Sobre Baudelaire, «la embriaguez religiosa de las grandes ciudades»: los grandes almacenes son los templos de esa borrachera.
Si es obligado que la arquitectura que le corresponde a un edificio aparezca adaptada a su destino [...] no es posible extrañarse lo bastante ante un monumento que puede ser indistintamente el palacio de un rey o también una cámara de los comunes, un ayuntamiento o un colegio, picadero, academia, tribunal, o museo o depósito o cuartel, un sepulcro, un templo, o un teatro... Pero, en realidad, es una Bolsa. Es Bolsa en Francia como sería templo en Grecia [...]. Ahí tenemos esa columnata que rodea todo el monumento, bajo la cual, en los grandes días de solemnidades religiosas, se desarrolla en plena majestad la dilatada sucesión que forman los agentes de cambio y los corredores de comercio.
Victor Hugo. Oeuvres complètes, París, 1880, vol. 3, pp. 206-207. Cit. en Obra de los pasajes, F 6 a, 1
Había cuatro locomotoras que guardaban la entrada en el anexo de las máquinas, semejantes a aquellos grandes toros de Nínive, o a aquellas enormes esfinges egipcias que se veían a la entrada de los templos. El anexo era el país del hierro, del fuego y del agua; los oídos quedaban ensordecidos, y los ojos quedaban deslumbrados.
A. S. de Doncourt. Les expositions universelles, Lille/París, 1889, p. 53. Cit. en Obra de los pasajes, G 8 a, 2