La moda tiene olfato para lo actual dondequiera que esto aún se mueva entre la espesura del otrora. Es el salto de tigre hasta el pasado.
Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo ‘actual’ por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.
La destinación de una revista es hacer patente el espíritu propio de su época. La actualidad de ese espíritu es más importante para ella que su unidad o claridad; por tanto una revista estaría condenada –como los periódicos– a la insustancialidad más completa si en ella no pudiera configurarse una vida con fuerza suficiente para salvar todo cuanto resulte problemático con base en su propia afirmación.
El criterio de verdadera actualidad no se encuentra en el público.
La universalidad filosófica es la forma en cuya realización puede una revista demostrar ser sensible a la verdadera actualidad.
En las manifestaciones de lo científico, todo lo actual y lo esencial suelen separarse mucho más que en el arte y la filosofía.
Lo importante es qué distancia obtiene el sentido actual respecto del antiguo, y cómo la distancia respecto de la antigua interpretación viene a ser una nueva cercanía a aquello que es el mito mismo, desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego [como dice André Gide] es como la jarra de Filemón: «ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter». El instante correcto también es un Júpiter.
[Tal como lo expresa Valery], «actualmente el hombre no cultiva aquello que nunca se deja abreviar». Hoy, en efecto, el hombre ha logrado abreviar hasta las narraciones.
Es muy común hablar de la eternidad de las obras, y se intenta atribuir a las más grandes duración y autoridad durante siglos, sin darse cuenta de que, de ese modo, se da el peligro de petrificarlas como copias museísticas de sí mismas. Pues, para decirlo brevemente, la ‘eternidad’ propia de las obras no es lo mismo que su viva duración. Y, para saber en qué consiste precisamente esta duración, lo mejor será confrontarlas con creaciones que les sean afines pertenecientes a nuestra propia época.
La mayor parte de nuestros autores dan un crédito firme e inquebrantable, que desde Freud se revela improcedente, a las confesiones de sus personajes, o al menos lo fingen. Eso porque no quieren entender que un informe que alguien hace de su pasado delata mucho más de su estado actual que del pasado de ése que está hablando.
Emmanuel Berl, Mort de la pensée bourgeoise, París, 1929, pp. 89-90. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 408