La reproducción en masa favorece la reproducción de masas. En desfiles gigantes y festivos, monstruosas asambleas, masivas celebraciones deportivas y, en fin, en la guerra, reproducidas hoy todas juntamente para su proyección y difusión, la masa se ve a sí misma cara a cara.
Obras I, 2, p. 44
Los movimientos de masas, con la guerra en primer lugar, representan un modo de comportamiento humano que corresponde con los aparatos. Las masas sin duda tienen el derecho a un cambio en la relación de propiedad, pero el fascismo trata de otorgarles una expresión para conservarla. Con ello desemboca en la estetización de la política.
Obras I, 2, p. 45
Cuanto más breve el tiempo de formación del obrero industrial, más largo se hace el que corresponde al militar. Tal vez forme parte de la preparación de la sociedad para la guerra total que hoy el ejercicio esté pasando de la praxis de la producción a la praxis de la destrucción.
Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo ‘actual’ por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.
El comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura. Lleve el diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición de amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes; ésos mismos que, para preservarlos, envían implacables a los otros a los frentes del hambre y del honor patrio, mientras que pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que los bienes no son lo más importante en esta vida. Dios nos conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella chusma no se vuelva aún más desvergonzada; para que la sociedad de aquellos únicos autorizados para disfrutar, que cree que las gentes sometidas a ella tienen ya amor bastante cuando de repente les contagian la sífilis, se vea al menos, cuando va a dormirse, atenazada por una pesadilla. Para que al menos pierdan el deseo de predicar moral ante sus víctimas e incluso de hacer chistes sobre ellas.
Karl Kraus, «Antwort an Rosa Luxemburg», en Die Fackel, noviembre de 1920, p. 8. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 1, p. 375
Como vivo en milenios, siempre se me hace raro el oír hablar de las estatuas o los monumentos. No consigo pensar en una estatua que le esté dedicada a un hombre de mérito sin imaginarla derribada y destruida a causa de las guerras del futuro. Los barrotes de Coudray que están en torno a la tumba de Wieland ya los veo relucir como herraduras bajo los cascos de una caballería venidera.
Conversación de Goethe con Eckermann, 5 de julio de 1827. Cit. en Obras II, 1, p. 424
Un vistazo al periódico muestra que la experiencia hoy ha alcanzado un nuevo punto bajo; que no sólo la imagen del mundo exterior, sino también la imagen del mundo moral ha sufrido de la noche a la mañana cambios que no se habrían considerado posibles. Con la Guerra Mundial se empezó a hacer patente aquel proceso que no se ha detenido desde entonces. ¿No se observó al acabar la guerra que la gente volvía enmudecida del frente?
No hay experiencia más firmemente desmentida de lo que han sido las experiencias estratégicas mediante la guerra de trincheras, las experiencias económicas mediante la inflación, las experiencias corporales mediante la batalla de las máquinas, las experiencias morales mediante los que ejercen el poder.
Hoy el siglo XX ya ha ido viendo cómo la rapidez de los transportes y la capacidad de los aparatos que reproducen palabra y escritura han superado las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de este umbral son radicalmente destructivas. Ante todo fomentan la técnica de la guerra y su preparación en la opinión. De este desarrollo, que es clasista, es posible decir y sostener que ha tenido lugar a las espaldas del siglo pasado, el cual no fue consciente de las energías destructivas de la técnica.
El sueño participa de la historia, y una estadística del sueño avanzaría, mucho más allá del encanto que emana el paisaje anecdótico, hacia el desierto de un campo de batalla. Así, los sueños han ordenado guerras, y en tiempos ahora inmemoriales las guerras establecían lo justo y lo injusto e, incluso, los límites del sueño.
La hostilidad de Goethe frente a la guerra de liberación de los alemanes contra Napoleón, que ha escandalizado largamente a la historia burguesa de la literatura, es muy comprensible en el contexto de los condicionamientos políticos de Goethe. Porque Napoleón, antes que fundador del imperio europeo, era para él, como escritor, fundador de su público europeo.
Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le fue favorable, el burgués piensa que cualquier estado que lo desposea ha de ser inestable como tal. Pero una situación estable no tiene por sí misma por qué ser agradable, y ya antes de la guerra había capas para las que la situación estabilizada era la miseria estabilizada. La decadencia no es menos estable ni prodigiosa que el auge, y sólo un cálculo que admita ver en la decadencia la única ratio de la situación actual podrá salir del asombro enervador ante lo que se repite cada día y entenderá los fenómenos de decadencia como lo verdaderamente estable, incluso como la única salvación, más aún como algo extraordinario que linda con lo milagroso e incomprensible. […] De manera que el único remedio, en espera de que llegue el asalto final, es volver la mirada a lo extraordinario, lo único que todavía nos puede salvar.
No hay guerras abstractas, sino guerras concretas que siempre son fenómenos de la vida económica del hombre.
Si ya no le aplicamos un ideal de virtud a la educación del individuo, ¿no será un penoso diletantismo poner a la razón como institutriz para las clases? –Y hablamos de clases porque hoy la guerra entre los pueblos no es ya un fenómeno primario, sino secundario–. La primera tarea de la razón no es educar, sino dominar, dominio que no sólo le prohibe el cegar las fuentes del poder, sino que obligará a movilizarlas con el objeto de conseguir sus fines justo en los momentos decisivos.
La haussmannización de París y las provincias fue la gran plaga del Segundo Imperio. [...] «Si las obras van bien, todo va bien», dice un adagio popular, que ha pasado al estado de axioma económico intocable. Según eso, cien pirámides de Keops, ascendiendo juntas hacia el cielo, serían el innegable testimonio del desbordar de la prosperidad. Un extraño cálculo, sin duda. En un estado bien organizado, donde el ahorro no ahogue la inversión, la construcción sería un buen termómetro de la fortuna pública existente. Dado que nos revela en ese caso un crecimiento de la población junto a un excedente de trabajo donde se [...] fundamenta el porvenir. Fuera de esas estrictas condiciones, la paleta no acusa sino las fantasías asesinas características del absolutismo. Que, si olvida un instante su pasión de la guerra, al punto se ha de ver arrebatado por la pasión de la construcción.
Auguste Blanqui. Critique sociale, París, 1885, vol. I, pp. 109-111 (nota fechada a 26 de mayo del año 1869). Cit. en Obra de los pasajes, E 11 a, 1
Lo de Haussmann hoy se pone en obra, como la guerra de España nos lo enseña, por medios totalmente diferentes.
Las sociedades secretas de los demócratas eran chovinistas, y unas que pretendían impulsar la propaganda internacional de la República a través de la guerra.