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Jorge Herralde: el subastador ideal de los fragmentos del alma

Vicente Molina Foix
Edición Minerva. Texto extraído del diálogo posterior a la entrega de la Medalla de Oro del CBA

Vicente Molina Foix, autor ilicitano, Premio Herralde 1988 con La quincena soviética, conoce bien a Jorge Herralde, con el que ha publicado en Anagrama media docena de títulos. Vicente Molina Foix nos cuenta su relación con el alma de Anagrama.

Siempre he pensado que uno de los méritos de Anagrama es su cosmopolitismo extremo. Ha publicado autores estonios, que no es fácil, a toda la gama de los franceses, a un finlandés de nombre impronunciable... y a dos ilicitanos –en alusión a Vicente Verdú y a él mismo–. Eso es un rasgo de cosmopolitismo, de curiosidad. Cuando hablamos de edición siempre me acuerdo de unos versos de Emily Dickinson: «La publicación es la subasta del alma humana». Es cierto, si uno no es tan puro como John Milton, que escribía sin pensar nunca en editar, el escritor, como el gusano que segrega su seda para que otros la comercialicen, considero que cuando escribe piensa en la publicación y en la venta de esa pequeña parcela de su alma que es un libro. Es muy importante quién subasta el libro, a qué mercado lo llevas, qué subastador va a ser aquel que «vocee» ese pequeño fragmento de tu alma. He tenido mucha suerte en ese sentido. No voy a decir –y Jorge lo sabe– que llegué a él en primer lugar, lo hice con un pasado borrascosoJorge Herralde explica: «Borrascoso y muy singular. Vicente consiguió la famosísima y polémica antología de Castellet, Nueve novísimos poetas españoles. La gente se mataba por salir. Se excluyeron poetas que jamás lo perdonaron. Y Vicente, sin ningún libro de poesía publicado, solo por la lectura de varios poemas suyos fue incluido. Es una hazaña realmente única». Nueve novísimos poetas españoles, de Josep María Castellet, se publicó en Barcelona en 1970 con una tirada inicial de 6.000 ejemplares que «volaron» en pocos días. En un interesante artículo de El Mundo, «Nueve novísimos» 30 años después, publicado el 6 de marzo de 2001, se comentaba que en las librerías de viejo se encontraban ejemplares por 40.000 pesetas..

Cuando era lector, no pensaba en subastar mi alma porque lo que escribía lo dejaba en la intimidad. Era muy lector porque no me gustaba el fútbol y gané mucho tiempo en la vida. Recuerdo los primeros libros que leí de editoriales en las que luego publiqué, que es una cosa muy emocionante. Jorge al principio no publicaba narrativa y yo no hacía ensayo, así que no llegué a Anagrama como un joven casadero, llegué talludito. Fui bien recibido, y Jorge se convirtió en el subastador ideal de esos fragmentos de mi alma, incluidos los ilegibles naturalmente, que uno va produciendo y que llegan a los demás a través de esa subasta pública del editor que con más o menos arte, generosidad, inteligencia o rutina, se dedica a hacer.

Jorge tiene la virtud de ser un editor que está al frente, es decir, no es un empleado de una gran firma, es el director, el fundador y el alma de la editorial, aunque Lali Gubern y otros colaboradores estén detrás. Una leyenda urbana dice que ha habido colaboradores que han desaparecido porque se decía que Herralde no podía tener sucesores, que era insustituible, porque si había algún delfín in spectrum era expulsado.

Cuando se publica en Anagrama, que es una editorial en la que todos quieren publicar, significa que hay una elección y eso te agrada porque Anagrama no está hecha solamente por la personalidad de Herralde sino por el grueso de los escritores que la forman. Luis Goytisolo, el primer escritor que conocí en mi vida, no pudo empezar su carrera en Anagrama porque no existía, y ahora está en la editorial con nosotros, que ya somos maduros, y con jóvenes como Marta Sanz, Luis G. Martín, Javier Montes y otros que han ido llegando. Hay un arco enorme, y eso es lo bueno.

Lo malo es que Herralde tiene que delegar. Creo que la mayoría de los libros, él los lee. Y a veces uno piensa que su lectura, su aceptación ya es una especie de juicio estético. Pero a mí no me importaría nada que el editor me sugiriera cosas porque con los años me he vuelto más modesto. Jorge lo ha hecho. A medida que el escritor avanza en su carrera gana en otras virtudes, se vuelve menos orgulloso, pero más inseguro. En el intermedio entre los editores a la americana, que hacen ellos el libro o te obligan a hacerlo, y un editor a ciegas, está Jorge Herralde, a quien sus autores, basándonos en el respeto ganado por él a lo largo de los años, no nos importa leer algunas directrices con esa letra manuscrita pequeña y picuda que tiene.