Se señalaban, en la antigua Grecia, sitios que bajaban al submundo. También nuestro existir de la vigilia viene a ser una tierra donde, por huecos casi imperceptibles, se puede descender a ese submundo, donde se abren espacios por los cuales desembocan los sueños. Pasamos ante ellos diariamente sin sospechar siquiera su existencia mas, al llegar el sueño, en seguida tratamos de atraparlos dando apresurados manotazos, hasta que finalmente nos perdemos entre sus oscuros corredores. El laberinto de casas que conforma la red de las ciudades equivaldría a la conciencia diurna; los pasajes (que son las galerías que llevan a su existencia en el pasado) desembocan de día, inadvertidamente, en esas calles. Pero después, al llegar la noche, bajo las ciegas masas de las casas de nuevo surge la espesa oscuridad.
Los poetas podrán decir que Haussmann se vio en realidad más inspirado por las divinidades del subsuelo que por las divinidades superiores.
Dubech-D’Espezel. Histoire de Paris, París, 1926, p. 418. Cit. en Obra de los pasajes, C 3, 8
Insurrección de junio. «Llevaron la mayor parte de los presos a las canteras y pasadizos subterráneos que quedan bajo los fuertes de París, unos que son tan amplios que la mitad de la población cabría en ellos. El frío es tan intenso en estas galerías subterráneas, que muchos sólo podían mantener la temperatura corporal corriendo todo el tiempo o con el movimiento de los brazos, y nadie se atrevía a recostarse en las losas heladas. [...] Los presos dieron a aquellos corredores nombres de las calles de París, e incluso se daban mutuamente sus direcciones cuando se encontraban».
Engländer, Geschichte der französischen Arbeiter-Associationen, Hamburgo, 1864, II, pp. 314-315. Cit. en Obra de los pasajes, C 3 a, 1
Metían en la cueva a los hombres condenados a galeras hasta el día en que salían para ir a Toulon. Los empujaban bajo aquella viga a la que estaban sujetas sus argollas oscilando en mitad de las tinieblas [...]. Para comer, hacían subir con los talones a lo largo de la tibia hasta la mano el pan que les echaban en el barro [...] ¿Qué podían hacer en aquel sepulcro del infierno? Agonizar, lo propio del sepulcro, cantar, como se canta en el infierno [...]. En esa cueva es donde nacieron casi todas las canciones del argot.
Victor Hugo. Les Misérables, en Oeuvres complètes, París, 1881, pp. 297-298. Cit. en Obra de los pasajes, C 5 a, 1