¿Cuál es el programa de los partidos burgueses? Un primaveral poema malo, atiborrado de comparaciones hasta el punto de ir a reventar. De ese modo, en efecto, el socialista ve el ‘futuro mejor de nuestros hijos, como también el de nuestros nietos’, donde todos actúen ‘como si fueran ángeles’, todos tengan tanto ‘como si fueran ricos’ y todos vivan ‘como si fueran libres’. Pero por ahí no hay ni rastro ni de ángeles, ni de riqueza, ni de libertad.
Proust describe una clase que, en todas sus partes, se encuentra obligada a camuflar lo que es su base material, por lo que ha conformado un feudalismo que, carente en sí mismo de significado económico, le sirve como máscara a la gran burguesía.
Con el dominio de la burguesía –uno de cuyos mejores instrumentos en el alto capitalismo es sin duda la prensa–, surge una forma de comunicación la cual, por más remoto que sea su origen, nunca había influido de manera tan determinante sobre la forma épica como tal. Pero ahora lo hace claramente. Y así queda claro que esta nueva forma de comunicación no es menos ajena a la narración que a la propia novela, siendo más peligrosa para la primera mientras provoca la crisis de la segunda. Esta nueva forma de comunicación es lo que se llama información.
La cuestión psicológico-sexual se ha vuelto importante especialmente desde que la burguesía es la que ordena. Aquí tiene justamente su lugar la tabuización de unos sectores más o menos amplios del placer sexual. Las represiones que ello provoca entre las masas sacan a la luz unos complejos masoquistas y sádicos a los que los potentados proporcionan los objetos más adecuados a su política.
Aquella brecha que el teatro épico abre en el teatro como acto social es en realidad mucho mayor que ese otro daño que el teatro épico le causa al teatro en tanto que negocio de entretenimiento vespertino. Mientras en el cabaret la burguesía se encuentra mezclada a la bohemia, y en las variedades se clausura durante una velada el abismo existente entre la gran burguesía y la pequeña, en el teatro para fumadores que proyecta Brecht los proletarios son los clientes más habituales y abundantes.
La burguesía encuentra en Werther al semidiós que finalmente acepta sacrificarse por ella; de este modo, se siente redimida sin estar por ello liberada.
El interior burgués […] del XIX, con sus aparadores gigantescos y repletos de tallas, los rincones oscuros donde hay una palmera, el mirador cerrado, atrincherado, por detrás de la balaustrada y los largos pasillos con la llama de gas siempre cantando, es una vivienda solamente adecuada a un cadáver.
Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le fue favorable, el burgués piensa que cualquier estado que lo desposea ha de ser inestable como tal. Pero una situación estable no tiene por sí misma por qué ser agradable, y ya antes de la guerra había capas para las que la situación estabilizada era la miseria estabilizada. La decadencia no es menos estable ni prodigiosa que el auge, y sólo un cálculo que admita ver en la decadencia la única ratio de la situación actual podrá salir del asombro enervador ante lo que se repite cada día y entenderá los fenómenos de decadencia como lo verdaderamente estable, incluso como la única salvación, más aún como algo extraordinario que linda con lo milagroso e incomprensible. […] De manera que el único remedio, en espera de que llegue el asalto final, es volver la mirada a lo extraordinario, lo único que todavía nos puede salvar.
La existencia burguesa constituye estrictamente el régimen de los asuntos privados. Cuanto más importante resulte un tipo de comportamiento, más quedará eximido de control. El credo político, la situación económica, o la religión que se practique… todo esto trata de esconderse, siendo al mismo tiempo la familia el edificio tétrico y podrido en cuyos rincones se establecen los instintos más sórdidos.
Las ruinas de la iglesia y la nobleza, las del feudalismo y la Edad Media, son ruinas sublimes que llenan aún hoy de admiración a los asombrados vencedores; pero las ruinas de la burguesía serán sólo un innoble detritus conformado en cartón piedra, con escayolas y con colorines.
Balzac. Le diable à Paris, París, 1845 II, p. 18. Cit. en Obra de los pasajes, C 2 a, 8
Bonaparte sintió que su misión consistiría en asegurar «el orden burgués» [...]. Se adjudicaron concesiones ferroviarias, se dieron subvenciones estatales, el crédito quedaría regulado. En los años cincuenta se fundaron [...] los primeros grandes almacenes parisinos, el «Bon Marché», [...] la «Belle Jardinière».
Gisela Freund. Entwicklung der Photographie in Frankreich. Inédito, cit. en Obra de los pasajes, E 4 a, 4
Napoleón III en 1851: «Él es socialista con Proudhon y reformador con Girardin, mientras que con Thiers es reaccionario; es republicano moderado con los que pretenden la república, y es enemigo de la democracia y, por supuesto de la revolución, en cuanto trata con los legitimistas. Promete todo y todo lo suscribe».
Friedrich Szarvady: Paris, vol. 1, Berlín, 1852, p. 401. Cit. en Obra de los pasajes, E 6 a, 4
La burguesía sólo tiene un método para dar solución, a su manera, a la situación de la vivienda; resolverla siempre de tal modo que la solución vuelva a crear el problema de nuevo, una vez más. ‘Haussmann’ es el nombre de ese método.
Friedrich Engels. Sobre el problema de la vivienda, 1872. Cit. en Obra de los pasajes, E 12, 1
En la celebración del centenario de la gran revolución francesa, la burguesía lo hizo todo con objeto de mostrar [...] al proletariado la posibilidad y necesidad económica patente de impulsar una enérgica transformación social. La exposición universal podía darle una idea concreta del increíble grado de desarrollo de los medios de producción que se había alcanzado en todos los países civilizados, superando ampliamente hasta las más atrevidas fantasías de los utopistas del pasado siglo.
Con el dominio de la burguesía, muebles y ciudades aún conservan el carácter propio de lo fortificado: «La ciudad amurallada fue hasta ahora el cerco que paralizaba el urbanismo».
Le Corbusier. Urbanisme, París, 1925, p. 249. Cit. en Obra de los pasajes, I 1 a, 8
El burgués que trepó con Luis Felipe puso todo su empeño en hacer de la naturaleza un interior.
La relación del interior del Jugendstil con el del estilo precedente consiste en que el burgués busca disimular su coartada, situada en la historia, con una coartada aún más lejana todavía: a saber, la historia natural (sobre todo en el reino vegetal).
Así, la mercancía, la última gran lupa de la apariencia histórica, celebra justamente su triunfo cuando es ya la propia naturaleza la que adopta el carácter de mercancía. Y esa apariencia mercantil de la naturaleza es lo que se encarna en la prostituta. Dicen que «el dinero hace al deseo»; la fórmula sólo da el perfil grosero de un hecho que alcanza más allá de lo que es la prostitución. Bajo el dominio del fetiche-mercancía, el sex-appeal femenino va a teñirse, en un grado mayor o en menor grado, con el reclamo de la mercancía. No en vano las relaciones del proxeneta con su mujer en tanto que una «cosa» que él vende sin más en el mercado, excitaron con tanta intensidad la fantasía sexual de los burgueses. La moderna publicidad muestra también hasta qué extremo es posible fusionar los atractivos de la mujer y la mercancía. La sexualidad, antes movida socialmente por una fantasía del futuro que corresponde a las fuerzas productivas, ahora lo es por aquella otra correspondiente al poder del capital.
Diferencia entre Saint-Simon y Marx. Saint-Simon considera un número muy grande de explotados, contando en él incluso al empresario porque paga intereses a sus prestadores. Marx, por el contrario, opta por contar como burguesía a todos los que explotan de algún modo, aunque también vengan a ser víctimas, en cierto grado, de la explotación.