Tamaño de fuente grande
Tamaño de fuente normal
Tamaño de fuente pequeña
Anterior
Pequeña
Normal
Grande
Siguiente

Nueva pobreza y vulnerabilidad: la sociología crítica de Robert Castel

Luis Enrique Alonso
Jeanne Menjoulet, CC BY-ND 2.0

Luis Enrique Alonso es economista y catedrático de sociología en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus publicaciones recientes destacan La era del consumo (Siglo XXI, 2005), La crisis de la ciudadanía laboral (Anthopos, 2007) o Prácticas económicas y economía de las prácticas (La Catarata, 2009). En este texto, fruto de su intervención en el homenaje al sociólogo francés, Alonso analiza la categorización de la pobreza que debemos a Castel, no como estado de carencia sino como un proceso relacional vinculado a la erosión mercantil de las relaciones sociales y profundamente conectado con las formas en que nuestra sociedad genera ciudadanía y cohesión. 

Lo social queda reducido a un intercambio de numerosas 
interacciones entre individuos que evacúa todos los aspectos 
propiamente sociales y políticos de la vida. 
– Robert CastelIsidro López, «La metamorfosis de la Sociología crítica: entrevista con Robert Castel», en Minerva, 14, 2010.

1. Introducción

Robert Castel nos enseñó como nadie a ver que la pobreza no es un simple estado de escasez, sino una diferencia estigmatizante construida en el seno de una sociedad determinada como expresión de un déficit en la constitución de la ciudadanía. Además, su análisis contribuyó como ningún otro a esclarecer cómo la sociedad neoliberal ha fragmentado los sujetos sociales, individualizando hasta el desmigajamiento la cohesión social básica y, con ello, las bases de la participación distributiva. Así, la formación de los vínculos sociales se ha fraccionado y diversificado hasta quedar débilmente estructurada en torno a círculos, pseudocomunidades (virtuales o reales), grupos de interés, identidades particulares, tribus, estilos de vida o redes de relación. Lo que hoy resulta imposible es encontrar prácticas y discursos institucionales unificadores, como lo fueron el progreso, la reforma social, el Estado de bienestar o el derecho laboral, omnipresentes en la era de la modernidad social y la sociedad salarial, arrasados ahora por la individualización y la segmentación de la producción material y la construcción de las convenciones del sentido común.

La constitución del ciclo sociodisciplinario neoliberal se ha realizado como un proceso de reactivación y generalización del mercado y la competencia como entes absolutos (que dictan normas y definen la racionalidad misma). Asociado a esta remercantilización general existe también un proceso paralelo de institucionalización del riesgo y la inseguridad – y Robert Castel fue el primero en poner la gestión de riesgos en el centro del análisis socialRobert Castel, La gestión de riesgos. De la anti-psiquiatría al post-análisis, Barcelona, Anagrama, 1984.–, como regulador cognitivo de lo social en todos sus niveles (del mercado de trabajo a las operaciones financieras, de la política internacional a la amenaza del terrorismo, de las prácticas de ocio al consumo alimentario, de la idea de normalidad social a las percepciones de la pobreza, etc.). De esta manera, la diseminación y desformalización de las fuentes de riesgo e inseguridad ha alimentado un modelo de gestión privatizada e individualizada de las estrategias de defensa, y por ello nos enfrentamos a todo tipo de prácticas de ajuste personal a los ciclos de actividad mercantil. Del mismo modo, nos encontramos ante el refugio en posiciones neoconservadoras frente a la percepción construida del aumento de las amenazas y los peligros procedentes del exterior (terrorismo, delito internacional, inmigración incontrolada, etc.). Esta gestión biográfica –inestable por definición– de los horizontes de trabajo y de vida acaba produciendo todo tipo de fragmentaciones ofensivas y defensivas de la población (la individualización por arriba o por abajo, buscada o impuesta, positiva o negativa, por exceso o por defecto sugiere agudamente Robert Castel), desde la división básica que establecen los ciudadanos de pago respecto de los que no pueden pagar su propio derecho a la ciudadanía, hasta las múltiples maneras de adaptación defensiva en forma de comunitarismos degradados, localismos o reacciones xenofóbicas. 

2. La crisis de la ciudadanía social

Por lo tanto, en el actual ciclo de autocontrol mercantil, la ciudadanía se ha convertido más en un deber de normalidad económica que en un derecho al reconocimiento de la naturaleza pública de lo social. En este sentido, conocemos una rearticulación completa del Estado protector –benefactor y productor– hasta acercarse más a un Estado director o manager, que tiene como principal misión activar el mercado total o, dicho de otro modo, ajustar a los individuos a las nuevas disciplinas competitivas de todos los mercados en juego. El Estado ya no toma el papel de racionalizador y sostenedor de las riendas del mercado, sino que, aumentando sus contradicciones entre las funciones de legitimación y las de acumulación que debe cumplir –así como entre sus dimensiones económicas, políticas y sociales–, se pliega ante las lógicas mercantiles, reproduciéndolas, difundiéndolas y ampliándolas. Si bien, muchas veces tiene también que internalizar los costes sociales de la actividad mercantil nacional e internacional implementando políticas sociales, cada vez más asistenciales, focalizadas y parciales. La ambivalencia de la modernidad estalla así con efectos ideológicos fuertemente fragmentadores e individualizadores, a la vez que produce colectivos sociales en dispersión creciente: son los precarios y los nuevos pobres. La propiedad social sobre la que se había basado la ciudadanía laboral –es de nuevo un diagnóstico acertado de Robert Castel– ha sido destruida y diseminada a favor de la esfera mercantil.

Perdida ya la moral de los productores, el paradigma de la flexibilidad se extiende por todas las representaciones sociales del trabajo, de tal manera que para muchos sectores de la población el primer dibujo del vínculo laboral posible no es tanto ya el del trabajador flexible como el del parado flexible o el pobre flexible. Nos encontramos así con sujetos que vagan de unas prácticas a otras, condenados a una interinidad y a una rotación de empleos permanente, sin posibilidad de establecer ningún plan de futuro, obligados a vivir en el día a día: son los hijos de la desregulación, con modos de vida preocupantemente desestructurados. En esta jerarquía de ocupaciones, los grupos frágiles (ciertos jóvenes, inmigrantes, mujeres sin recursos) son relegados del fragmento secundario del mercado laboral a la vulnerabilidad absoluta y a la nueva pobreza, engrosando un ejército de reserva siempre disponible o prescindible ante las fluctuaciones de la demanda, sometidos a la temporalidad, a pseudotrabajos a tiempo parcial no elegidos, a la desprotección social: en suma, a la precariedad radical, donde cualquier dimensión moral del trabajo deja de tener sentido y es sustituida por una simple sumisión fatalista a los ciclos de negocios. 

3. Precariedad

La precariedad laboral se convierte así inmediatamente en precariedad social y, de ahí, el paso a la nueva pobreza es inmediato en un entorno social cada vez más fragmentado, defensivo y reactivo. La biografía productiva fordista era un continuo que discurría entre una incorporación relativamente temprana al trabajo corriente y una jubilación relativamente tardía de la vida activa, en una trayectoria levemente ascendente dentro de una misma empresa o con mínimos cambios entre categorías muy homogéneas. Hasta el propio concepto de parado en ese ciclo fordista se explicaba por oposición a la pobreza tradicional: la emergencia de la categoría, incluso estadística, de parado se construía como una categoría formal que recogía a los asalariados que, coyunturalmente, se encontraban privados de empleo. Categoría que, en ningún caso, se podía confundir con la indigencia de la que se encargarían las oficinas de ayuda social a excluidos. El trabajo (y hasta la falta de trabajo) se separaba, definitivamente, de la pobreza, que quedaba recogida en el circuito de la ayuda asistencial. 

El panorama postfordista es muy diferente: conocemos así el esplendor del trabajo inestable, difuso y sin derechos, con cambios permanentes de ocupación y utilizaciones ambiguas o directamente atípicas de las disposiciones normativas y contractuales (becarios, autónomos, parados subsidiados, jubilados, etc.), todo ello circunscribiendo un mercado «balcanizado», institucionalmente desorganizado y generador de riesgos sociales permanentes (desempleo, exclusión social, «desafiliación» o nueva pobreza como pérdida de las relaciones estables con la sociedad), en el que el individuo capaz debe saber internalizar y gestionar, por sí mismo, su disponibilidad y adaptabilidad a las exigencias del nuevo y cambiante mundo del trabajo.

La sistematización más interesante de esta situación la realizó el propio Robert CastelSiempre será necesario recordar la obra cumbre de su etapa dedicada al trabajo y la relación salarial: Robert Castel, La metamorfosis de la cuestión social, Buenos Aires, Paidós, 1997, sin olvidar obras más recientes, pero igual de penetrantes como El ascenso de las incertidumbres: Trabajo, protecciones, estatuto del individuo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010 y su clarividente aportación: «De la protection sociale comme droit» en R. Castel, y N. Duvoux, L’avenir de la solidarité, París, PUF, 2013. partiendo de la hipótesis de un doble eje de integración por el trabajo –empleo estable, empleo precario, expulsión del empleo– y la densidad de la inscripción relacional en redes familiares y de sociabilidad –inserción relacional fuerte, fragilidad relacional, aislamiento social–; estas conexiones cualifican zonas diferentes de densidad conjunta de las relaciones sociales, zonas de integración, zonas de vulnerabilidad y zonas de desafiliación. Evidentemente no hay correlación mecánica entre los dos ejes –eje laboral, eje relacional– y la pérdida de posiciones en uno no implica que no se pueda mantener la estabilidad social para ciertos individuos si en el otro eje se da una situación sólida y solvente. 

Por tanto, según Castel, el tema de la nueva pobreza es global e institucional: la flexibilización y precarización del trabajo están privatizando y separando cada vez más estos dos ejes, haciendo aumentar las distancias entre las zonas de integración y las zonas de vulnerabilidad –riesgo de pérdida de ingresos laborales y de reconocimiento social por la temporalidad en la ocupación, por la rotación y volatilidad en el empleo, etc.– y la desafiliación –desintegración severa, pérdida total de autonomía, exclusión, mendicidad, etc.–. Es decir, para Castel, el mecanismo de la flexibilidad laboral combinado con el de la desformalización, desjuridificación y desinstitucionalización de todas las relaciones sociales –y especialmente las laborales–, está creando las condiciones para una sociedad exclusógena, donde a la vez que aumenta cualitativamente el poder y la comodidad del grupo integrado, aumenta cuantitativamente el tamaño y las dificultades de las zonas vulnerabilizadas y desafiliadas. Por ello Castel concluye que la verdadera lucha contra la pobreza no consiste, o al menos no únicamente, en tratar de insertar a los excluidos, sino en luchar por una transformación y consolidación de las condiciones de trabajo y de vida. En efecto, mirar solo a los márgenes en los temas de cohesión social impide muchas veces ver que los procesos se generan en el centro mismo.

4. Conclusión: la pobreza de las relaciones sociales

Es por esto que las políticas sociales que han desarrollado los Estados de orientación neoliberal han generado el concepto de exclusión social como un proceso de segregación estructural del capital social, donde la ciudadanía como valor colectivo queda fragmentada, segmentada y clasificada hasta aislar a amplios sectores de la población en categorías socioadministrativas incapaces de generar estrategias políticas por sí mismas. Tanto los trabajos clásicos de Norbert Elias sobre la exclusión socialNorbert Elias y John L. Scotson, Logiques de l’exclusion, París, Fayard, 1997, realizados a finales de los años cincuenta del pasado siglo, como los más recientes dirigidos por Pierre Bourdieu o Loïc WacquantVéase del maestro Pierre Bourdieu la gigantesca investigación realizada bajo su dirección, La miseria del mundo, Madrid, Akal, 1999, y de su discípulo, hoy ya gran clásico también de las ciencias sociales contemporáneas, Loïc Wacquant, Castigar a los pobres, Barcelona, Gedisa, 2010. –todos ellos en la misma perspectiva de crítica a la doxa sociológica de Castel–, nos remiten a la exclusión y la pobreza no como una carencia sino como una distancia social y un proceso de oposición entre los establecidos y los outsiders. Así, cuando la cohesión interna de los establecidos aumenta, cuando se cierran y alejan en distancia de los outsiders, estos se desvinculan más y pierden contacto con las redes de interdependencia. Si, políticamente, los mecanismos de generación de cohesión de los establecidos cierran la posibilidad de incrustarse en las redes de interdependencia social a los outsiders, las intervenciones públicas del tipo «gestión de la pobreza» o «nueva beneficencia», solo generan más exclusión y estigmatización. 

La pobreza –lo sabemos desde hace más de un siglo gracias al gran clásico de la sociología George SimmelAfortunadamente, disponemos de una traducción al castellano reciente de su clásico texto: El pobre, Madrid, Séquitur, 2011.– es hoy menos que nunca un estado fijo, estático, cuantitativo y absoluto; es un proceso dinámico, difuso, cualitativo y relacional (características que se refuerzan con este fenómeno que llamamos nueva pobreza), un proceso que se relaciona directamente con la forma misma en que conformamos nuestro estatuto ciudadano y, por eso, con la forma en que se construyen los mercados e intervienen los Estados. Las políticas contra la pobreza que no se plantean la raíz estructural de la misma y solo la gestionan como un problema molesto y marginal se limitan a producir estigmatización y separación social. La forma en que se produce y gestiona la pobreza es la forma misma en que se produce y gestiona toda la ciudadanía: este es el saber que nos ha legado el impresionante trabajo de Robert Castel y que no nos podemos permitir el lujo de olvidar.