Traducción española de Jorge Navarro Pérez en Obras, II, 1, pp. 317-330, Madrid, Abada, 2007
Pues lo más importante para el autor que recuerda no es lo que ha vivido, sino el proceso mismo en el que se teje su recuerdo, ese largo trabajo de Penélope que es el recordar. ¿O sería mejor hablar aquí del difícil trabajo de Penélope que es el olvido?
Obras II, 1, p. 317
La semejanza con la que contamos, esa que nos ocupa justamente cuando estamos despiertos, alude sólo a aquella más profunda que es la propia del mundo de los sueños; uno en el cual lo que nos sucede nunca se presenta como idéntico, sino sin duda como semejante –para sí mismo de forma incomprensible–.
Obras II, 1, p. 320
«La metáfora más inesperada», como dice Pierre Quint, «se conforma pegada al pensamiento».
Obras II, 1, p. 324
La curiosidad de Marcel Proust tenía algo de detectivesco. Esas diez mil personas que ocupan la capa superior significaban sin duda para él una banda sin par de criminales: la camorra de los consumidores. Y esa banda excluye de su mundo cuanto tiene que ver con la producción, o al menos exige que la participación en la producción se oculte púdicamente tras un gesto, como el que exhiben los profesionales del consumo.
Obras II, 1, p. 325
El análisis proustiano de todo cuanto hace al esnobismo, mucho más importante que su apoteosis de las artes, es el punto cumbre de su acerba crítica social. Pues la actitud del snob no es otra cosa que la consideración constante de la vida desde el punto de vista del consumidor. Y como el recuerdo remoto y primitivo de las fuerzas productivas de la naturaleza debía quedar fuera de esta forma de satánica comedia, hasta el vínculo invertido en el amor era más útil para Proust que lo normal. El puro consumidor es para él el explotador puro como tal.
Obras II, 1, p. 325-326
Proust describe una clase que, en todas sus partes, se encuentra obligada a camuflar lo que es su base material, por lo que ha conformado un feudalismo que, carente en sí mismo de significado económico, le sirve como máscara a la gran burguesía.
Obras II, 1, p. 326
Esa eternidad en que Proust nos inicia es aquella del tiempo entrecruzado, y no el ilimitado. Por cuanto Proust nos habla del transcurso del tiempo en su figura real, entrecruzada, esa que en ningún otro lugar viene a imperar más claramente que en lo interior, en el recuerdo, y en el envejecimiento, en lo exterior. El perseguir la combinación de envejecimiento y recuerdo significa entrar al interior del corazón del mundo proustiano, al universo del entrecruzamiento. Se trata, pues, del mundo en el estado de la semejanza, y en él imperan las ‘correspondencias’, que el romanticismo y Baudelaire fueron los primeros en captar, pero que Proust es el único en sacar a la luz en nuestra vida. Algo que es obra de la mémoire involontaire, de aquella fuerza rejuvenecedora que hace frente al envejecimiento inexorable.
Obras II, 1, p. 326-327
No tenemos tiempo de vivir los verdaderos dramas de la existencia que a cada uno está determinada. Eso es lo que nos hace envejecer […]. Las arrugas del rostro son las huellas de las grandes pasiones, de los vicios, de los conocimientos que nos visitaron cuando nosotros no estábamos en casa.
Obras II, 1, p. 327
El asma entró en su arte, si éste no la creó directamente. Su sintaxis imita, con su ritmo, ese miedo a ahogarse. Y su reflexión, que es siempre irónica, y al tiempo filosófica y didáctica, es la respiración con que termina la pesadilla propia del recuerdo.
Obras II, 1, p. 329
La mayor parte de los recuerdos que indagamos se presentan ante nosotros como rostros, y también las figuras propias de la mémoire involontaire son, en buena parte, rostros aislados, enigmáticos.
Obras II, 1, p. 330