«Perdido en las fealdades de este mundo y atrapado por las multitudes, soy un hombre causado cuyo ojo no alcanza a ver, en la hondura de los años, sino inquietudes y amarguras, viendo ante mí tan sólo un huracán en el que nada nuevo se contiene, vacío de dolor y de enseñanzas».
Charles Baudelaire, Œuvres, París, 1931-32, p. 641. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, pp. 258-259
Para los hombres como son actualmente no hay sino una novedad radical, y además ésa es siempre la misma: la muerte.
Cuanto más disminuye la importancia social propia de un arte, tanto más se afirmará en el público el divorcio entre una actitud crítica y el placer puro y simple. De lo convencional se gusta sin criticar, mientras que se critica con disgusto lo que en verdad es nuevo.
Hoy toda revista debería ser implacable en el pensamiento e imperturbable en lo que dice, sin prestarle al público la menor atención cuando así resulte necesario, aferrándose a lo que en verdad es actual, que va tomando forma por debajo de la estéril superficie de eso nuevo o novísimo cuya explotación se ha de ceder a los periódicos. Para toda revista entendida de ese modo, la crítica es sin duda el guardián del umbral.
Las traducciones […] no han de ser nunca entendidas en tanto que una transmisión de modelos, como antes solía suceder, sino en tanto que escuela insustituible para el desarrollo de la lengua. Donde ésta aún no conoce el contenido sobre el cual se construye, el contenido de otras se le ofrece con la tarea de abandonar los elementos muertos del lenguaje y desplegar los elementos nuevos.
Una leyenda talmúdica nos dice que cantidades ingentes de ángeles nuevos van siendo creados a cada instante para, tras entonar su himno ante Dios, terminar y disolverse ya en la nada.
Pero es que el Dios de Dostoievski no sólo ha creado el cielo y la Tierra, o los hombres y los animales, sino también la vileza, y la venganza, y la crueldad. Y es que nunca consintió que el diablo se entrometiera en su trabajo. Porque vileza, crueldad y venganza son sin duda alguna originarias; tal vez no ‘magníficas’, mas siempre nuevas, «como el primer día»; y bastante alejadas de aquellos clichés bajo cuyas figuras el pecado viene a presentarse al filisteo.
Kraus contrapone a esas sensaciones siempre iguales que la prensa diaria le presenta a su público la ‘noticia’ eternamente nueva que hay que dar de la historia de la Creación: el lamento incesante, eternamente nuevo.
«Las posibilidades creativas de lo nuevo suelen ser descubiertas lentamente por medio de esas formas e instrumentos antiguos que han sido despachados por lo nuevo, pero que, justamente, con la presión de lo nuevo, se dejan arrastrar a un florecimiento casi eufórico».
Moholy-Nagy, Malerei Fotografie Film, Mainz/Berlín, 1967, pp. 25 y ss. Cit. en Obras II, 1, p. 400
En aquellos días lamentables surgió una industria nueva que contribuye no poco a confirmar a la idiotez en su convicción [...] de que el arte no es ni puede ser otra cosa que la reproducción mera y exacta de lo que es la naturaleza. [...] Algún dios vengativo escuchó las plegarias que le elevaba una multitud. Daguerre fue sin duda su mesías.
Charles Baudelaire, Salon de 1859, en Oeuvres complètes, París, 1961. Cit. en Obras II, 1, p. 402
Lo importante es qué distancia obtiene el sentido actual respecto del antiguo, y cómo la distancia respecto de la antigua interpretación viene a ser una nueva cercanía a aquello que es el mito mismo, desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego [como dice André Gide] es como la jarra de Filemón: «ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter». El instante correcto también es un Júpiter.
La información tiene interés tan sólo en el breve instante en el que es nueva. Sólo está viva durante ese instante, y a él se entrega por completo sin tener ningún tiempo que perder. Pero la narración jamás se entrega, sino que, al contrario, concentra sus fuerzas, y, aún mucho después, sigue siendo capaz de desplegarse.
En cada nueva revolución técnica, la tendencia pasa –como por sí misma– de ser un elemento muy oculto del arte a ser un elemento manifiesto.
Cada mañana que llega nos informa las novedades que suceden en el mundo. Pero somos pobres sin embargo en historias que tengan interés. ¿A qué se debe esto? A que ya no llegan a nosotros acontecimientos que no vengan entremezclados con explicaciones. Dicho en otras palabras: casi nada de cuanto nos sucede beneficia a la narración; casi todo es informativo. La mitad del arte de narrar consiste en liberar alguna historia de explicaciones al reproducirla.
La información tiene un interés exclusivamente en el instante en que del todo es nueva. Ella vive tan sólo en ese instante, se entrega a él por completo y se explica sin pérdida de tiempo. Por el contrario, la narración nunca se entrega. Centra sus fuerzas en el interior, y así, mucho después, aún sigue siendo capaz de desplegarse.
La auténtica exposición es la que impide el entregarse a la contemplación. Para integrar en la exposición al visitante […], lo óptico es preciso contenerlo. Pero, además, una visión en la que falte el momento de sorpresa es algo que embrutece. Lo que vemos no puede ser lo mismo –ni tampoco lo mismo más o menos– que lo que diría un pie de foto. Y siempre ha de ofrecernos algo nuevo, una especial forma de evidencia de las que no se obtienen con palabras.
Lo que siempre da el tono es lo más nuevo, mas sólo cuando emerge entre lo viejo, entre lo más pasado y habitual. [...] La moda es así lo que precede, y guarda espacio, al surrealismo.
La impresión de un estar ya pasado de moda puede solamente aparecer cuando entra en contacto en cierta forma con aquello que es más actual.
Para captar el significado de las ‘novedades’ hay que comprender la novedad en la vida diaria. Pues, ¿por qué cada uno va transmitiendo al otro lo más nuevo? Para triunfar sobre los muertos.
El niño lo ve todo en novedad, se encuentra siempre ebrio. Nada viene a ser tan parecido a aquello que es la inspiración como la alegría con que el niño va absorbiendo la forma y el color [...]. A esta curiosidad alegre y honda se ha de atribuir ese ojo fijo y animalmente extático de los niños mirando hacia lo nuevo.
Charles Baudelaire. L’art romantique, ed. Hachette, vol. 3, París, p. 62. Cit. en Obra de los pasajes, J 7, 1
Dialéctica de producción de mercancías en el capitalismo avanzado: la novedad del producto, en tanto que estimula la demanda, cobrará una importancia ignorada hasta entonces, apareciendo en tanto que producción en masa, de manera sensible, lo de nuevo-igual-siempre.
En la apariencia de una multitud agitada y animada por sí misma, sacia el flâneur su ansia por lo nuevo. Y es que, de hecho, este colectivo no es en realidad sino apariencia. La ‘multitud’ en que el flâneur va a deleitarse es ese molde en que, setenta años más tarde, eso que llaman ‘comunidad del pueblo’ se va a ver, como tal, configurada.
Definición de ‘modernidad’ como lo nuevo en el contexto de lo ya-siempre-ahí-sido.
No hubo época alguna que no se haya creído ‘moderna’ en un sentido excéntrico, y que no creyera estar plantada, de manera inmediata, ante el abismo. La desesperación de la conciencia de verse claramente situada en el centro de una crisis grave y decisiva para la humanidad resulta crónica. Cada tiempo aparece ante sí mismo en tanto tiempo nuevo, sin remedio. Pero lo ‘moderno’ es bien distinto en el mismo sentido en que lo son los distintos aspectos que un caleidoscopio nos presenta.
Sumergido en el sueño, el colectivo no conoce historia. Para él, el curso del acontecer fluye como lo-mismo-siempre-nuevo. Porque la sensación de lo más nuevo, de lo que es más moderno, se revela sin duda como forma del sueño del acontecer y eterno retorno de lo mismo.
Para el motivo de los cuadros de las landas en El proceso de Kafka: en la era del infierno, lo nuevo (es decir, lo que acompaña) es siempre, ya, (lo) eternamente igual.
Novedad. Voluntad de novedad. Lo nuevo es de esos venenos excitantes que terminan por ser más necesarios que ningún alimento; mientras se van haciendo nuestros dueños, se hace preciso aumentar la dosis hasta hacerla mortal directamente. Extraño, el entregarse de ese modo a lo perecedero de las cosas, que es lo que vibra en esa novedad.
Paul Valéry: Choses tues, París, 1930, pp. 14-15. Cit. en Obra de los Pasajes, S 10, 6