Mediante la palabra, el ser humano se encuentra conectado con lo que es el lenguaje de las cosas. Por ello, dado que la palabra humana es el nombre mismo de las cosas, no podrá aquí reaparecer la idea (propia de la concepción burguesa del lenguaje) de que la palabra sólo guarda relación accidental con cada cosa, que la palabra es signo de las cosas (o que es un signo de su conocimiento) que se estableció por convención. El lenguaje no da nunca meros signos.
Por más que Kant y los neokantianos hayan ya sin duda superado la naturaleza de objeto de la cosa en sí como causa de las sensaciones, todavía hay que eliminar la naturaleza de sujeto propia de la consciencia conocedora.
No se puede pasar por alto el hecho de que el concepto de libertad se encuentra en peculiar correlación con el concepto mecánico de experiencia, y que el neokantismo lo ha desarrollado en conformidad con tal hecho. Pero también aquí hay que subrayar que la ética no puede reducirse al concepto de moralidad que tienen la Ilustración, Kant y los kantianos, del mismo modo que la metafísica no se reduce a lo que ellos llaman experiencia. Y de ahí resulta al mismo tiempo que disponiendo de un nuevo concepto de lo que es el conocimiento deba cambiar decisivamente no ya sólo el concepto de experiencia, sino también el de libertad.
Exigencia de la filosofía venidera: crear, sobre la base del sistema kantiano, un concepto de conocimiento al que corresponda un concepto de experiencia de la que el conocimiento sea teoría. Y así, o a esa filosofía se le podría llamar «teología» estudiada en su parte general o la teología quedaría subordinada a ella en la medida en que contiene elementos filosóficos históricos. Experiencia será, en consecuencia, la multiplicidad continua y unitaria de lo que es el conocimiento.
Una vez afianzados por la crítica los conceptos del conocimiento y el concepto de conocimiento, se puede elaborar la teoría de aquello de lo que el conocimiento, igualmente de manera crítica, ya se estableció como concepto.
El concepto de lo dogmático se refiere simplemente a la transición de la crítica a la teoría, de conceptos fundamentales generales a conceptos fundamentales particulares. Así pues, toda la filosofía es teoría del conocimiento, siendo por lo tanto teoría, teoría crítica y dogmática de todo conocimiento.
La filosofía siempre pregunta por el conocimiento, y la pregunta por el conocimiento de su existencia es tan sólo modificación –aunque sobresaliente, claro está– de la pregunta por el conocimiento. Hay que dejar bien claro que la filosofía nunca puede llegar con sus preguntas hasta la unidad existencial, sino sólo a esas nuevas unidades de ley cuya integral es la ‘existencia’.
Así, en la tragedia, el pagano comprende que es mejor que sus dioses, y justamente tal conocimiento lo deja enmudecido, sin palabras.
No tenemos tiempo de vivir los verdaderos dramas de la existencia que a cada uno está determinada. Eso es lo que nos hace envejecer […]. Las arrugas del rostro son las huellas de las grandes pasiones, de los vicios, de los conocimientos que nos visitaron cuando nosotros no estábamos en casa.
En tanto tal, la historia cultural representa un avance del conocimiento exclusivamente en apariencia, y ni siquiera representa en apariencia un auténtico avance para la dialéctica. Pues le falta el momento destructivo que garantiza lo que es la autenticidad del pensamiento dialéctico y de la experiencia del dialéctico. En efecto, la historia cultural incrementa la carga de tesoros que se van acumulando en las espaldas de la humanidad, pero no le da a ésta la fuerza de sacudirse dicha carga y alcanzar a tomarla entre sus manos.
Para Goethe, la meta natural de la ciencia es que el ser humano se comprenda a sí mismo cuando piensa y actúa. […] Pero el mayor beneficio resultante del conocimiento de la naturaleza sin duda consistía para él en la forma que ésta le otorga a una vida. Goethe desplegó aquella idea hasta alcanzar un estricto pragmatismo: «Sólo lo fecundo es verdadero».
La lengua nos indica […] que la memoria no es un instrumento para conocer el pasado, sino sólo su medio. La memoria es el medio de lo vivido, como la tierra viene a ser el medio de las viejas ciudades sepultadas, y quien quiera acercarse a lo que es su pasado tiene que comportarse como un hombre que excava. Y, sobre todo, no ha de tener reparo en volver una y otra vez al mismo asunto, en irlo revolviendo y esparciendo como se revuelve y se esparce la tierra. Los ‘contenidos’ no son sino esas capas que tan sólo tras una investigación cuidadosa entregan todo aquello por lo que nos vale la pena excavar: imágenes que, separadas de su […] contexto, son joyas en los sobrios aposentos del conocimiento posterior, como quebrados torsos en la galería del coleccionista.
Todo conocimiento ha de contener en su interior alguna pizca de contrasentido, al igual que en la Antigüedad los dibujos de los tapices o los frisos se desviaban un poco en algún sitio respecto de su curso regular. […] lo decisivo no es el avanzar de un conocimiento a otro distinto, sino saltar sobre cada uno. Ese salto es la marca de lo auténtico, lo que distingue al conocimiento de una mercancía hecha en serie, siguiendo algún patrón preexistente.
El conocimiento perfila las cosas empleando la mayor severidad; como el Sol en la cumbre de su órbita.
Los enfermos poseen un conocimiento peculiar del estado social. En ellos la desmesura se transforma en un certero olfato de la cargada atmósfera en la cual viven inmersos sus contemporáneos.
La masa no desea que la ‘instruyan’, y así sólo puede recibir y acoger el conocimiento con el pequeño shock que, al producirse, enclava lo vivido en su interior. Su formación es una serie de catástrofes que la van sorprendiendo [como] en la oscura tienda de una feria.
La popularidad de la hablamos pone ya no sólo en movimiento al conocimiento en dirección a la opinión, sino pone también a la opinión en dirección al conocimiento. Dicho en pocas palabras: el interés realmente popular siempre se halla activo, transformando el material del conocimiento e influyendo en la propia ciencia.
Gesammelte Schriften, IV, 2, p. 672
Para la teoría de la huella. La aplicación y el entrenamiento han sido expulsados por la máquina del seno del proceso productivo. En el proceso administrativo, la hoy creciente organización produce efecto análogo. El conocimiento de los hombres, como lo adquiría un funcionario experimentado y aplicado, hace tiempo ha dejado de ser decisivo.
En los terrenos de que nos ocupamos, conocemos sólo al modo del relámpago. El texto es ese trueno que después retumba largamente.
Es imprescindible hoy apartarse del concepto de ‘verdad intemporal’. Mas la verdad no es –como cree el marxismo–, sóla y únicamente, una función temporal del conocer, sino que está ligada a lo que es un núcleo temporal, que se halla inmerso, de modo simultáneo, en quien conoce y en lo que se conoce.