Arquitectura reciente: ampliación del campo de batalla
Coloquio Gausa • Tuñón
Fotografía Paola Bragado
De todos es sabido que la arquitectura española atraviesa un momento dulce. Lo que muchas veces no se cuenta es que, tras las vistosas imágenes de las obras más representativas, reposan años de febril trabajo de toda una generación que supo romper con las inercias heredadas conservando los valores del oficio, abriendo el campo de la disciplina arquitectónica y llenando el vacío teórico con el que se encontraron. El curso Topografía-geografía, dirigido por Dominique Perrault, reunió en el CBA a dos grandes arquitectos de esta generación: Manuel Gausa, cofundador de la editorial Actar y ex director de la revista Quaderns d’arquitectura i urbanisme, y Emilio Tuñón, de Mansilla+Tuñón Arquitectos, responsables del aclamado edificio del MUSAC en León y de la revista Circo.
TOPOGRAFÍA Y GEOGRAFÍA
EMILIO TUÑÓN
En los últimos años –en parte gracias a tu labor, Manuel, desde la revista Quaderns y la editorial Actar– se ha producido una profunda revisión de la forma de abordar la arquitectura. Por supuesto, como decía Richard Rorty, el conocimiento se construye siempre a partir de la redefinición de lenguajes anteriores. Así, la topografía siempre ha sido objeto de la arquitectura, lo mismo que la geografía, pero desde el momento en que desligamos estos términos de lo natural y su descripción y los aplicamos a la arquitectura, a lo artificial, adquieren connotaciones novedosas. Los tiempos en los que se oponía ciudad y naturaleza, hombre y animal, han quedado atrás. La ciudad es el hábitat del hombre, y objeto, por tanto, de la ecología, que se ve obligada a ocuparse de las ideas de agrupación y densidad propias de este entorno, una densidad que es ecológica, pese a los argumentos ingenuos que tratan de denigrarla desde un entendimiento defectuoso de lo que es la ecología. Así, términos como «topografía», «geografía» o «ecología», sin ser novedosos, una vez reformulados y aplicados a la arquitectura, nos ayudan a entender y redefinir nuestra realidad de otro modo.
MANUEL GAUSA
Son cuestiones que nos interesaron mucho en Quaderns, en la misma época en que vosotros empezabais a publicar Circo, y Federico Soriano y Pepe Ballesteros Fisuras. Fue un momento de exploración muy intenso: nuestra generación advertía que se enfrentaba a una etapa de cambio, y nuestro mayor foco de interés fue la transformación de la arquitectura y su relación con la ciudad, convertida de repente en un entorno más complejo y dinámico. Necesitábamos entender de otro modo esa relación con una ciudad múltiple: ciudad tejido, ciudad industria, ciudad construida, ciudad monumental, ciudad paisaje… El paisaje
fue una de las claves más fructíferas de esta investigación; reivindicamos su condición natural y artificial a un tiempo, tan susceptible de manipulación como la ciudad misma. Entender el paisaje como arquitectura o artificio revelaba aspectos inadvertidos. Esta conexión entre disciplinas, campos y categorías que habían estado aislados producía situaciones inéditas.
Hace tiempo organizamos desde el grupo Metápolis una exposición titulada «Arquitectura es ahora geografía». La frase no era nuestra, sino de Fernando Porras. En un momento en el que se precisaban nuevos eslóganes –«En la ciudad, una nueva naturaleza»–, lo que queríamos dar a entender es que ese encuentro entre arquitectura y naturaleza abría una nueva vía de investigación muy fértil. Conceptos como «injertos», «hibridaciones» o «cultivos» resultaban muy estimulantes y operativos. Algunos términos que han aparecido en esta misma estela –«topografías interactivas», «paisajes operativos» o «natuficios», término bellísimo de Eduardo Arroyo–, han suscitado en los últimos años nuevos paradigmas como la fusión entre suelo y cubierta, la concepción del edificio como topografía topológica o la proliferación de geometrías más orgánicas y fluidas. Eran exploraciones propias de una generación –generación de ideas, más que de edad– que, como es obligado, reaccionaba frente a la anterior, aunque también reconocía críticamente su herencia.
Del Movimiento Moderno (MM) habíamos heredado una lectura de la ciudad fatigada y melancólica, podríamos decir post-rossiana, basada en análisis tipológicos, morfológicos y funcionales: necesitábamos urgentemente herramientas más operativas. El camino marcado empezaba a resultar estéril. Dudo que el MM –al margen de algunas operaciones aisladas de Niemeyer, Scharoun o el Team 10– hubiera podido alumbrar la fuerza hibridadora de esos nuevos especímenes que engendraba la unión de paisaje, arquitectura e información; su visión era demasiado purista, demasiado racional, y tan determinista que podía resultar rígida o incluso autista ante las condiciones del medio. Pienso que fue la revolución en los modelos de gestión de información la que demandó y propició estas transformaciones, la proliferación de redes que han estrechado tanto el territorio como para cuestionar la vigencia de su significado tradicional.
EMILIO TUÑÓN
Sí, vivimos una constante desterritorialización en un mundo cada vez más pequeño y la arquitectura no podía permanecer ajena a este hecho. A mí esta situación, más que un sentimiento de nomadismo, me provoca una sensación de movimiento constante que, inevitablemente, nos acerca a los situacionistas y sus derivas, a su manera de entender la ciudad como un lugar de tránsito continuo cuya noción global se construye como una colección de flashes aislados. Podría decirse que hoy es el mundo entero el que puede entenderse como una ciudad situacionista. Seguir comprendiendo las cosas como unidades aisladas es hoy impensable, y esta transformación ya la había advertido nuestra generación, educada no en el postmodernismo, pero sí en un rossianismo que valoraba la importancia del fragmento como pieza capaz de recomponer de una u otra manera la ciudad, generando mil lecturas diversas.
MANUEL GAUSA
Por fin en estos últimos años parece haberse aceptado la dimensión dinámica del territorio, contemplable como un sistema de capas y redes en interacción. Las nociones asociadas a la identidad territorial, con su cultura propia y su manera particular de ejercer un oficio, tan queridas por el mundo de la arquitectura de los ochenta –pensemos en las escuelas de Barcelona, Ticino, Oporto…– han empezado a carecer de sentido. En los años noventa nos encontramos de repente con que nos identificábamos mucho más con la investigación arquitectónica que se desarrollaba en otros lugares que con lo que hacían los colegas más próximos en el espacio. Se mantenía la capacidad de generar señas de identidad diferenciales, pero en conjunto se advertía un nuevo marco de red que emergía desde muy diferentes focos. La noción de escuela adscrita a ciertas coordenadas geográficas se diluía en favor de un nuevo sistema basado en escenarios de interconexión que propiciaban complicidades intensas. Las metodologías de proyecto podían ser muy diferentes, pero los intereses eran claramente afines. En definitiva, este inicio de siglo ha sido un momento de gran dinamismo cultural, de fructíferas contraposiciones que dejaban atrás los corporativismos locales. La idea de deslocalización del territorio, tantas veces anticipada, es hoy una realidad muy palpable.
DEL OFICIO A LA INVESTIGACION
EMILIO TUÑÓN
Los noventa fueron una época preciosa por lo que toca al debate teórico. Nuestra generación se topó con una especie de barrera generacional, propiciada por la consolidación de la posición social que había alcanzado el arquitecto. En Madrid, el individualismo imperante permitió disolver ese tapón con más facilidad que en Barcelona, donde era extraordinariamente sólido. Nuestra generación comprendió muy pronto la importancia de la reflexión basada no sólo en la profesión misma, sino también en la crítica, las publicaciones, la docencia y los concursos. Esto nos hizo disciplinarnos y dedicarnos con intensidad a la docencia, a lanzar nuestras revistas y a emprender tantas actividades como podíamos.
MANUEL GAUSA
En Barcelona, especialmente, es lo que nos correspondía como generación: cuestionar las inercias de las décadas anteriores. La generación a la que se denominó «olímpica» tenía excelentes profesionales, pero seguían aferrados a una idea muy limitadora del «oficio»: la profesión casi como labor artesanal, transmitida de padres a hijos, y cargada de sabiduría práctica adquirida a través de la experiencia. Eran herramientas valiosas que, afortunadamente, supieron transmitir, pero la visión practicista podía sobre la prospectiva. Con nuestra afición al eslogan nosotros proclamamos: «¡El oficio debe dejar paso a la investigación!». Y nos volvimos investigadores; los estudiantes ya no eran discípulos, sino compañeros de experimentación; nuestros estudios y nuestras aulas se convirtieron en laboratorios; no formulamos respuestas, sino preguntas, porque con cada pregunta bien planteada se construye una apuesta de futuro.
Ya no podíamos seguir contemplando la ciudad según el modelo del urbanismo de los ochenta, ajeno a la explosión urbana que había comenzado. Asistimos atónitos al comienzo de este fenómeno de panurbanización, y en ese marco surgieron nuestras inquietudes. Nos correspondía mantener los valores heredados del oficio al tiempo que cuestionábamos el modelo recibido y abríamos el campo a la investigación y a otros procedimientos proyectuales. Recuerdo que nos fascinaba el Instituto Berlage de Rótterdam, impulsado por Herman Hertzberger y otros arquitectos holandeses, pero a diferencia de Holanda, donde la administración apoyaba aquellos proyectos, aquí la cosa no cuajó hasta mucho más tarde: aunque se nos dispensó una gran acogida social y cultural –el mundo del arte parecía muy receptivo a nuestras actividades–, en el plano institucional no encontramos respuestas claras.
Nuestra generación tuvo que ingeniar otros mecanismos utilizando como medio la enseñanza, ya fuera la oficial –en vuestro caso– o las aventuras docentes alternativas que tuvimos que emprender en Barcelona. Fue difícil romper las inercias, pero lo conseguimos y ahora por fin se empieza a ver la investigación interdisciplinar como algo necesario. Recuerdo que en mi tesis doctoral tuve que hacer un gran esfuerzo para justificar la incorporación de otras disciplinas como la topografía, la geografía o la arqueología. Hoy, en cambio, las geometrías complejas o los sistemas basados en procesos evolutivos son cuestiones que no precisan justificación y constituyen por derecho propio objeto de estudio para los arquitectos. Es una gran conquista para los profesionales jóvenes: ya no es necesario justificar ciertas derivas que a nosotros nos costaron sudor y lágrimas; si quieres hacer un edificio montaña, a por él. Todo es más espontáneo y desprejuiciado, afortunadamente.
Hay quien vivió estas transformaciones con la conciencia de protagonizar una revolución, pero yo siempre he contemplado este momento de nuestra actividad como una transición: no reniego de mi formación en la Escuela de Barcelona, con Viaplana, Piñón, Bohigas, Elies Torres, Llinás o Bach i Mora, pero sé también que hacía falta un cambio, y creo que conseguimos impulsarlo.
LA ESCUELA
EMILIO TUÑÓN
En cualquier caso, no creo que las instituciones, ni en concreto la universidad, deban ser el único foco desde el que establecer vínculos o desde el que investigar. En nuestro caso, en Madrid, fue una cuestión coyuntural: nos encontramos con que la universidad nos abrió las puertas; cualquier persona con interés en experimentar podía establecer una línea de investigación en la Escuela de Madrid. Los medios eran escasos, pero teníamos la libertad para crear nuestra propia infraestructura de estudio y enseñanza, para invitar a colaboradores de distintos ámbitos y disciplinas… Y la aprovechamos, generando todo tipo de redes.
MANUEL GAUSA
Estoy de acuerdo en que la universidad no debe ser el único ámbito de investigación. Trabajar con artistas, con científicos, industriales o empresarios es la mejor manera de investigar. Hay que sacar a la arquitectura de su ensimismada autonomía y abrirla a otros campos, como también deben abrirse las demás disciplinas. Sin embargo, recuerdo que Federico Soriano y tú me insistíais en la necesidad de estar en las escuelas de arquitectura. En Barcelona, puede que en parte por arrogancia nuestra, pero también por falta de flexibilidad de la propia Escuela, no nos quedó más remedio que inventarnos nuevos formatos docentes, al margen de la enseñanza oficial. Y aunque la aventura tuvo gran mérito, también puede verse como un pequeño fracaso de nuestra escena cultural, porque, aunque conseguimos una importante audiencia y prestigio internacional, no logramos conectar con la comunidad académica de Barcelona, ni ejercer un verdadero liderazgo ideológico en las jóvenes generaciones locales.
EMILIO TUÑÓN
En cualquier caso, el espíritu progresista y de investigación que hemos seguido defendiendo desde Madrid, Barcelona y otros lugares consiguió cuajar por fin y ahora es cuando se recogen los frutos de lo que sembramos. Sin duda, el que la Escuela de Madrid acogiera generosamente a muchos investigadores con auténtica vocación y ganas de trabajar ha dado como resultado un soporte de experimentación amplísimo y muy potente.
MANUEL GAUSA
Sí, la mayor recompensa es ver la gran calidad de los nuevos profesionales que están surgiendo, sobre todo en Madrid. Recuerdo que Ignacio Vicens o Alberto Campo Baeza manifestaban su satisfacción por pertenecer a una escuela que favorecía las diferencias y no dejaba escapar sus talentos. En Barcelona se prefirió un grupo compacto y bien cohesionado, propio de otros momentos más domésticos de la cultura local; la idea de discutir o polemizar sonaba agresiva. El resultado fue la transmisión de una única visión muy sesgada de la arquitectura, en perjuicio de una formación más abierta y de un auténtico debate. Así es como hemos ido perdiendo presencia en la escena internacional, mientras que la diversidad y la apuesta por la investigación de Madrid ha propiciado un ambiente de heterodoxia que la ha llevado a estar entre las mejores escuelas del mundo.
LAS PUBLICACIONES
MANUEL GAUSA
En los noventa nos dedicamos a la actividad teórica con gran intensidad. Recuerdo que a mí me interesaba muchísimo lo que estabais haciendo en Madrid: siempre me maravillaba descubrir vuestros hallazgos, y abría impaciente cada número de Fisuras, Arquitectura de Madrid o Circo. Aquella actividad editorial jugó un papel muy importante en la ruptura de barreras de nuestra generación. No había un diálogo propiamente dicho, sino una especie de debate abierto, con diferencias de forma considerables, en torno a una infinidad de inquietudes en las que coincidíamos. Todos seguíamos líneas de investigación similares, incluso complementarias, y era un placer descubrir estas sinergias. Holanda hacía las cosas, se discutían en Francia y se publicaban en España. Mirando hacia atrás con cierta objetividad, creo que fue nuestra generación la que asumió el reto de intentar subsanar la carencia de pensamiento y teoría que lastraba el ámbito europeo de las revistas especializadas. No bastaba con seguir la estela de publicaciones antaño valiosas como Architecture d’ajourd’hui, Domus o Casabella, convertidas en meros soportes de crónicas de actualidad y glamour. Era urgente generar nuevas lecturas de una realidad cambiante, identificar y nombrar conceptos llamados a fomentar el debate, a articular un nuevo lenguaje que no sólo se nutría ya de la arquitectura, sino también de otros campos.
EMILIO TUÑÓN
Y como resultado de estas iniciativas editoriales y de vuestra original aventura docente –Metápolis, Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAC)– han surgido nuevas fórmulas que ahora Madrid está importando de Barcelona. Desde los centros de creación de gestión ligera que están proliferando y que organizan una gran variedad de actividades, hasta televisiones de arquitectura por Internet, estudios reconvertidos en laboratorios de todo tipo, y todo ello en paralelo al auge de blogs y otras formas de comunicación basadas en la red. Es sorprendente cómo ahora con tan pocos medios se pueden organizar actividades interesantísimas, constituir nuevos foros y alcanzar una repercusión mucho mayor que la que habían tenido las revistas, que empiezan a parecer un formato obsoleto y pesado.
MANUEL GAUSA
Esa intuición ya la tuvisteis vosotros con Circo: en un panorama dominado por publicaciones lujosísimas, vosotros creasteis una especie de panfleto alternativo por su formato, distribución y contenidos que resultó muy eficaz; se propagaba casi como un virus. Todos buscábamos formatos inéditos. Fisuras, por ejemplo, adoptó un formato más próximo al libro de bolsillo y jugó también un papel muy importante. Aún no había blogs, pero la idea benjaminiana de infiltrarse en el sistema ya estaba en el aire. Todo esto tiene mucho que ver con las redes que fuimos creando entre todos.
Desde luego, creo en la importancia pionera de personajes como José Luis Mateo, Eduard Bru, José M. Torres o Enric Miralles en España, o de figuras como Nouvel, Perrault, Herzog, Koolhaas o Ito en el plano internacional, que abrieron el camino e impulsaron la ruptura con la melancolía revisionista postmoderna. Sin embargo, no consiguieron deshacerse de cierta aureola individualista y elitista. Nosotros, en cambio, pasamos las autorías personales a un segundo plano en favor de las redes y tratamos de emprender una aventura colectiva. Pero aunque hubo muchos puntos en común, nunca se concretó la idea de un movimiento colectivo, tal vez porque ya no es tiempo de dogmas, sino de manifiestos individuales y mensajes compartidos simultáneamente; independientes pero interconectados.
GESTION DE LA CULTURA Y LA CIUDAD
MANUEL GAUSA
El reconocimiento internacional de la arquitectura española –estoy pensando en las ediciones recientes de la Bienal de Venecia o en la exposición del MoMA– es una buena noticia, aunque yo siempre he sido muy crítico con el coleccionismo de nombres, y lamento que estas exposiciones lo hayan fomentado. Lo interesante –y más en arquitectura– es encontrar vínculos. En este sentido, la exposición del MoMA era inconexa y deslavazada: no explicaba relaciones, tendencias ni divergencias. El culto a las firmas y los nombres es un fenómeno global que afecta a todas las ciudades, pero Madrid y Barcelona han mostrado actitudes diferentes. Madrid guarda un difícil equilibrio: por un lado ha exhibido explícitamente su potencia con la importación de firmas y franquicias de lujo, pero también ha impulsado –aunque tímidamente, de momento– algunos de sus activos consolidados y de sus nuevos referentes, procurando fomentar una vitalidad cultural en su propio territorio. En Barcelona, tras la euforia olímpica, se instauró una cierta crisis favorecida por una visión posibilista y mezquina de un urbanismo «de gestión», con todas sus estelas para-arquitectónicas, como la decepcionante llegada de la Diagonal al mar, la resolución de los espacios del Forum, la reverencia hacia las «arquitecturas de marca» y la renuncia a impulsar la creatividad interna. La ciudad se ha dejado seducir por el coleccionismo de firmas, algo al alcance hoy de cualquier urbe: se ha preferido gestionar nombres que ideas, productos que entornos.
EMILIO TUÑÓN
Para comprender la situación podríamos recurrir a la clasificación del hombre en cazadores o recolectores que proponía Ortega y Gasset: hay ciudades recolectoras, que optan por el coleccionismo de nombres, y ciudades cazadoras, que tratan de capitalizar la investigación y emprenden iniciativas culturales más arriesgadas que requieren una planificación estratégica. Éstas últimas están más pendientes de tomar el pulso a la actualidad, de los procesos más que de los resultados finales: el cazador estudia el clima y el calendario, sigue las huellas, dispone las trampas, prevé los recorridos de la presa. Puede que sea más complicado, pero desde luego, es una actitud mucho más contemporánea, porque son muchos los artistas y arquitectos cuya obra ya no puede entenderse como una colección de piezas: son series o sucesiones, investigaciones extendidas a lo largo del tiempo y sólo entendiendo los vínculos entre las obras que forman una trayectoria se aprecia el auténtico valor de cada pieza concreta.
Por eso, para nuestra oficina, cada ejemplar que publicamos de Circo es tan importante como la obra de mayor presupuesto que podamos tener en marcha. Es la herramienta que nos permite sembrar relaciones y vínculos con otras personas. Por otra parte, tengo la impresión de que esto de las arquitecturas de nombre como objetos aislados está empezando a aburrir hasta a nuestros políticos.
SEÑAS DE IDENTIDAD
MANUEL GAUSA
Son muchas las búsquedas y las estrategias que nos han ido vinculando: geometrías complejas, otra idea de naturaleza, la recuperación de cierta expresividad plástica, los saltos de escala, el interés por otras disciplinas, la revolución digital, pero también la curiosidad, la travesura y el juego… A cada uno le interesaba más alguno de estos aspectos, pero nos movíamos en un campo de batalla común. También nos interesaba mucho la inmediatez de la comunicación. En la etapa de Metàpolis, se nos asimilaba con grupos como Archigram, Archizoom y todos aquellos colectivos utópicos de los sesenta, pero lo que en realidad nos interesaba de ellos era su habilidad para la comunicación social, para transmitir gráficamente las ideas. Nosotros buscamos siempre operar con y sobre la realidad existente, sin eludirla ni fantasearla, aceptándola como tal a fin de reactivarla y mejorarla con nuestra intervención. En cuanto al grafismo, sí que hemos utilizado mucho el collage, pero se trataba, sencillamente, de un medio eficaz de comunicar, como lo eran los aforismos que empleábamos. Yo sigo creyendo en la necesidad de contar y narrar: el papel narrativo –no simbólico, sino expresivo y conceptual– de un proyecto es fundamental. Es algo que vosotros habéis practicado en el MUSAC muy hábilmente, reinterpretando la idea de las vidrieras de la catedral, por ejemplo. Tal vez no fue ésa la intención real, pero me parece una lectura creíble, legítima y muy valiosa.
EMILIO TUÑÓN
Lo mejor de la experiencia del MUSAC es la excelente acogida que le ha dispensado la ciudadanía. Sea cual fuere la idea de base, lo emocionante de esta fachada con la combinación aleatoria de colores –algo universal que, por esencia, no puede ser patrimonio exclusivo de nadie– es que parece llevar a todo el mundo a identificarse con ella, a entenderla como propia. Es fantástico ver que hasta las parejas de recién casados de León se fotografían frente al edificio, una imagen mucho más interesante que cualquiera de nuestros collages del proyecto. Pero sobre todo, y frente a las generaciones que nos precedían, lo que había tanto en nuestro trabajo como en el vuestro era un convencimiento de que cualquier herramienta es útil. En un sentido próximo al de la arquitectura de Boullée, para nosotros la arquitectura de papel era tan real como la construida, siempre que obedeciera a un argumento sensato y reposara en un discurso bien articulado. Y las publicaciones se aprovechaban para lanzar mensajes, hacer propaganda, construir poco a poco ese artificio teórico que comentas. A veces esto degeneraba en planteamientos muy epiteliales, pero creo que eran las menos.
MANUEL GAUSA
Recuerdo algunas discrepancias con José Luis Mateo –brillantísimo antecesor, al igual que Eduard Bru, en la revista Quaderns–, que siempre se mostró más interesado por la materialización concreta, por la épica de la obra construida, que por la especulación conceptual o proyectual. Para mí, en cambio, existía todo un escenario de proyectos, concursos e investigaciones, con la suficiente riqueza de significados, contenido y rigor como para considerarlos parte de un cambio de lógica al que había que prestar atención. Ese interés por la capacidad propositiva del proyecto hizo que, durante algún tiempo, se nos acusara a algunos de ser «arquitectos de papel». Ahora que muchas «idealizaciones» empiezan a construirse, supongo que las cosas cambiarán.
EMILIO TUÑÓN
A nuestra generación siempre se la ha acusado de ser muy mediática, cuando lo cierto es que –coincido contigo– somos los más interesados en trabajar con la realidad, aceptándola tal y como es, con sus virtudes, sus defectos y hasta sus miserias. Hemos mostrado el mismo interés en trabajar con los cascos históricos o la naturaleza que con el reciclaje o la basura…
MANUEL GAUSA
Sí, hemos jugado con todo, incluso con la historia como herramienta de proyecto, y también con escenarios tradicionalmente despreciados por la disciplina pero con un alto grado de potencialidad lúdica: los espacios del ocio, del turismo… Escenarios límite, en los que se cruzan territorios y categorías: natural/artifical, público/privado, planificado/espontáneo, etc. Hemos tenido una gran afición por la paradoja como herramienta de proyecto. Piensa en la famosa perspectiva de la Terminal de Yokohama de Alejandro Zaera, ¿por qué resulta tan paradigmática? Porque es el paisaje más paradójico que existe: hacer una cubierta que resulta ser el suelo, construir un edificio como un paisaje natural, volver líquido lo sólido, caminar sobre formas fluidas. Esta idea de paradoja, una aparente contradicción que provoca una complejidad más intensa, nos ha fascinado a todos, quizá porque responde a la lógica de los sistemas dinámicos que nos convoca hoy. Echo de menos un estudio serio de estas afinidades entre los arquitectos de nuestra generación; quizá los críticos se están volviendo cronistas y están olvidando la teoría…
LA ARQUITECTURA QUE VIENE
EMILIO TUÑÓN
Lo más hermoso de nuestra disciplina es que consiste en dar nueva vida a algo: proyectar es dar vida a lo que hay en tu cabeza, y construir es dar vida a unos materiales inertes. Por eso es legítimo creer que cualquier material y cualquier herramienta resultan adecuados para este objetivo: dar nueva vida.
MANUEL GAUSA
Me alegra ver que sigues con estas convicciones. En demasiadas ocasiones el fenómeno de la construcción, tan absorbente, aleja de la investigación a quienes tienen éxito edificando, pero a vosotros este momento ya os ha llegado y parece que no os va a cambiar. El triunfo en esta profesión es a veces tan complicado que hace a la gente aislarse y ensimismarse, y eso es muy triste.
EMILIO TUÑÓN
Triste y además aburridísimo, ¿no?
MANUEL GAUSA
Aburrirse jamás. Yo confío en seguir ilusionándome y divirtiéndome, y creo que así será: en estos momentos, la sensibilidad se está sofisticando. A priori, todo vale para proyectar, siempre que se mantenga dentro de unas coordenadas rigurosas de sensibilidad. Y éste es un término que me gusta reivindicar: sensibilidad hacia el medio, hacia la sociedad, hacia la economía, hacia el lugar, que ya no es algo mágico ni sagrado. Me gusta pensar que tenemos algo que ver en esto, en haber sabido transmitir una sensibilidad comprometida y desinhibida, más próxima al juego y a la alegría creativa y experimental del profesional fascinado por conocer…
EMILIO TUÑÓN
Sin duda, lo mejor que ha dado nuestra generación son los arquitectos jóvenes que han recogido nuestro testigo, nuestros antiguos estudiantes, y ése es el mejor legado que podemos dejar. Está saliendo gente brillantísima de la Escuela de Madrid ahora mismo. Y a mí eso me hace sentir orgulloso y agradecido. Me complace ver que todos los esfuerzos de docencia e investigación, todo el trabajo desarrollado y toda la disciplina, están mereciendo la pena.
MANUEL GAUSA
Optimismo operativo en arquitectura: Op Op!, Barcelona, Actar, 2005
Housing + singular housing, Barcelona, Actar, 2002 [con Jaime Salazar]
Barcelona: guía de arquitectura moderna 1860-2002, Barcelona, Actar, 2002 [et al.]
Flashes: destellos, Barcelona, Actar, 2000
Spirals, Barcelona, Actar, 1999
Loops = Bucles, Barcelona, Actar, 1999
Nuevas alternativas, nuevos sistemas: housing, Barcelona, Actar, 1998
El estado de la cuestión / The state of the question, Barcelona, Actar, 1998
Topografías operativas / Topographies operatives, Barcelona, Actar, 1998
Forma y lugar, Barcelona, Actar, 1997
Forma y plasticidad, Barcelona, Actar, 1997
Territorio y arquitectura: land arch, Barcelona, Actar, 1997
Re-activa, Barcelona, Actar, 1997
EMILIO TUÑÓN
Escritos circenses, Barcelona, Gustavo Gili, 2005 [con Luis Moreno Mansilla y Luis Rojo]
CURSO SOBRE ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA TOPOGRAFÍA-GEOGRAFÍA
06.10.08 > 24.11.08
DIRECTOR DOMINIQUE PERRAULT
PARTICIPANTES IÑAKI ÁBALOS • EDZO BINDELS • MANUEL GAUSA • FRÉDERIC MIGAYROU • JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ PASTRANA • FRANCIS SOLER • EMILIO TUÑÓN
ORGANIZA CBA
PATROCINA FUNDACIÓN BANCO SANTANDER