El destino se muestra en cuanto observamos una vida como algo condenado, en el fondo como algo que primero fue ya condenado y, a continuación, se hizo culpable. Goethe resume ambas fases cuando dice: «Hacéis que los pobres devengan culpables». El derecho no condena por tanto al castigo, sino a la culpa. Y el destino es con ello el plexo de culpa de todo lo vivo.
El ser humano no tiene un destino, sino que el sujeto del destino es como tal indeterminable. Puede el juez ver destino donde quiera; al castigar, lo dicta ciegamente. Y aunque el hombre no queda afectado por esto, sí se afecta la mera vida en él, que, en virtud de la luz, participa en la culpa natural como participa en la desdicha.
El centro de gravedad que corresponde al movimiento del destino es sin duda la muerte, mas la muerte no como castigo, sino en calidad de expiación: en tanto que expresión del sometimiento de la vida culpable a la ley de la vida natural.
La pasión –y éste es un motivo fundamental de la passio– no atenta sólo contra los divinos mandamientos, sino también contra el orden natural. Y por eso despierta la totalidad de las fuerzas destructivas del cosmos. Lo que cae sobre la persona apasionada no viene a ser tanto el juicio divino, como la revuelta de la naturaleza contra quien rompe su paz y deforma su rostro, un castigo profano que queda consumado a través de ella misma; y uno, además, que es obra del azar.
En el mundo de Kafka [como podemos ver en El proceso] la belleza emerge solamente en los más recónditos lugares, por ejemplo en los acusados: «Esto es un fenómeno notable, propio en cierto sentido de lo que son las ciencias naturales [...]; desde luego no puede ser la culpa lo que los vuelve bellos [...]; y sin duda tampoco puede ser el castigo correcto lo que ya ahora nos los vuelve bellos [...]; eso puede deberse solamente al procedimiento incoado contra ellos, que se les adhiere de algún modo».
El eterno castigo del Infierno quizás haya quebrado el más terrible extremo de la idea del eterno retorno en el mundo antiguo. Ahí se pone lo eterno del suplicio frente al eterno curso circular.