El tiempo de la historia es infinito, pero lo es en cada dirección y está sin consumar en cada instante. Es decir: no es lícito pensar que un acontecimiento de carácter empírico tenga por fuerza una relación de carácter forzoso y necesario con la situación temporal en que sucede. En efecto, para el acontecer empírico, el tiempo sólo es forma, y algo que es aún más importante: forma sin consumar en cuanto tal.
La vida inmortal no es la vida eterna de la naturaleza, aunque parezca hallarse cerca de ella; la infinitud se encuentra superada en el concepto de la eternidad, mientras que alcanza en la inmortalidad lo que es su brillo más intenso.
Los románticos no conocen nada que sea infinito, sino ya, tan sólo, lo infinito mismo. Y lo infinito es el universo, la común esencia a toda cosa.
El arte poética del romanticismo es el movimiento de disolución de todos los fenómenos en lo infinito, en lo absolutamente libre y religioso; y así justamente [...] es posible captar y conocer [...] la grandeza de Shakespeare.
Actitud romántica del nórdico: ir acercándose a la infinitud a través de tejer su mundo onírico; y el rigor del meridional: compite con la infinitud del cielo azul para crear algo duradero.
Lo fatal no hace pie en el infinito, que no conoce las alternativas y para todo tiene algún lugar. Porque existe una tierra donde el hombre va siguiendo el camino desdeñado en la otra por el sosias. Y así su existencia se desdobla, habiendo un globo para cada una, y bifurcándose luego por segunda y por tercera vez: miles de veces. Llega así a poseer sosias completos e innumerables variantes de esos sosias, que multiplican y representan su persona, pero que sólo toman unos jirones del que es su destino. De esa manera, cuanto aquí debajo se pudo ser se es en otra parte. Y más allá de toda una existencia, desde el nacimiento hasta la muerte, que se ha vivido en multitud de tierras, vivimos todavía en otras muchas en diez mil ediciones diferentes.
Blanqui. L’eternité par les astres, recogido de Gustave Geffroy, L’enfermé, París, 1897, p. 399. Cit. en Obra de los pasajes
La misma y siempre igual monotonía, como el mismo completo inmovilismo, en los distintos astros extranjeros. El entero universo se repite nuevamente, sin fin; manotea incesante sin moverse del sitio.
Blanqui. L’eternité par les astres, recogido de Gustave Geffroy, L’enfermé, París, 1897, p. 402. Cit. en Obra de los pasajes
Cada particular combinación de la materia y de lo personal se repite por miles de millones de veces, para hacer así frente a cuanto necesita el infinito.
Blanqui. L’eternité par les astres, recogido de Gustave Geffroy, L’enfermé, París, 1897, p. 400. Cit. en Obra de los pasajes
Si es posible concebir el mundo como determinada magnitud de fuerza y en tanto que un número específico de centros de fuerza, [...] de eso mismo se sigue que, al interior del gran juego de dados en el que consiste su existir tiene que atravesar forzosamente un número de combinaciones calculable. En un tiempo infinito, cualquier combinación de las posibles se habría alcanzado alguna vez; todavía podemos decir más: se habría alcanzado infinitas veces. Y así, teniendo en cuenta que entre cada una de las combinaciones y el que es su próximo retorno tendrían que haberse ido sucediendo todas las demás combinaciones que aún fueran posibles, [...] de ese modo se habría demostrado todo un ciclo de series completamente idénticas.
Friedrich Nietzsche. Gesammelte Werke, Múnich, 1926, vol. XIX, p. 373. Cit. en Obra de los pasajes, D 8 a, 1
Imagen que introduce Baudelaire, en su carta a Armand Fraisse del 19 de febrero del 1860, como explicación de su teoría del poema breve, muy especialmente del soneto [...]: «¿Es que no ha observado que un trozo de cielo, visto a través de un tragaluz, o entre dos chimeneas o dos rocas, o a través de una arcada, nos ofrece una idea más profunda sobre lo que es el infinito que ese gran panorama que se abarca desde lo alto de cualquier montaña?».
Baudelaire. Lettres, París, 1915, pp. 238-239. Cit. en Obra de los pasajes, J 52, 5