La idea del eterno retorno hace del acontecimiento histórico un artículo de masas.
Nada de lo que haya acontecido se ha de dar para la historia por perdido. Por supuesto que sólo a la humanidad redimida le incumbe enteramente su pasado. Cosa que significa que sólo para esa humanidad redimida se ha hecho convocable su pasado en todos y cada uno de sus momentos. Y es que cada uno de sus instantes vividos se convierte en una citation à l’ordre du jour: ése día que es el del Juicio Final, precisamente.
A la historiografía materialista le subyace un principio constructivo. Ahí del pensamiento forman parte no sólo el movimiento del pensar, sino ya también su detención. Cuando el pensar se para, de repente, en una particular constelación que se halle saturada de tensiones, se le produce un shock mediante el cual él se cristaliza como mónada. El materialista histórico sólo se acerca a un objeto histórico en cuanto se lo enfrenta como mónada. Y, en esta estructura, reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o, dicho de otro modo, de una oportunidad revolucionaria dentro de la lucha por el pasado oprimido. Y la percibe para hacer saltar toda una época concreta respecto al curso homogéneo de la historia; con ello hace saltar una vida concreta de la época, y una obra concreta respecto de la obra de una vida. El resultado de su procedimiento consiste en que en la obra queda conservada y superada la obra de una vida, como en la obra de una vida una época, y en la época el decurso de la historia.
El tiempo de la historia es infinito, pero lo es en cada dirección y está sin consumar en cada instante. Es decir: no es lícito pensar que un acontecimiento de carácter empírico tenga por fuerza una relación de carácter forzoso y necesario con la situación temporal en que sucede. En efecto, para el acontecer empírico, el tiempo sólo es forma, y algo que es aún más importante: forma sin consumar en cuanto tal.
En cuanto respecta al tiempo mecánico, es aquí preciso señalar que la fuerza determinante de la forma histórica del tiempo no puede ser captada plenamente por ningún tipo de acontecimiento empírico, ni se recoge tampoco plenamente en ningún acontecimiento empírico concreto. Ese perfecto acontecimiento desde el punto de vista de la historia viene a ser más bien algo que se halla empíricamente indeterminado, es decir, una idea.
Cuanto más remoto nos resulta un acontecimiento, tanto más va teñido de destino, muy superior en esto a cualquier acontecimiento de carácter presente o incluso uno atemporal. Ese acontecimiento ya ha acabado, y condiciona el mundo en que vivimos. Y en todo aquello que nos condiciona nos hallamos sin duda más dispuestos a admitir el destino que no para nosotros; pues incluso buscamos el destino como nuestra previa condición, rechazándolo en cambio en lo que hace a nuestra existencia.
Reflejar la realidad no puede ser el contenido del arte, pero esto no impide que sea expresión válida del esfuerzo empeñado por los grandes poetas. Dicho reflejo es el comportamiento particular del poeta épico. Desplegar el plan natural en toda su amplitud es propio de él, igual que es propio para el dramaturgo hacer un corte en la estructura del acontecer, y es propia del lírico la infinita concentración de la existencia.
[La nuestra es] esa época ruidosa en la cual retumba la espantosa sinfonía de los actos que producen noticias, y de las noticias culpables de actos.
¿Es la prensa pues un mensajero? No: ella es el acontecimiento. ¿Es la prensa un discurso? No, es la vida. Pues no sólo pretende que los verdaderos acontecimientos sean sus noticias de los acontecimientos, sino que produce esa inquietante identidad que hace que parezca que se relatan las acciones antes de que sean llevadas a cabo, como también produce muchas veces lo que es su propia posibilidad.
Karl Kraus, In dieser grossen Zeit, en Weltgericht, vol. I, Leipzig, 1919, p. 14. Cit. en Obras II, 1, p. 351
La prensa no es un siervo –¿cómo iba un siervo a reclamar y obtener tanto?–, sino ya el acontecimiento. Así, una vez más, el instrumento se nos escapa de las manos. Pues hemos puesto al hombre que debe avisarnos de que hay un incendio, y que debe ocupar el lugar más bajo en el Estado, por encima del mundo, así como del incendio y de la casa, y aun por encima de los hechos y de nuestra misma fantasía.
Karl Kraus, In dieser grossen Zeit, en Weltgericht, vol. I, Leipzig, 1919, p. 14. Cit. en Obras II, 1, p. 351
Kafka, tras cada gesto, como El Greco, nos presenta el cielo; pero igual que en El Greco –patrón de los expresionistas– sucedía, el gesto es aquí lo decisivo, el centro mismo de los acontecimientos.
La cuestión no es aquí [en Moscú] qué realidad es mejor, qué voluntad está en mejor camino, sino: ¿qué realidad es convergencia interior con la verdad?, ¿qué verdad se prepara interiormente para converger con lo real? Sólo aquel que dé aquí una respuesta clara es ‘objetivo’. Pero no frente a sus contemporáneos […], sino ya frente a los acontecimientos […]. Sólo el que en el seno de la decisión hace una paz dialéctica con el mundo puede captar lo concreto. Pero el que quiera decidirse a partir de ‘la base de los hechos’ verá cómo los hechos le van dando la espalda.
Cada mañana que llega nos informa las novedades que suceden en el mundo. Pero somos pobres sin embargo en historias que tengan interés. ¿A qué se debe esto? A que ya no llegan a nosotros acontecimientos que no vengan entremezclados con explicaciones. Dicho en otras palabras: casi nada de cuanto nos sucede beneficia a la narración; casi todo es informativo. La mitad del arte de narrar consiste en liberar alguna historia de explicaciones al reproducirla.
Retomar en la historia lo que es el principio del montaje. Erigir las grandes construcciones con los más pequeños elementos, confeccionados con perfil seco y cortante, para descubrir en el análisis del pequeño momento singular el cristal del total acontecer. Provocar de este modo la ruptura con el naturalismo histórico vulgar. Comenzar a captar la construcción de la propia historia en cuanto tal, haciendo de la estructura comentario.