No se puede pasar por alto el hecho de que el concepto de libertad se encuentra en peculiar correlación con el concepto mecánico de experiencia, y que el neokantismo lo ha desarrollado en conformidad con tal hecho. Pero también aquí hay que subrayar que la ética no puede reducirse al concepto de moralidad que tienen la Ilustración, Kant y los kantianos, del mismo modo que la metafísica no se reduce a lo que ellos llaman experiencia. Y de ahí resulta al mismo tiempo que disponiendo de un nuevo concepto de lo que es el conocimiento deba cambiar decisivamente no ya sólo el concepto de experiencia, sino también el de libertad.
¿Cuál es el programa de los partidos burgueses? Un primaveral poema malo, atiborrado de comparaciones hasta el punto de ir a reventar. De ese modo, en efecto, el socialista ve el ‘futuro mejor de nuestros hijos, como también el de nuestros nietos’, donde todos actúen ‘como si fueran ángeles’, todos tengan tanto ‘como si fueran ricos’ y todos vivan ‘como si fueran libres’. Pero por ahí no hay ni rastro ni de ángeles, ni de riqueza, ni de libertad.
«Los derechos humanos [argumenta Karl Kraus] son el frágil juguete de los adultos, uno con el cual todos quieren jugar y que por eso no dejan que les quiten». De este modo, la delimitación entre lo privado y lo público, esa que en 1789 vino a proclamar la libertad, se ha convertido hoy en un sarcasmo. Pues mediante el periódico, como dice Kierkegaard, «la distinción entre público y privado es relevada por una verborrea que es pública-privada».
Ese liberador encantamiento de que el cuento dispone no sólo pone en juego de forma mítica a la naturaleza, sino que alude a su complicidad con el ser humano liberado.
La sustitución del momento épico por lo que es el momento constructivo se revela condición de la experiencia [del historiador materialista]. En ella se liberan las poderosas fuerzas prisioneras del ‘érase una vez’ que es lo propio del historicismo. Pues la tarea del materialismo histórico es llevar a cabo con la historia la experiencia que es originaria para cada presente. El materialismo histórico se dirige hacia una consciencia del presente que hace saltar por los aires el supuesto continuo de la historia.
Ciertas libertades en la trama se nos revelan como ineludibles para, así, poner énfasis no en aquellas grandes decisiones que cabría esperar, sino en lo inconmensurable, lo individual. «Puede pasar esto, mas también esto otro»: es la actitud básica de quien escribe para el teatro épico.
El arte poética del romanticismo es el movimiento de disolución de todos los fenómenos en lo infinito, en lo absolutamente libre y religioso; y así justamente [...] es posible captar y conocer [...] la grandeza de Shakespeare.
La burguesía encuentra en Werther al semidiós que finalmente acepta sacrificarse por ella; de este modo, se siente redimida sin estar por ello liberada.
¿Por qué las acciones propias del colectivo serían no-libres, mientras serían libres, al contrario, las del individuo? Tal variante del determinismo es tan insondable tomada en sí misma como lo es en su significado para avanzar en el debate.
En el lenguaje puro –ése que ya a nada se refiere y que no expresa nada, sino que es la palabra tan creativa como inexpresiva a que todas las lenguas se refieren–, comunicación, sentido e intención alcanzan una capa en la que, al fin, se encuentran destinados a borrarse. Desde aquí se confirma la libertad de la traducción como derecho nuevo y superior. Porque no existe gracias al sentido que corresponde a la comunicación, emancipar del cual es la tarea que a la fidelidad le corresponde.
La libertad resulta acreditada en la lengua propia por su tensión al lenguaje puro. El redimir en la lengua propia ese lenguaje puro que se encuentra como cautivo en la lengua extraña, liberar el lenguaje preso en la obra misma al reescribirla, es la tarea para el traductor.
Pocas cosas fortalecerán en mayor grado la funesta fuerza del creciente impulso migratorio que el estrangulamiento de la libertad de cambiar de domicilio; nunca la libertad de movimiento se había encontrado con desproporción tan grande con la riqueza de medios de locomoción.
Cuando el impulso de jugar repentinamente invade a un adulto, esto no significa recaída en la infancia. Por supuesto jugar siempre supone una liberación. Al jugar los niños, rodeados de un mundo de gigantes, crean uno pequeño que es el adecuado para ellos; en cambio el adulto, rodeado por la amenaza de lo real, le quita horror al mundo haciendo de él una copia reducida.