La liberación del objeto de su envoltorio, la destrucción del aura, es distintivo de una percepción cuya sensibilidad para lo homogéneo en el mundo ha crecido tanto actualmente que, a través de la reproducción, sobrepasa también lo irrepetible.
Obras I, 2, p. 17
«Perdido en las fealdades de este mundo y atrapado por las multitudes, soy un hombre causado cuyo ojo no alcanza a ver, en la hondura de los años, sino inquietudes y amarguras, viendo ante mí tan sólo un huracán en el que nada nuevo se contiene, vacío de dolor y de enseñanzas».
Charles Baudelaire, Œuvres, París, 1931-32, p. 641. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, pp. 258-259
Parece que, por momentos, Baudelaire hubiera ya captado ciertos rasgos de esta inhumanidad aún por venir. En Cohetes se lee: «El mundo va a acabarse ... Pido simplemente a todo hombre que piense que muestre qué subsiste de la vida ... No es en especial por las instituciones políticas como se vendrá a manifestar por cierto la ruina universal ..., sino por la vileza a que llegarán los corazones. ¿Es preciso que diga que lo poco que quedará de lo político se debatirá entre la opresión de una animalidad ya general, y que los gobernantes se van a ver forzados, para mantenerse y proyectar un fantasma de orden, a recurrir a medios que harían estremecer nuestra humanidad de hoy, sin embargo ya tan endurecida? ... Esos tiempos están quizá muy próximos; ¿quién sabe si no han llegado ya, y si el pesado espesamiento de la que es nuestra naturaleza no es el único obstáculo que impide que apreciemos ese medio en el cual respiramos?».
Hoy no estamos ya mal situados para convenir en la justeza que muestran estas frases, y es muy posible incluso el que aún se hagan más siniestras. Quizá la condición de la clarividencia de que nos dan prueba esas palabras era menos un don de observador que aquella destreza que ha de poseer el solitario en el seno de las multitudes. ¿Es audaz en exceso pretender que son aquellas mismas multitudes las que ahora van siendo modeladas por las manos de los dictadores?
El ‘orden moral del mundo’ no queda restablecido [en la tragedia], sino que, en su seno, el hombre moral quiere enderezarse, todavía mudo e infantil (y como tal se le llama ‘héroe’), en el temblor del mundo atormentado. La paradoja que constituye el nacimiento del genio en el silencio moral, en la que aún es infantilidad moral, es pues lo sublime en la tragedia. Probablemente ésa sea la razón de lo sublime en tanto tal, donde el genio aparece antes que Dios.
En la secreta ciencia del poeta épico –el único que hace la felicidad comunicable– cada pequeño trozo de mundo observado viene a pesar tanto como el resto de todo lo real.
El lenguaje tiene preferencia. Pero no solamente sobre el sentido. También sobre el yo. En el ensamble del mundo, el sueño afloja la individualidad igual que un diente hueco. Y este aflojamiento del yo en la embriaguez es, al mismo tiempo, la experiencia viva y tan fecunda que hizo salir a los surrealistas del hechizo de la embriaguez en cuanto tal. No es éste el lugar para describir la experiencia de los surrealistas en todo su alcance. Pero quien ha comprendido que los textos adscritos a este círculo no son literatura, sino otras cosas (manifestación, consigna, documento, bluff, o, si se quiere, falsificación), también ha comprendido que aquí se habla literalmente de experiencias, y no de teorías o, aún mucho menos, de fantasmas.
[Sobre] la dialéctica de la embriaguez: ¿no será todo éxtasis en un mundo sobriedad vergonzosa en el complementario?
Un vistazo al periódico muestra que la experiencia hoy ha alcanzado un nuevo punto bajo; que no sólo la imagen del mundo exterior, sino también la imagen del mundo moral ha sufrido de la noche a la mañana cambios que no se habrían considerado posibles. Con la Guerra Mundial se empezó a hacer patente aquel proceso que no se ha detenido desde entonces. ¿No se observó al acabar la guerra que la gente volvía enmudecida del frente?
De manera que apenas es posible caracterizar de forma unívoca el curso del mundo […]. ¿Está determinado por la historia de la salvación o por la historia de la naturaleza? Lo único seguro es que el curso del mundo está fuera de todas las categorías históricas.
Lo grotesco es el máximo incremento de lo representable en los sentidos [...] las figuras grotescas son al tiempo expresión de la intensa salud de una época [...]. Las fuerzas impulsoras de lo grotesco tienen un tajante contrapolo. También las épocas decadentes y los cerebros enfermos tienden a formar las figuras grotescas. Pero en estos casos lo grotesco es la estremecedora contraparte del hecho de que a esas épocas y a esos individuos los problemas del mundo y de la vida les parecen del todo irresolubles.
Eduard Fuchs. Tang-Plastik, Munich, 1924, p. 44. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 87
Galy Gay es presentado como un hombre «que no sabe nunca decir no». Pero eso, a su vez, también es sabio. Pues de este modo Galy Gay admite las contradicciones de la vida en el único lugar en el que éstas pueden superarse: en el ser humano. Sólo «el que está de acuerdo» tiene oportunidad de cambiar el mundo.
La fotografía es cada vez más sutil y moderna, y el resultado es que hoy ya no se puede fotografiar una casa o un montón de basura sin transfigurarlo. La fotografía no está en condiciones de decir sobre una presa o una fábrica otra cosa que ésta: que el mundo es bello. Y El mundo es bello es el título del más célebre libro de fotografías de Renger-Patzsch, cumbre de la fotografía de la tendencia de la llamada Nueva Objetividad. Y esta fotografía ha conseguido el convertir incluso la miseria en directo objeto de disfrute, al captarla de forma que es propia de la moda.
Las autocontradicciones son lo último que hubiera podido confundir a Gide. «Iba hasta el final –nos dice él mismo– en cada una de las direcciones que tomaba, para ir así a continuación, con decisión igual, en dirección contraria». Esta absoluta negación de todo compromiso con el término medio, esta adhesión a los extremos, es una dialéctica, pero no como método del intelecto: como hálito vital, como pasión. El mundo, en los extremos, todavía está completo y sano; pues todavía es naturaleza.
La riqueza y la velocidad son hoy por cierto eso que el mundo admira y que todos desean. Los ferrocarriles, los vapores, el correo y todas las facilidades de la comunicación son lo que ahora busca el mundo culto para cultivarse todavía permaneciendo en la mediocridad... Propiamente, este siglo corresponde a las cabezas capaces, a las personas prácticas que, provistas de cierta destreza, sientan su superioridad sobre los muchos, sin que tengan talento para cumplir lo máximo. Mantengámonos pues lo más posible en la mentalidad con que vinimos, y así tal vez, con unos pocos, podamos ser los últimos de un tiempo que tardará bastante en regresar.
Carta de J. W. Goethe a K. F. Zelter del 6 de junio de 1825. Cit. en W. Benjamin, Obras IV, 1, p. 94.
La imagen interior de nuestro ser que llevamos dentro de nosotros es improvisación pura y directa, y lo es a cada momento. Depende de las máscaras que se le van presentando, una tras otra. El mundo es el arsenal de dichas máscaras.
Cada mañana que llega nos informa las novedades que suceden en el mundo. Pero somos pobres sin embargo en historias que tengan interés. ¿A qué se debe esto? A que ya no llegan a nosotros acontecimientos que no vengan entremezclados con explicaciones. Dicho en otras palabras: casi nada de cuanto nos sucede beneficia a la narración; casi todo es informativo. La mitad del arte de narrar consiste en liberar alguna historia de explicaciones al reproducirla.
Cuando el impulso de jugar repentinamente invade a un adulto, esto no significa recaída en la infancia. Por supuesto jugar siempre supone una liberación. Al jugar los niños, rodeados de un mundo de gigantes, crean uno pequeño que es el adecuado para ellos; en cambio el adulto, rodeado por la amenaza de lo real, le quita horror al mundo haciendo de él una copia reducida.
El mundo... sólo vive de sí mismo: sus excrementos son su nutrición.
Friedrich Nietzsche. Gesammelte Werke, Múnich, 1926, vol. XIX, p. 371. Cit. en Obra de los pasajes, D 8, 4
Si es posible concebir el mundo como determinada magnitud de fuerza y en tanto que un número específico de centros de fuerza, [...] de eso mismo se sigue que, al interior del gran juego de dados en el que consiste su existir tiene que atravesar forzosamente un número de combinaciones calculable. En un tiempo infinito, cualquier combinación de las posibles se habría alcanzado alguna vez; todavía podemos decir más: se habría alcanzado infinitas veces. Y así, teniendo en cuenta que entre cada una de las combinaciones y el que es su próximo retorno tendrían que haberse ido sucediendo todas las demás combinaciones que aún fueran posibles, [...] de ese modo se habría demostrado todo un ciclo de series completamente idénticas.
Friedrich Nietzsche. Gesammelte Werke, Múnich, 1926, vol. XIX, p. 373. Cit. en Obra de los pasajes, D 8 a, 1
Esa nota de Nietzsche de que la doctrina del eterno retorno no implica ningún mecanicismo parece hacer valer precisamente aquel fenómeno del perpetuum mobile (eso sería el mundo, según él) en calidad de instancia contra la concepción mecanicista.
La importancia que es propia de Baudelaire radica en el hecho de ser quien primero, y sin duda también con más acierto, viene a confrontarse con el hombre en tanto que alienado de sí mismo –en el doble sentido de ese término–; y ello reconociéndolo y blindándolo contra un mundo ya cosificado.
Dado que el inconsciente colectivo [...] viene a ser el grabado sedimento –que se se deposita en el sistema central y simpático– del pasado del mundo, constituye [...] una especie de imagen plenamente intemporal, y así, en cierta medida, eterna, del mundo, la cual se contrapone en consecuencia a lo que es nuestra imagen momentánea del mundo en la conciencia.
C. G. Jung. Seelenprobleme der Gegenwart, Zürich/Leipzig/Stuttgart, 1932, p. 326. Cit. en Obra de los pasajes, K 6, 1
Salir de casa como un llegar de lejos; descubrir ese mundo en que se vive.
Encyclopédie française, vol. XVI, p.64, 1. Cit. en Obra de los pasajes, M 10 a, 4
Para el flâneur perfecto [...] el mayor goce es domiciliarse con el número [...] Estar fuera de casa y sentirse en casa en todas partes; contemplar el mundo, estar estrictamente en el centro del mundo y mantenerse oculto para el mundo.
Baudelaire. L’art romantique, París, pp. 64-65. Cit en Obra de los pasajes, M 14 a, 1