Hoy toda revista debería ser implacable en el pensamiento e imperturbable en lo que dice, sin prestarle al público la menor atención cuando así resulte necesario, aferrándose a lo que en verdad es actual, que va tomando forma por debajo de la estéril superficie de eso nuevo o novísimo cuya explotación se ha de ceder a los periódicos. Para toda revista entendida de ese modo, la crítica es sin duda el guardián del umbral.
La dialéctica sin duda no precisa de las nebulosas lejanías: su casa son las cuatro paredes de la praxis, y ahí, puesta en pie en el umbral del instante, dice las palabras con que acaba La madre [la adaptación de Brecht de la obra de Gorki]: «Nunca se convierte ya en hoy mismo».
El surrealismo irrumpió sobre sus fundadores como una inspiradora ola de sueños. La vida sólo parecía digna de vivirse donde el umbral que separa la vigilia del sueño había resultado destruido por pisadas de imágenes que fluyen, de vez en cuando, ahí, en masa; y, en cuanto al lenguaje, sólo parecía ser él mismo allí en donde imagen y palabra se alcanzaban a unir tan felizmente, con exactitud automática, que no quedaba resquicio ninguno al ‘sentido’. «Ganar las fuerzas de la embriaguez para la revolución», ésa era sin duda la auténtica empresa.
Vi de repente dos bandadas de gaviotas […]. Los pájaros de la izquierda, sobre el fondo del cielo fenecido, guardaban algo de su claridad, aparecían y desaparecían a cada giro […], y parecían no dejar de tejer ante mí, con el movimiento de sus alas, una serie ininterrumpida e infinita de signos, una malla efímera y mudable, mas sin duda legible […]. Todo estaba aún por descifrar, y mi destino pendía de cada señal que las aves emitían […]. Yo era sólo el umbral sobre el que esos mensajeros innombrables cambiaban sin cesar del negro al blanco, por encima del aire.
Emblemas arquitectónicos del comercio: el escalón que sube a la farmacia, o el estanco que se adueña de la esquina. El comercio aprovecha los umbrales.
Topografía mitológica de París: ese carácter que le dan sus puertas. Lo que ahí importa es su carácter doble: las fronterizas y las triunfales. El secreto que guarda ese mojón que queda al interior de la ciudad, uno que antes marcaba el lugar en el que terminaba. Pero también el Arco de Triunfo, que se ha vuelto isla salvadora. Y aquella puerta, que transforma al que pasa debajo de su bóveda, se desarrolla a partir del círculo que ofrece la experiencia del umbral.
Tan sólo en apariencia nos resulta uniforme la ciudad, y hasta su nombre adopta un resonar distinto en distintos sectores. En ningún sitio como en las ciudades es aún posible el experimentar de manera más originaria lo que es el fenómeno del límite, si no es en los sueños. [...] En tanto umbral, el límite se mueve a través de las calles; un nuevo sector tiene comienzo como tras dar un paso en el vacío, como emplazados en un nivel más hondo que no habíamos visto tan siquiera.
El terror despótico del timbre, con su dominio sobre la vivienda, toma su fuerza de la magia del umbral. Algo, chirriando, se dispone a atravesarlo. Extraña la nostalgia de ese timbre que, con su sonido de campana, parece anunciar una despedida, de la misma manera que se escucha en el Panorama Imperial, cuando empieza a temblar muy suavemente la imagen que se va desvaneciendo, anunciando con ello la siguiente.
Las puertas que dan acceso a los pasajes constituyen umbrales. Ningún escalón de piedra nos los marca. Pero lo hace la actitud de espera de unas pocas personas. Sus pasos, tan escasos y medidos, reflejan, sin tener noticia de ello, que se encuentran ante una decisión.
Embrujo del umbral. A la entrada de la estación de ferrocarril, de la cervecería, de la pista de tenis, de los lugares de diversión...: penates. [...] De manera más disimulada, este embrujo impera, de igual modo,en el interior de la casa burguesa. Las sillas que flanquean un umbral, las fotos junto al marco de una puerta, son dioses domésticos venidos a menos.
Ritos de paso: así se llaman en el folklore las ceremonias que aparecen unidas a la muerte, el nacimiento, la boda o la transición a la pubertad. En la vida moderna, todas estas distintas transiciones se nos han hecho, progresivamente, menos reconocibles y vividas. Nos hemos vuelto pobres en las experiencias del umbral. Penetrar en el sueño es quizá la única que hoy queda –mas, con ello, también el despertar–.