El destino se muestra en cuanto observamos una vida como algo condenado, en el fondo como algo que primero fue ya condenado y, a continuación, se hizo culpable. Goethe resume ambas fases cuando dice: «Hacéis que los pobres devengan culpables». El derecho no condena por tanto al castigo, sino a la culpa. Y el destino es con ello el plexo de culpa de todo lo vivo.
A la traducción de La tempestad [realizada por Wieland] le siguió la de otros veintiún dramas de Shakespeare. Para apreciar aquellas traducciones conviene recordar esas palabras que Goethe les dedica en Poesía y verdad: «Lo que surte su efecto de manera sólida y profunda, lo que de verdad nos educa y nos alienta, es aquello que queda del poeta al traducirlo en prosa. Lo que nos queda entonces es el puro y perfecto contenido».
Como vivo en milenios, siempre se me hace raro el oír hablar de las estatuas o los monumentos. No consigo pensar en una estatua que le esté dedicada a un hombre de mérito sin imaginarla derribada y destruida a causa de las guerras del futuro. Los barrotes de Coudray que están en torno a la tumba de Wieland ya los veo relucir como herraduras bajo los cascos de una caballería venidera.
Conversación de Goethe con Eckermann, 5 de julio de 1827. Cit. en Obras II, 1, p. 424
Goethe entendía la historia sólo como historia natural; sólo la entendía en la medida en que la historia de la naturaleza aún se ligara con la creatura.
A diferencia de casi todos los intelectuales de su tiempo, Goethe nunca logró sentirse a gusto con la ‘bella apariencia’.
Para Goethe, la meta natural de la ciencia es que el ser humano se comprenda a sí mismo cuando piensa y actúa. […] Pero el mayor beneficio resultante del conocimiento de la naturaleza sin duda consistía para él en la forma que ésta le otorga a una vida. Goethe desplegó aquella idea hasta alcanzar un estricto pragmatismo: «Sólo lo fecundo es verdadero».
Junto a la idea de metamorfosis, aquí es determinante para Goethe la propia idea de polaridad, que atraviesa sus investigaciones. La oscuridad para él no es simplemente una ausencia de la luz –en ese caso no podríamos percibirla–, sino que es una forma de contra-luz positiva.
La definición kantiana de lo orgánico como finalidad cuyo fin está dentro y no fuera de la misma creatura sin duda concordaba con los conceptos de Goethe. La unidad de lo bello, incluido lo bello natural, siempre es independiente de los fines: Kant y Goethe están de acuerdo en eso.
La hostilidad de Goethe frente a la guerra de liberación de los alemanes contra Napoleón, que ha escandalizado largamente a la historia burguesa de la literatura, es muy comprensible en el contexto de los condicionamientos políticos de Goethe. Porque Napoleón, antes que fundador del imperio europeo, era para él, como escritor, fundador de su público europeo.
Los lujosos aposentos y edificios son para los príncipes y los ricos. Quien vive ahí se siente tranquilizado... y por eso no quiere nada más. Esto va contra mi naturaleza.
Conversación de Goethe con Eckermann del 23 de marzo de 1829. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 350
Johann Wolfgang Goethe, Wilhelm Mweisters Wanderjahre, I, 6. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 351
¡Detente! ¡Eres tan bello! / Entonces ya podrás encadenarme, / aceptaré entonces sucumbir. / Sonará la campana de difuntos, / y quedarás dispensado de tus obligaciones. / Se parará el reloj, caerán las manecillas: / y entonces el tiempo ya se habrá acabado para mí.
Johann Wolfgang Goethe, Fausto I, versos 1700-1706. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, pp. 353 n.
En el estado que corona la vida de Fausto, Goethe va a poner de manifiesto el espíritu propio de su praxis: ganar terreno al mar, un concreto modo de actuar que le prescribe historia a la naturaleza, aunque se inscriba en la naturaleza; ése era el concepto de actuación histórica de Goethe.
En lo que hace a El hombre de la multitud, Bulwer justifica su descripción de la multitud metropolitana [...] al remitirse a una observación de Goethe de acuerdo con la cual tanto el mejor como el más miserable de los hombres guarda un secreto en su interior que, si fuera públicamente conocido, lo haría ser odioso para todos.