La autenticidad propia de una cosa es la suma de cuanto, desde lo que es su origen, nos resulta en ella transmisible, de su duración de material a lo que históricamente testimonia.
Obras I, 2, p. 14
La reproductibilidad técnica de la obra de arte la viene a emancipar por vez primera en el curso de la historia universal de su existir parasitario en el seno de lo ritual.
Obras I, 2, p. 18
Las correspondances son esas fechas que pertenecen a la reminiscencia. Así, no son históricas, sino son fechas de la prehistoria.
El curso de la historia, representado bajo el concepto de catástrofe, no puede reclamar del pensador más que el caleidoscopio en las manos de un niño, que a cada giro destruye lo ordenado para crear así un orden nuevo. La imagen tiene fundamentados sus derechos; los conceptos de los que dominan han sido desde siempre los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un ‘orden’.
Para el spleen el sepultado viene a ser el sujeto trascendental de la conciencia histórica.
La idea del eterno retorno hace del acontecimiento histórico un artículo de masas.
Lo fundamental para el dialéctico es tener en las velas el viento de la historia. Para él pensar significa: izar las velas. Cómo se icen, eso es lo importante. Para él las palabras son sólo las velas. El cómo se icen las convierte en concepto.
Se dice que hubo un autómata construido en tal forma que habría replicado a cada jugada de un ajedrecista con una contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco con atuendo turco y teniendo en la boca un narguilé se sentaba ante el tablero colocado sobre una espaciosa mesa. Con un sistema de espejos se provocaba la ilusión de que esta mesa era por todos lados transparente. Pero, en verdad, allí dentro había sentado un enano corcovado que era un maestro en el juego del ajedrez y guiaba por medio de unos hilos la mano del muñeco. Puede imaginarse un equivalente de este aparato en filosofía. Siempre debe ganar el muñeco llamado materialismo histórico, pudiendo enfrentarse con cualquiera si toma a la teología a su servicio, la cual, hoy día, es pequeña y fea, y no ha de dejarse ver en absoluto.
Nada de lo que haya acontecido se ha de dar para la historia por perdido. Por supuesto que sólo a la humanidad redimida le incumbe enteramente su pasado. Cosa que significa que sólo para esa humanidad redimida se ha hecho convocable su pasado en todos y cada uno de sus momentos. Y es que cada uno de sus instantes vividos se convierte en una citation à l’ordre du jour: ése día que es el del Juicio Final, precisamente.
Particular y secreto heliotropismo: lo sido se afana por volverse hacia el sol que se alza en el cielo de la historia.
Articular el pasado históricamente no significa reconocerlo «tal y como ha sido» [en palabras de Ranke]. Significa apoderarse de un recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro.
El botín es arrastrado en medio del desfile del triunfo. Y lo llaman bienes culturales. Éstos han de contar en el materialista histórico con un observador ya distanciado. Pues lo que de bienes culturales puede abarcar con la mirada es para él [...] de una procedencia en la que no puede pensar sin horror. Su existencia la deben no ya sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también, sin duda, a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie.
Hay un cuadro de Klee llamado Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que está mirando fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, la boca abierta y las alas desplegadas. Este aspecto tendrá el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona ruina tras ruina y las va arrojando ante sus pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, la tempestad se enreda entre sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja, inconteniblemente, hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad.
La idea de un progreso del género humano a lo largo del curso de la historia no puede separarse de la idea de su prosecución en un tiempo vacío y homogéneo. La crítica de la idea de tal prosecución debe constituir la base misma de la crítica de la idea general de progreso.
La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura ese tiempo vacío y homogéneo, sino el cargado por el tiempo-ahora.
La conciencia de hacer saltar el continuo de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el instante mismo de su acción. [...] En los días de la Revolución de Julio [...], al atardecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó a los relojes de las torres.
El materialista histórico no puede en ningún caso renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que en él el tiempo se halla en equilibrio e incluso ha llegado a detenerse. El historicismo nos plantea la imagen ‘eterna’ del pasado; el materialista histórico nos muestra una experiencia única con éste. Deja a los demás que se desgasten con la puta ‘Érase una vez’ en el burdel del historicismo y permanece dueño de sus fuerzas: bastante hombre para hacer saltar lo que es el continuo de la historia.
A la historiografía materialista le subyace un principio constructivo. Ahí del pensamiento forman parte no sólo el movimiento del pensar, sino ya también su detención. Cuando el pensar se para, de repente, en una particular constelación que se halle saturada de tensiones, se le produce un shock mediante el cual él se cristaliza como mónada. El materialista histórico sólo se acerca a un objeto histórico en cuanto se lo enfrenta como mónada. Y, en esta estructura, reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o, dicho de otro modo, de una oportunidad revolucionaria dentro de la lucha por el pasado oprimido. Y la percibe para hacer saltar toda una época concreta respecto al curso homogéneo de la historia; con ello hace saltar una vida concreta de la época, y una obra concreta respecto de la obra de una vida. El resultado de su procedimiento consiste en que en la obra queda conservada y superada la obra de una vida, como en la obra de una vida una época, y en la época el decurso de la historia.
Lo que es el tiempo-ahora, que en cuanto modelo del mesiánico resume toda la historia de la humanidad en una gigantesca abreviatura, viene a coincidir exactamente con la figura que la historia de la humanidad compone en el universo en su conjunto.
El historicismo se contenta con ir estableciendo un nexo causal entre momentos diferentes de la historia. Mas ningún hecho es, en cuanto causa, ya por eso histórico. Se ha convertido en tal, póstumamente, con empleo de datos que pudieran hallarse separados de él por milenios.
El tiempo de la historia es infinito, pero lo es en cada dirección y está sin consumar en cada instante. Es decir: no es lícito pensar que un acontecimiento de carácter empírico tenga por fuerza una relación de carácter forzoso y necesario con la situación temporal en que sucede. En efecto, para el acontecer empírico, el tiempo sólo es forma, y algo que es aún más importante: forma sin consumar en cuanto tal.
En cuanto respecta al tiempo mecánico, es aquí preciso señalar que la fuerza determinante de la forma histórica del tiempo no puede ser captada plenamente por ningún tipo de acontecimiento empírico, ni se recoge tampoco plenamente en ningún acontecimiento empírico concreto. Ese perfecto acontecimiento desde el punto de vista de la historia viene a ser más bien algo que se halla empíricamente indeterminado, es decir, una idea.
La idea del tiempo consumado es justamente aquello que en la Biblia, en cuanto idea histórica dominante en ella, es el tiempo mesiánico.
El orden de lo profano tiene que enderezarse en todo caso hacia la idea de la felicidad; así, su relación con lo mesiánico es uno de los elementos esenciales de la filosofía de la historia.
El mito tiene sentido por sí mismo en cada uno de sus complejos cerrados de leyenda; no en cambio la historia.
Allí donde hay destino hay un trozo de historia reconvertido en naturaleza. De ahí que al moderno dramaturgo se le presente en calidad de configuración de dicho destino la tarea de lograr que surja la necesaria totalidad de los detalles […] que la fuente histórica le ofrece.
El truco que rige este mundo de cosas [la ‘atmósfera’ captada por el surrealismo bretoniano] consiste en el hecho de cambiar la mirada histórica al pasado por otra política.
Kraus contrapone a esas sensaciones siempre iguales que la prensa diaria le presenta a su público la ‘noticia’ eternamente nueva que hay que dar de la historia de la Creación: el lamento incesante, eternamente nuevo.
De manera que apenas es posible caracterizar de forma unívoca el curso del mundo […]. ¿Está determinado por la historia de la salvación o por la historia de la naturaleza? Lo único seguro es que el curso del mundo está fuera de todas las categorías históricas.
Engels se opone a dos distintas cosas: de un lado, a la costumbre de presentar en la historia del espíritu lo que es un dogma nuevo como el verdadero ‘desarrollo’ de un dogma anterior, una escuela poética calificada como ‘reacción’ frente a otra escuela poética anterior, un estilo nuevo como ‘superación’ en cuanto tal de un estilo anterior, que le precede; pero, implícitamente, Engels se opone al tiempo a la costumbre de presentar esas figuras nuevas al margen del efecto que ellas causan sobre los seres humanos y del que es su proceso productivo.
En la dialéctica histórica, toda obra integra su pre-historia junto a su post-historia; y una post-historia en virtud de la cual su pre-historia se vuelve cognoscible en tanto implicada en un cambio constante. Pues las obras enseñan cómo su función es capaz de sobrevivir a su creador, de dejar atrás sus intenciones; cómo la recepción por sus contemporáneos es un componente del efecto que la obra de arte hoy provoca aún sobre nosotros, y cómo dicho efecto se basa en el encuentro no sólo con ella, sino también con la historia que la ha hecho llegar a nuestros días.
El materialista histórico va extrayendo la época de la cósica ‘continuidad histórica’, como saca a la vida de la ‘época’ y a la obra de la ‘obra de una vida’.
La sustitución del momento épico por lo que es el momento constructivo se revela condición de la experiencia [del historiador materialista]. En ella se liberan las poderosas fuerzas prisioneras del ‘érase una vez’ que es lo propio del historicismo. Pues la tarea del materialismo histórico es llevar a cabo con la historia la experiencia que es originaria para cada presente. El materialismo histórico se dirige hacia una consciencia del presente que hace saltar por los aires el supuesto continuo de la historia.
Las ciencias naturales aparecen en Korn como la ciencia por antonomasia, por ser el fundamento de la técnica. Pero es evidente que la técnica jamás es un hecho puramente científico, sino que, al mismo tiempo, es un hecho histórico. Y, en tanto que tal, la técnica nos obliga a revisar la separación positivista –por completo carente de dialéctica– que se ha intentado establecer entre ciencias de la naturaleza y del espíritu. Las preguntas que la humanidad le plantea a la naturaleza se ven condicionadas, entre otras muchas cosas, por el estado de su producción. Éste es el punto en que el positivismo fracasa por completo. Y eso porque éste no podía ver en el desarrollo de la técnica sino el progreso de las ciencias naturales, no el retroceso de la sociedad. Y, por lo demás, pasó por alto que el capitalismo, como tal, es una de las causas decisivas de dicho desarrollo.
La superioridad con que la historia cultural suele presentar sus contenidos es una apariencia que deviene de una falsa consciencia. El materialista histórico adopta una actitud bien reservada frente a dicha historia cultural. Para justificar esta actitud, basta solamente con echar un vistazo al pasado: todo el arte y la ciencia que el materialista histórico perciba tiene sin duda una procedencia que él por cierto no puede contemplar sin horror. Pues todo eso debe su existencia no tan sólo al esfuerzo de aquellos grandes genios que lo han ido creando, sino también –en mayor o menor grado– a la esclavitud anónima de sus contemporáneos. No hay ningún documento de cultura que no sea al tiempo documento de barbarie.
En tanto tal, la historia cultural representa un avance del conocimiento exclusivamente en apariencia, y ni siquiera representa en apariencia un auténtico avance para la dialéctica. Pues le falta el momento destructivo que garantiza lo que es la autenticidad del pensamiento dialéctico y de la experiencia del dialéctico. En efecto, la historia cultural incrementa la carga de tesoros que se van acumulando en las espaldas de la humanidad, pero no le da a ésta la fuerza de sacudirse dicha carga y alcanzar a tomarla entre sus manos.
Conformando la ciencia de la historia: no [...] la maraña de los puros hechos, sino el contado grupo de los hilos que introducen la trama de un pasado entre la textura del presente.
El estudio concreto del arte de masas conduce necesariamente a la cuestión de la reproducción técnica de la obra de arte. «A cada época le corresponden técnicas de reproducción que están completamente determinadas –dice Fuchs–. Éstas representan su posibilidad de desarrollo técnico y son en consecuencia [...] el resultado de las necesidades de la época. Por la misma razón, no es asombroso que toda transformación histórica profunda que tenga por consecuencia que dominen otras clases que hasta entonces [...] implique también un cambio de las técnicas gráficas, de las técnicas de reproducción».
El sueño participa de la historia, y una estadística del sueño avanzaría, mucho más allá del encanto que emana el paisaje anecdótico, hacia el desierto de un campo de batalla. Así, los sueños han ordenado guerras, y en tiempos ahora inmemoriales las guerras establecían lo justo y lo injusto e, incluso, los límites del sueño.
Goethe entendía la historia sólo como historia natural; sólo la entendía en la medida en que la historia de la naturaleza aún se ligara con la creatura.
En el estado que corona la vida de Fausto, Goethe va a poner de manifiesto el espíritu propio de su praxis: ganar terreno al mar, un concreto modo de actuar que le prescribe historia a la naturaleza, aunque se inscriba en la naturaleza; ése era el concepto de actuación histórica de Goethe.
Hess ve la excepcionalidad y misión del judaísmo en su culto a la historia, a cuyo través se contrapone al culto pagano de la naturaleza de los demás pueblos, en especial los griegos.
Al concepto de vida sólo se le puede hacer justicia reconociendo vida a todo aquello de lo que hay historia, y una que no es sólo su escenario. Pues, al fin y al cabo, el perímetro de la vida hay que trazarlo a partir de la historia, no a partir de la naturaleza […]. Surge así para el filósofo la tarea de comprender la vida natural desde la vida más amplia de la historia.
Ese parentesco suprahistórico que se da entre las lenguas se basa en que cada una, en su conjunto, se refiere a lo mismo, lo cual no está al alcance de ninguna, sino sólo de la totalidad de sus intenciones que son complementarias entre sí: a saber, al lenguaje puro.
Cada mañana que llega nos informa las novedades que suceden en el mundo. Pero somos pobres sin embargo en historias que tengan interés. ¿A qué se debe esto? A que ya no llegan a nosotros acontecimientos que no vengan entremezclados con explicaciones. Dicho en otras palabras: casi nada de cuanto nos sucede beneficia a la narración; casi todo es informativo. La mitad del arte de narrar consiste en liberar alguna historia de explicaciones al reproducirla.
La historia de la literatura tendría que empezar por estudiar las estructuras de venta […], para así, en lugar de contemplar una y otra vez las mismas cumbres, investigar la estructura geológica sobre la que descansa la montaña del libro.
La moda ha satisfecho desde siempre una extraña necesidad de sensación. Mas sólo puede alcanzar su fondo la indagación de carácter teológico, por cuanto corresponde a una conducta hondamente afectiva del hombre respecto al curso de la historia.
Tomado de Jacques Fabien, Paris en songe, París, 1863. Obra de los pasajes, B 2, 1
La fe en el progreso –perfectibilidad inacabable, infinita tarea en la moral– y la punzante representación del eterno retorno son pues complementarias. Son las imborrables antinomias frente a las que se impone el desarrollo del concepto dialéctico propio del tiempo histórico.
Theodor Wiesengrund Adorno. Kierkegaard, Tubinga, 1933, p. 46-48. Cit. en Obra de los pasajes, I 3, a
La relación del interior del Jugendstil con el del estilo precedente consiste en que el burgués busca disimular su coartada, situada en la historia, con una coartada aún más lejana todavía: a saber, la historia natural (sobre todo en el reino vegetal).
Así, la mercancía, la última gran lupa de la apariencia histórica, celebra justamente su triunfo cuando es ya la propia naturaleza la que adopta el carácter de mercancía. Y esa apariencia mercantil de la naturaleza es lo que se encarna en la prostituta. Dicen que «el dinero hace al deseo»; la fórmula sólo da el perfil grosero de un hecho que alcanza más allá de lo que es la prostitución. Bajo el dominio del fetiche-mercancía, el sex-appeal femenino va a teñirse, en un grado mayor o en menor grado, con el reclamo de la mercancía. No en vano las relaciones del proxeneta con su mujer en tanto que una «cosa» que él vende sin más en el mercado, excitaron con tanta intensidad la fantasía sexual de los burgueses. La moderna publicidad muestra también hasta qué extremo es posible fusionar los atractivos de la mujer y la mercancía. La sexualidad, antes movida socialmente por una fantasía del futuro que corresponde a las fuerzas productivas, ahora lo es por aquella otra correspondiente al poder del capital.
Existe una experiencia estrictamente única de la dialéctica. La concluyente y drástica experiencia que refuta lo ‘cumplido’ del devenir y muestra todo aparente ‘desarrollo’ como vuelco dialéctico complejo es justamente el despertar del sueño. [...] El nuevo método dialéctico del historiador se nos presenta como el arte de experimentar el presente como ese mundo de la vigilia con el cual se conecta ese sueño que llamamos lo sido. ¡Atravesar lo sido en el recuerdo del sueño! De ahí que recordar y despertar sean afines del modo más estrecho. El despertar es pues especialmente aquel giro dialéctico, copernicano, de un hacer presente.
El método dialéctico no podría captar esta pregunta dentro de la ideología del progreso, sino sólo con una concepción de la historia que logre superarla por completo. Habría que hablar por lo tanto en ella de la siempre creciente condensación (e integración) de lo real, una en la cual todo lo pasado (a su tiempo) se encuentra en condiciones de recibir un grado superior de actualidad al que tuvo en el momento en que existía. [...] El penetrar dialéctico en contextos pasados y su capacidad para volverlos presentes es la prueba final de la verdad para toda acción contemporánea. Lo que quiere decir que hace estallar la materia explosiva contenida en lo sido (cuya figura auténtica es la moda). Ir hacia lo sido de este modo ya no equivale, como hasta ahora equivalía, a tratarlo a la manera de lo histórico, sino en modo político y con categorías políticas.
Dado que el inconsciente colectivo [...] viene a ser el grabado sedimento –que se se deposita en el sistema central y simpático– del pasado del mundo, constituye [...] una especie de imagen plenamente intemporal, y así, en cierta medida, eterna, del mundo, la cual se contrapone en consecuencia a lo que es nuestra imagen momentánea del mundo en la conciencia.
C. G. Jung. Seelenprobleme der Gegenwart, Zürich/Leipzig/Stuttgart, 1932, p. 326. Cit. en Obra de los pasajes, K 6, 1
Las construcciones más características a lo largo del siglo diecinueve –las estaciones del ferrocarril, los pabellones de las exposiciones, así como los grandes almacenes [...]– tienen como objeto, en su conjunto, diversas necesidades colectivas. Pero, justo por estas construcciones –«mal vistas, cotidianas», dice Giedion–, es por las que se siente especialmente atraído el flâneur. Y es que en ellas está ya prevista la nueva entrada de las grandes masas en el escenario de la historia.
Mientras Aragon queda sujeto al dominio del sueño, lo que aquí ha de hallarse es la constelación del despertar. Mientras que se mantiene, en Aragon, siempre un elemento impresionista –a saber, la ‘mitología’–, aquí ha de disolverse, justamente, dentro del espacio de la historia. Algo que sólo puede suceder despertando un saber que aún no es consciente de lo sido.
Contemplar como uno de los planteamientos metódicos el que es propio de aquel materialismo histórico que, justamente en sí, ha aniquilado la idea de progreso. Pues justo aquí el materialismo histórico tiene sin duda todos los motivos para diferenciarse estrictamente de la forma burguesa de pensar. Su concepto principal no es el progreso, sino que es la actualización.
La ‘comprensión’ histórica ha de captarse, en lo fundamental, en calidad de supervivencia, precisamente, de lo comprendido.
Retomar en la historia lo que es el principio del montaje. Erigir las grandes construcciones con los más pequeños elementos, confeccionados con perfil seco y cortante, para descubrir en el análisis del pequeño momento singular el cristal del total acontecer. Provocar de este modo la ruptura con el naturalismo histórico vulgar. Comenzar a captar la construcción de la propia historia en cuanto tal, haciendo de la estructura comentario.
Pues el índice histórico de las imágenes no nos dice tan sólo su pertenencia a un tiempo bien concreto; nos dice, sobre todo, que tan sólo en un tiempo bien concreto vienen a un punto de legibilidad. Y ese ‘venir a legibilidad’ es un punto crítico concreto del movimiento dado en su interior. Porque todo presente se concreta por las imágenes que le son sincrónicas: y es que todo ahora es el ahora de una concreta cognoscibilidad. Ahí, en ese ahora, la verdad aparece en tensión, hasta estallar: cargada de tiempo.
En la imagen dialéctica, lo que fue en una época concreta es, al tiempo, «lo-sido-desde-siempre». Cierto que en consecuencia, a cada vez, sólo se hace visible a ojos de una época totalmente concreta: a saber, esa misma en que la humanidad, tras haberse frotado bien los ojos, viene a reconocer exactamente esa imagen del sueño como tal. Y así el historiador, en ese instante, da inicio con ella a la tarea de interpretación de los sueños.
Utilizar los distintos elementos que componen el sueño al despertar es, como tal, el canon de la dialéctica. Es un modelo para el pensador y es vinculante para el historiador.
Al materialista histórico le es imprescindible distinguir la construcción de un contenido histórico de eso que, normalmente, se acostumbra llamar ‘reconstrucción’. La ‘reconstrucción’ en la empatía es sólo unívoca. ‘Construcción’ presupone ‘destrucción’.
Cualquier posible contenido histórico, una vez expuesto de modo dialéctico, se polariza y crea un campo de fuerzas donde se juega la contraposición entre lo que es su historia previa y lo que es su historia posterior. Con ello se transforma en tanto en cuanto la actualidad actúa en su interior. Así se polariza el hecho histórico, siempre de nuevo y no del mismo modo, entre historia posterior. Y esto es algo que hace en lo externo a sí mismo, cual trazando una línea, en la actualidad en cuanto tal.
Lo característico de la experiencia dialéctica: destruir la apariencia de lo siempre-igual, –destruir incluso la repetición–, en el seno mismo de la historia.
Lo que importa en el caso del dialéctico: llevar en las velas el viento de la Historia Universal. Pensar es, para él, poner la vela. El cómo sea puesta es lo importante. Porque las palabras son sus velas. El cómo sean puestas las convierte en conceptos.
Escribir historia nos impone, en consecuencia, un citar historia. Pero ahí, en el concepto del citar, se da que el objeto histórico concreto quede arrebatado a su contexto.
Lotze. Microcosmos, III, Leipzig, 1864, p. 49. Cit. en Obra de los pasajes, N 13 a, 1
Los que en cada época están vivos se ven en el mediodía de la historia. Por eso están forzados a ofrecerle un banquete al pasado. El historiador es el heraldo que invita a los difuntos a la mesa.
La figura de cera en calidad de maniquí de la historia. En el gabinete de figuras de cera, el pasado se encuentra exactamente en ese estado de agregación que vive en el interieur la lejanía.
La historia es como Jano, y posee dos caras: pero ya mire al pasado o al presente, siempre verá ante sí las mismas cosas.
Es fundamental reconocer un momento puntual del desarrollo en su calidad de encrucijada. En una de ellas se presenta ahora lo que es el nuevo pensamiento histórico, ése que viene caracterizado por una más elevada concreción, por su rescate de las épocas de decadencia, por revisar la periodización, en general como en sus detalles, y cuya futura explotación revolucionaria o reaccionaria se decide ahora justamente. Pues, en este sentido, en los escritos de los surrealistas, como en el nuevo libro publicado por Heidegger, se nos anuncia una misma crisis en sus dos posibles soluciones.