El tiempo contenido en el instante en que la luz de la estrella destella para un hombre viene a ser del mismo material que lo perfilado por Joubert: «El tiempo también se halla, ya de antemano, en la eternidad; mas no es el tiempo terrenal, mundano ... Porque ese otro tiempo no destruye, tan sólo consuma».
Joseph Joubert, Pensées, París, 1883, p. 162. Cit. en Obras I, 2, p. 240
El spleen interpone varios siglos entre el instante presente y el que se acaba de vivir. Él es el incansable productor de lo ‘antiguo’.
El pasado sólo cabe retenerlo como imagen que relampaguea de una vez para siempre en el instante de su cognoscibilidad.
Articular el pasado históricamente no significa reconocerlo «tal y como ha sido» [en palabras de Ranke]. Significa apoderarse de un recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro.
El tiempo de la historia es infinito, pero lo es en cada dirección y está sin consumar en cada instante. Es decir: no es lícito pensar que un acontecimiento de carácter empírico tenga por fuerza una relación de carácter forzoso y necesario con la situación temporal en que sucede. En efecto, para el acontecer empírico, el tiempo sólo es forma, y algo que es aún más importante: forma sin consumar en cuanto tal.
Se puede hacer a este tiempo simultáneo con cualquier otro tiempo no presente. Pues se trata de un tiempo dependiente, parasitario respecto del propio de lo que es una vida superior, además de menos natural. Un tiempo que carece de presente, porque los instantes del destino sólo los hay en las novelas malas, y pasado y futuro igualmente tan sólo se conocen en modificaciones peculiares.
Lo importante es qué distancia obtiene el sentido actual respecto del antiguo, y cómo la distancia respecto de la antigua interpretación viene a ser una nueva cercanía a aquello que es el mito mismo, desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego [como dice André Gide] es como la jarra de Filemón: «ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter». El instante correcto también es un Júpiter.
La información tiene interés tan sólo en el breve instante en el que es nueva. Sólo está viva durante ese instante, y a él se entrega por completo sin tener ningún tiempo que perder. Pero la narración jamás se entrega, sino que, al contrario, concentra sus fuerzas, y, aún mucho después, sigue siendo capaz de desplegarse.
La dialéctica sin duda no precisa de las nebulosas lejanías: su casa son las cuatro paredes de la praxis, y ahí, puesta en pie en el umbral del instante, dice las palabras con que acaba La madre [la adaptación de Brecht de la obra de Gorki]: «Nunca se convierte ya en hoy mismo».
El agudo grito de pavor, el que produce el pánico, viene a ser el reverso de las fiestas de masas. En efecto, el ligero escalofrío que recorre los hombros lo desea. Pues para la existencia profunda e inconsciente de la masa, las fiestas y los fuegos son un juego que le ayuda sin duda a prepararse para el instante exacto en que se va a hacer mayor de edad, a la hora en que el pánico y la fiesta, cual dos hermanos que se reconocen tras estar separados mucho tiempo, se abrazan finalmente; en el momento de la revolución.
La información tiene un interés exclusivamente en el instante en que del todo es nueva. Ella vive tan sólo en ese instante, se entrega a él por completo y se explica sin pérdida de tiempo. Por el contrario, la narración nunca se entrega. Centra sus fuerzas en el interior, y así, mucho después, aún sigue siendo capaz de desplegarse.
Pues esta vida, tal como hoy la vives y justamente como la has vivido, la tendrás que vivir una vez más, y aún otras veces incontables; pero en ella nada será nuevo, sino que han de volver de nuevo a ti cada dolor y cada placer, cada suspiro y cada pensamiento, juntamente con todo lo pequeño y todo lo más grande de tu vida, según la misma serie y sucesión; [...] y esta luz [...] y este instante; y yo también. El eterno reloj de la existencia es girado de nuevo, ¡y tú con él!
Friedrich Nietzsche. Frölichen Wissenschaft, en Karl Löwith, Nietzsches Philosophie der ewigen Wiederkunft, Berlín, 1935, pp. 57-58. Cit. en Obra de los pasajes, D 10, 1