La definición kantiana de lo orgánico como finalidad cuyo fin está dentro y no fuera de la misma creatura sin duda concordaba con los conceptos de Goethe. La unidad de lo bello, incluido lo bello natural, siempre es independiente de los fines: Kant y Goethe están de acuerdo en eso.
Los fenómenos propios de la vida que tienen una meta y su propio carácter como fin, no tienen la vida como meta, sino la expresión misma de su esencia, la exposición de su significado. Y así también la traducción tiene por meta última el expresar la estrecha relación existente entre las lenguas.
Desde que el famoso principio kantiano de una «finalidad carente de fin» ha pasado de moda, un agrado puramente estético queda fuera de lugar en esta época –una que es sin duda interesada–, y así digo, al contrario de lo que nos dice el Evangelio: dadnos ahora todo lo demás, y de ese modo el Reino de los Cielos ya lo encontraremos por nosotros.
Carta de J. B. Bertram a Sulpiz de Boiserée del 11 de mayo de 1811. Cit. en W. Benjamin, Obras IV, 1, pp. 124-125.