destino

El significado del tiempo consumado en el destino trágico sale a la luz en los momentos destacados de pasividad: a saber, en el acto de la decisión trágica, en el momento retardador, en la catástrofe.

Trauerspiel y tragedia

Obras II, 1, p. 139

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La medida trágica de Shakespeare se basa en la grandeza con que distingue y precisa los diversos estadios de la tragicidad en su condición de repeticiones de un tema. Por el contrario, la tragedia antigua muestra por su parte un incremento que se hace más formidable cada vez de las fuerzas trágicas. Los antiguos conocen el destino trágico; Shakespeare el héroe trágico, la acción trágica.

Trauerspiel y tragedia

Obras II, 1, p. 139

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En la configuración clásica griega de lo que es la idea de destino, la dicha que se concede a una persona nunca se entiende como confirmación de la inocencia de su vida, sino en calidad de tentación para la mayor culpa, que es la hýbris. Así pues, el destino no se relaciona con la inocencia.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 178

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La dicha es justamente lo que saca al dichoso de la concatenación de los destinos y de la misma red de su destino.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 178

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El derecho eleva las leyes del destino –la desdicha y la culpa– a medidas ya de la persona; es desde luego falso suponer que tan solo la culpa se encuentra en el contexto del derecho, pudiéndose mostrar sin duda alguna que todo tipo de inculpación jurídica no es en realidad sino desdicha. Bien equívocamente, debido a su indebida confusión con lo que es el reino de la justicia, el orden del derecho –que tan sólo es un resto del nivel demoníaco de existencia de los seres humanos, en el que las normas jurídicas determinaban no sólo las relaciones entre ellos, sino también sus relaciones con los dioses– se ha mantenido más allá del tiempo que abrió la victoria sobre dichos demonios. No en el derecho, sino en la tragedia, fue el espacio en el cual la cabeza del genio se logró elevar por vez primera de la espesa niebla de la culpa, dado que en la tragedia se quiebra ya el destino demoníaco.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 178

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El destino se muestra en cuanto observamos una vida como algo condenado, en el fondo como algo que primero fue ya condenado y, a continuación, se hizo culpable. Goethe resume ambas fases cuando dice: «Hacéis que los pobres devengan culpables». El derecho no condena por tanto al castigo, sino a la culpa. Y el destino es con ello el plexo de culpa de todo lo vivo.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 179

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El ser humano no tiene un destino, sino que el sujeto del destino es como tal indeterminable. Puede el juez ver destino donde quiera; al castigar, lo dicta ciegamente. Y aunque el hombre no queda afectado por esto, sí se afecta la mera vida en él, que, en virtud de la luz, participa en la culpa natural como participa en la desdicha.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 179

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Se puede hacer a este tiempo simultáneo con cualquier otro tiempo no presente. Pues se trata de un tiempo dependiente, parasitario respecto del propio de lo que es una vida superior, además de menos natural. Un tiempo que carece de presente, porque los instantes del destino sólo los hay en las novelas malas, y pasado y futuro igualmente tan sólo se conocen en modificaciones peculiares.

Destino y carácter

Obras II, 1, p. 180

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Allí donde hay destino hay un trozo de historia reconvertido en naturaleza. De ahí que al moderno dramaturgo se le presente en calidad de configuración de dicho destino la tarea de lograr que surja la necesaria totalidad de los detalles […] que la fuente histórica le ofrece.

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Cuanto más remoto nos resulta un acontecimiento, tanto más va teñido de destino, muy superior en esto a cualquier acontecimiento de carácter presente o incluso uno atemporal. Ese acontecimiento ya ha acabado, y condiciona el mundo en que vivimos. Y en todo aquello que nos condiciona nos hallamos sin duda más dispuestos a admitir el destino que no para nosotros; pues incluso buscamos el destino como nuestra previa condición, rechazándolo en cambio en lo que hace a nuestra existencia.

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La exposición adecuada del destino no puede ser histórica ni épica, sino sólo dramática.

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El auténtico –romántico– drama de destino se opone pues a la tragedia antigua, que elude el orden del destino.

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El nexo ineludible de las causas no es en sí un nexo de destino.

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La tesis determinista, en cuanto teoría sobre lo que sucede en la naturaleza, no puede determinar una forma artística. No sucede lo mismo con la auténtica idea de destino, en la que el motivo decisivo es la suposición del sentido eterno de esa concreta determinación.

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El núcleo del concepto de destino es la convicción de que sólo la culpa –que, en este contexto, siempre es una culpa creatural, como lo es el pecado original–, y no un error moral, hace de la causalidad el instrumento de un hado que avanza de forma incontenible.

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El centro de gravedad que corresponde al movimiento del destino es sin duda la muerte, mas la muerte no como castigo, sino en calidad de expiación: en tanto que expresión del sometimiento de la vida culpable a la ley de la vida natural.

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El destino no pertenece en ningún caso al ámbito causal, sino antes bien al teleológico, por lo cual no resulta de la motivación más minuciosa, sino de lo prodigioso como tal.

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El azar es figura de la necesidad abandonada por Dios. Y por eso, en Green, el reprobado interior de la pasión se halla tan dominado por el exterior que la pasión ya no es sino agente del azar en la creatura. La velocidad, que es parte de él, comunica desesperación a los destinos. Y, a su vez, la esperanza es el ritardando del destino.

Julien Green

Obras II, 1, p. 336-337

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En la desesperante estereotipia de todos los momentos de destino, los personajes de Green se le hacen presentes al lector como las figuras del infierno de Dante en lo irrevocable del Juicio Final. Pues justamente esa estereotipia es el signo mismo del estadio infernal, y, si consentimos estudiarla a fondo, lo que normalmente se llama ‘destino’ viene a revelarse de repente como la forma perfecta, despiadada, en que el azar ordena. Como la forma más desesperante. Pues la desesperanza ya perfecta es la que se da en la perfección.

Julien Green

Obras II, 1, p. 338

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La insuficiencia de nuestro espíritu viene a permitir precisamente el dominio de las fuerzas del azar, como de los dioses y el destino. Si tuviéramos respuestas para todo –es decir, si tuviéramos respuestas exactas– tales fuerzas no existirían. [...] Lo percibimos con tanta claridad que acabamos volviéndonos contra nuestras preguntas. Por aquí es preciso comenzar. Tenemos que elaborar una pregunta anterior a todas las preguntas que les pregunte cuál es su valor.

Paul Valéry

Paul Valéry, TelQuel, en Oeuvres, vol. 2, París, 1971, p.647 y ss. Cit. en Obras II, 1, p. 407

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Ya dijo Hermann Cohen en una observación ocasional sobre la idea antigua de destino que «se hace insoslayable conocer […] que son sus propios órdenes los que parecen ocasionar y provocar su misma defección». Y eso mismo sucede con la jurisdicción cuyo procedimiento se vuelve contra K. Ella nos hace retroceder de pronto, más allá de la Ley de las Doce Tablas, a un concreto pasado sobre el cual una de las victorias más audaces fue el derecho escrito. Ciertamente que aquí está el derecho como escrito en las leyes, pero permanece ahí, oculto, y, basándose en ellas, ejerce el pasado más remoto su poder de forma ilimitada.

Franz Kafka

Obras II, 2, pp. 12-13

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Pues ahora y aquí no hay esperanza mientras cada destino aterrador, cada destino oscuro, sea discutido en sus detalles una hora tras otra por la prensa, analizado en sus causas más ficticias y en sus más ficticias consecuencias, lo cual no nos ayuda a conocer esas oscuras fuerzas a que nuestra vida está sujeta.

Calle de dirección única

Obras IV, 1, p. 37.

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Vi de repente dos bandadas de gaviotas […]. Los pájaros de la izquierda, sobre el fondo del cielo fenecido, guardaban algo de su claridad, aparecían y desaparecían a cada giro […], y parecían no dejar de tejer ante mí, con el movimiento de sus alas, una serie ininterrumpida e infinita de signos, una malla efímera y mudable, mas sin duda legible […]. Todo estaba aún por descifrar, y mi destino pendía de cada señal que las aves emitían […]. Yo era sólo el umbral sobre el que esos mensajeros innombrables cambiaban sin cesar del negro al blanco, por encima del aire.

Imágenes que piensan

Obras IV, 1, p. 335.

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Los grandes fisonomistas –los coleccionistas son fisonomistas del extenso mundo de las cosas– se vuelven adivinos del destino.

Imágenes que piensan

Obras IV, 1, p. 338.

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Es otra vez mi superstición. Creo que cualquier cosa se puede convertir en un presagio, consulto así un oráculo cien veces al día. No hace falta contarte los detalles. Por ejemplo, un insecto que se arrastra me va dando respuesta a mis preguntas sobre mi destino. ¿No es esto impropio de un profesor de física? […] Tal vez sí, tal vez no. Sé que la Tierra gira, pero no me avergüenzo por pensar que está quieta.

Lichtenberg. Un perfil

Gesammelte Schriften, IV, 2, p. 706

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En lo que hace al coleccionista, y sin duda en cada uno de sus objetos, el mundo está presente y ordenado. Pero esto en relaciones soprendentes, incomprensibles sin más para el profano. Pues se encuentra, en efecto, respecto al orden y esquematización que son habituales en las cosas, más o menos como el orden dominante en una enciclopedia confrontado a un orden natural. [...] Así, tanto los datos ‘objetivos’ como por supuesto cualquier otro dato, reúnen para el verdadero coleccionista, en cada una de sus posesiones, una completa enciclopedia mágica, un orden del mundo cuyo esbozo es el destino mismo de su objeto. Con ello, en la estrechez de este terreno, es posible llegar a comprender cómo los mayores fisonomistas (y los coleccionistas son sin duda fisonomistas del mundo de las cosas) se vuelven zahoríes del destino.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, H 2, 7; H 2 a, 1

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Pues en el casino y el burdel se busca el mismo goce del pecado: colocar el destino en el placer.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, O 1, 1

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