así, para decir: «El Señor Dios Sol, ingresado en el hospital de Racconigi, hace saber al prefecto del tribunal de Turín si quiere pagar las deudas de la muerte. Antes de morir acuda rápidamente al hospital de Racconigi», rellenaba un gran folio de esta manera:

Atavismos

La mezcla de letras, jeroglíficos y signos figurativos constituye una escritura interesante ya que recuerda el período fonoideográfico por el que pasaron los primeros pueblos (desde luego, los mexicanos y los chinos) antes de inventar la escritura alfabética, tal como lo atestiguan la palabra grafo (pintar o escribir) y la forma misma de las letras, que recuerda la de los astros y los planetas. […]

En otros cuadros, como en el que aquí reproducimos, además de la exageración de los detalles, se ve que la perspectiva falta completamente, mientras que el resto está bien claro, lo que muestra un fuerte sentido artístico en el autor. Se podría decir que se trata de un verdadero pintor, aunque educado en China o en el antiguo Egipto. Y esta especie de atavismo que aquí se vislumbra plenamente es explicable por el hecho de que a una cierta suspensión en el desarrollo de un órgano corresponden iguales productos.

[...] Un capitán francés, parisino, dibujaba figuras enjutas como los perfiles egipcios. Un monomaníaco sodomítico de Reggio realizó un bajorrelieve en color, en el que la enorme desproporción de los pies y las manos, y la pequeñez de la cara y la rigidez de la técnica, recuerdan totalmente a los bajorrelieves del siglo XIII. Otro genovés hacía también bajorrelieves sobre pipas y vasijas, completamente análogos a los de la época de la piedra pulida (Maragliano). El gusto por el detalle y el uso de jeroglíficos y símbolos son completamente atávicos, vienen del uso de los caldeos antiguos y los egipcios.

Música y locura

La habilidad musical, al igual o más que la pictórica, se ve bastante a menudo ofuscada en aquellos que, antes de enfermar, la cultivaron con demasiada pasión. Adriano observó que los maestros a los que había tratado la locura, perdían casi completamente su habilidad. Seguían pudiendo interpretar cualquier pieza musical, pero sin vida. Otros, dementes ya, repetían monótonamente algunas piezas, siempre las mismas y a veces solamente algunas frases. Vigna indica que Donizetti, en estado de demencia terminal, ya no percibía sus melodías predilectas; y sus últimas óperas desprenden ya esa influencia fatal, que los críticos han señalado también en la sinfonía de La novia de Messina de Schumann, compuesta durante sus accesos maníacos (Clément, Les musiciens célèbres, 1868).

Pero esto no contradice nuestro aserto, que la locura dota de nuevas cualidades artísticas a aquellos que no las tenían. Mostraría sólo que es impotente en quien ya las tenía, como hemos visto con los pintores de profesión que, quizás por su abuso, enloquecían. De hecho, Mason Cox, aunque comprobó que muchos virtuosos perdían sus habilidades junto con la razón, también observó que otros, en cambio, se volvían más diestros.

Es cierto, sin embargo, que la habilidad musical se manifiesta, casi espontáneamente, en muchos melancólicos, en algunos maníacos, y algunas veces en los dementes. Recuerdo un enfermo que había perdido el habla y, no obstante, tocaba continuamente, y a primera vista, piezas musicales dificilísimas; también a un melancólico matemático y muy inteligente, que improvisaba al piano arias dignas de un maestro sin saber música ni contrapunto.

Los criminales, Pamplona, Analecta, 2003

La escuela criminológica positivista, Pamplona, Analecta, 2003

Los fenómenos de hipnotismo y espiritismo, Barcelona, Boudet Cevagraf, 1993

Los anarquistas, Gijón, Júcar, 1977

CICLO PSICOSIS, CREATIVIDAD Y TERAPIA (SEMANA DE LA CIENCIA)


10.11.08 > 12.11.08

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