Hasta el año 1870, dominaron los coches en las calles. Uno se veía aprisionado en las estrechas aceras, de modo que el flâneur se limitaba preferentemente a los pasajes, que ofrecían su amparo ante el tiempo y el tráfico.
Edmond Beaurepaire. Paris d’hier et d’aujourd’hui. La chronique des rues, París, 1900, p. 67. Cit. en Obra de los pasajes, A 1 a, 1
Desarrollo del almacén de los pasajes hacia el gran almacén. Principio rector del gran almacén: «Los pisos forman un espacio único. Se los puede "abarcar, por decir de ese modo, de una sola ojeada"».
Calle-galería. La calle-galería de una falange es el elemento principal dentro del palacio de armonía [...] Caldeada en invierno, refrigerada en verano, la calle-galería interna de peristilo continuo se sitúa en el que es el primer piso del palacio de falange. (La galería del Louvre se podría tomar como modelo).
Vid. en Fourier: Théorie de l’unité universelle, 1822, p. 462, y Le nouveau monde industriel et sociétaire , 1829, p. 69, 125, 272. Cit. en Obra de los pasajes, A 3
Comercio y tráfico son el par de componentes de la calle. Pero, el segundo de ellos, ahora se entumece en el pasaje, en donde el tráfico es rudimentario. Éste ahora es esa calle cuya única libido es el comercio, sólo atento a incitar el apetito. Y, en tanto que ahí se estanca el flujo, la mercancía se multiplica en sus orillas siguiendo formaciones fantasiosas, como los tejidos en las úlceras. El flâneur sabotea el tráfico. Y es que no es comprador. Es mercancía.
Quieren ir cubriendo con cristal la totalidad de las calles de París y convertirlas en [...] invernaderos; viviremos ahí dentro como los melones.
Brazier, Gabriel y Dumersan. Les passages et les rues, París, 1827, p. 19. Cit. en Obra de los pasajes, A 10, 3
El surrealismo nació en un pasaje. ¡Bajo el protectorado de qué musas!
El padre del surrealismo fue Dadá, y un pasaje su madre.
Levantar por cien veces, topográficamente, la ciudad desde sus pasajes y sus puertas, cementerios, burdeles, estaciones..., tal como antes se hizo desde sus iglesias y mercados. Las ocultas [...] figuras de la ciudad hechas de asesinatos, rebeliones, sangrientos nudos en la red de calles, y los nidos de amor, y los incendios...
Se señalaban, en la antigua Grecia, sitios que bajaban al submundo. También nuestro existir de la vigilia viene a ser una tierra donde, por huecos casi imperceptibles, se puede descender a ese submundo, donde se abren espacios por los cuales desembocan los sueños. Pasamos ante ellos diariamente sin sospechar siquiera su existencia mas, al llegar el sueño, en seguida tratamos de atraparlos dando apresurados manotazos, hasta que finalmente nos perdemos entre sus oscuros corredores. El laberinto de casas que conforma la red de las ciudades equivaldría a la conciencia diurna; los pasajes (que son las galerías que llevan a su existencia en el pasado) desembocan de día, inadvertidamente, en esas calles. Pero después, al llegar la noche, bajo las ciegas masas de las casas de nuevo surge la espesa oscuridad.
Emblemas arquitectónicos del comercio: el escalón que sube a la farmacia, o el estanco que se adueña de la esquina. El comercio aprovecha los umbrales.
Las puertas que dan acceso a los pasajes constituyen umbrales. Ningún escalón de piedra nos los marca. Pero lo hace la actitud de espera de unas pocas personas. Sus pasos, tan escasos y medidos, reflejan, sin tener noticia de ello, que se encuentran ante una decisión.
Hoy en [la ciudad de] París rehuyen [...] los pasajes, que por mucho tiempo estuvieron de moda, como si les olieran a cerrado. [...] El pasaje, que fue para el parisino una especie de salón y de paseo en donde se hablaba y se fumaba, hora ya no es más que una especie de asilo del que uno se acuerda cuando llueve. Ciertos pasajes guardan un pequeño atractivo por la fama de algunos almacenes que se encuentran aún en su interior. Pero es el nombre propio del inquilino lo que prolonga la moda o, más bien, la agonía del lugar.
Jules Claretie. La vie à Paris 1895, París, 1896, p. 47 ss. Cit. en Obra de los pasajes, E 1, 5
Sobre los pasajes en concreto, en tanto hechos en hierro, puede afirmarse lo siguiente: «La parte substancial [...] es su cubierta».
A. G. Meyer. Eisenbauten, Esslingen, 1907, p. 69. Cit. en Obra de los pasajes, F 4, 4
El pasaje, construido en hierro, se queda justamente en el umbral propio de las grandes superficies. Es el fundamento decisivo de lo ‘anticuado’ de su aspecto.
Edificios del sueño colectivo: pasajes, invernaderos, panoramas, fábricas, gabinetes de figuras de cera, casinos, estaciones de ferrocarril.
En qué medida la curación, entre otras cosas, es un rito de paso [...] salta a la vista vivamente en esas clásicas galerías cubiertas por donde los enfermos avanzaban, en cierto modo, hacia su curación. Pues esas galerías también son pasajes.
Caminar a través de los pasajes es hacer un camino de fantasmas donde ceden las puertas y se ablandan las paredes se abren.
La puerta monumental se nos presenta en estrecha relación con los ritos de paso. [...] El que penetra dentro de un pasaje conserva tras de sí todo el trayecto de ese camino-puerta –sino es que se encamina rectamente hacia el fondo de un mundo intrauterino–.
La calle: habitación del colectivo. Y éste es un ser eternamente inquieto, eternamente puesto en movimiento, que, yendo entre los muros de las casas, vive, conoce, idea, experimenta, a la manera de los individuos cuando están al resguardo de sus cuatro paredes. [...] De ese modo, el pasaje es el lugar en el cual la calle se presenta precisamente en tanto que interior, amueblado, habitado, por las masas.
El concreto interés del panorama consiste en ver la auténtica ciudad, la ciudad en la casa. Lo que hay en la casa sin ventana, eso mismo será lo verdadero. En lo que hace al pasaje, también es una casa sin ventanas. Las que se abren a él son como palcos desde los que es posible mirar hacia dentro, pero no lo es en cambio mirar hacia afuera. –Lo verdadero carece de ventanas y, por ello, no tiene ningún sitio donde mirar afuera, al universo–.