embriaguez

El lenguaje tiene preferencia. Pero no solamente sobre el sentido. También sobre el yo. En el ensamble del mundo, el sueño afloja la individualidad igual que un diente hueco. Y este aflojamiento del yo en la embriaguez es, al mismo tiempo, la experiencia viva y tan fecunda que hizo salir a los surrealistas del hechizo de la embriaguez en cuanto tal. No es éste el lugar para describir la experiencia de los surrealistas en todo su alcance. Pero quien ha comprendido que los textos adscritos a este círculo no son literatura, sino otras cosas (manifestación, consigna, documento, bluff, o, si se quiere, falsificación), también ha comprendido que aquí se habla literalmente de experiencias, y no de teorías o, aún mucho menos, de fantasmas.

El surrealismo

Obras II, 1, p. 303

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Vivir en una casa de cristal es virtud revolucionaria por excelencia. Pero es también una embriaguez, un exhibicionismo de carácter moral de los que hoy nos hacen mucha falta. La discreción en cuanto hace a la propia existencia ha pasado de ser una virtud aristocrática a volverse un asunto de pequeñoburgueses arribistas.

El surrealismo

Obras II, 1, p. 304

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[Sobre] la dialéctica de la embriaguez: ¿no será todo éxtasis en un mundo sobriedad vergonzosa en el complementario?

El surrealismo

Obras II, 1, p. 305

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Ganar las fuerzas de la embriaguez para el servicio a la revolución: en torno a esto gira el surrealismo, tanto en sus libros como en sus empresas. Tal es lo más propio de su empeño.

El surrealismo

Obras II, 1, p. 313

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Tanto el lector como el pensador, el esperanzado y el flâneur, son todos tipos del iluminado, como lo son el que consume opio, y el soñador, y el embriagado. Y ellos son, además, los más profanos. Por no hablar de la más terrible de las drogas –la más terrible, a saber, nosotros mismos–, que consumimos en nuestra soledad.

El surrealismo

Obras II, 1, p. 314

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El surrealismo irrumpió sobre sus fundadores como una inspiradora ola de sueños. La vida sólo parecía digna de vivirse donde el umbral que separa la vigilia del sueño había resultado destruido por pisadas de imágenes que fluyen, de vez en cuando, ahí, en masa; y, en cuanto al lenguaje, sólo parecía ser él mismo allí en donde imagen y palabra se alcanzaban a unir tan felizmente, con exactitud automática, que no quedaba resquicio ninguno al ‘sentido’. «Ganar las fuerzas de la embriaguez para la revolución», ésa era sin duda la auténtica empresa.

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Sobre Baudelaire, «la embriaguez religiosa de las grandes ciudades»: los grandes almacenes son los templos de esa borrachera.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, A 13

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La alegoría, ese género esencialmente espiritual que los malos pintores nos han acostumbrado a despreciar, pero que es desde luego una de las formas primitivas y más naturales de la poesía, recobra su legítimo dominio en la inteligencia que ilumina la embriaguez.

Obra de los pasajes

Charles Baudelaire. Les paradis artificiels, París, 1917, p. 73. Cit. en Obra de los pasajes, H 2, 1

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El niño lo ve todo en novedad, se encuentra siempre ebrio. Nada viene a ser tan parecido a aquello que es la inspiración como la alegría con que el niño va absorbiendo la forma y el color [...]. A esta curiosidad alegre y honda se ha de atribuir ese ojo fijo y animalmente extático de los niños mirando hacia lo nuevo.

Obra de los pasajes

Charles Baudelaire. Lart romantique, ed. Hachette, vol. 3, París, p. 62. Cit. en Obra de los pasajes, J 7, 1

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«El placer de encontrarse sumergido entre las multitudes es expresión secreta y misteriosa del goce que la multiplicación del número produce [...]. El número está en todo [...]. La embriaguez es un número... Embriaguez religiosa de las grandes ciudades». ¡Depotenciación del ser humano!

Obra de los pasajes

Baudelaire. Œuvres, ed. Le Dantec, vol. II, pp. 626-27. Cit. en Obra de los pasajes, J 34 a, 3

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