El culto a las estrellas que fomenta el cine no sólo conserva aquella magia, emanación de la personalidad, que hace ya mucho tiempo que consiste en el desmedrado titilar de su carácter de pura mercancía, sino que lo que es su complemento, el correlativo culto al público, exige al mismo tiempo la condición corrupta de ese público, con la cual el fascismo trata de poder sustituir su conciencia de clase.
Obras I, 2, p. 29
El laberinto es patria del que vacila. El camino de aquel a quien espanta el auténtico logro de la meta trazará fácilmente un laberinto. Así hace el instinto en los episodios que preceden a su satisfacción. Pero así hace también la humanidad (la clase) que no quiere saber qué va a ser de ella.
La curiosidad de Marcel Proust tenía algo de detectivesco. Esas diez mil personas que ocupan la capa superior significaban sin duda para él una banda sin par de criminales: la camorra de los consumidores. Y esa banda excluye de su mundo cuanto tiene que ver con la producción, o al menos exige que la participación en la producción se oculte púdicamente tras un gesto, como el que exhiben los profesionales del consumo.
Proust describe una clase que, en todas sus partes, se encuentra obligada a camuflar lo que es su base material, por lo que ha conformado un feudalismo que, carente en sí mismo de significado económico, le sirve como máscara a la gran burguesía.
El análisis que dirige su atención más a los conscientes intereses de los individuos que al modo de comportamiento que sigue su clase de una manera a menudo inconsciente, mediante su concreta posición en el seno del proceso productivo, lleva a sobrevalorar el momento consciente en la formación de las ideologías.
El estudio concreto del arte de masas conduce necesariamente a la cuestión de la reproducción técnica de la obra de arte. «A cada época le corresponden técnicas de reproducción que están completamente determinadas –dice Fuchs–. Éstas representan su posibilidad de desarrollo técnico y son en consecuencia [...] el resultado de las necesidades de la época. Por la misma razón, no es asombroso que toda transformación histórica profunda que tenga por consecuencia que dominen otras clases que hasta entonces [...] implique también un cambio de las técnicas gráficas, de las técnicas de reproducción».
Si ya no le aplicamos un ideal de virtud a la educación del individuo, ¿no será un penoso diletantismo poner a la razón como institutriz para las clases? –Y hablamos de clases porque hoy la guerra entre los pueblos no es ya un fenómeno primario, sino secundario–. La primera tarea de la razón no es educar, sino dominar, dominio que no sólo le prohibe el cegar las fuentes del poder, sino que obligará a movilizarlas con el objeto de conseguir sus fines justo en los momentos decisivos.
La moda [...] es un testigo, mas de la historia del gran mundo solamente, porque en todos los pueblos [...] los pobres no tienen más moda que historia, y sus ideas, sus gustos y su vida apenas si cambian.
Las ruinas de la iglesia y la nobleza, las del feudalismo y la Edad Media, son ruinas sublimes que llenan aún hoy de admiración a los asombrados vencedores; pero las ruinas de la burguesía serán sólo un innoble detritus conformado en cartón piedra, con escayolas y con colorines.
Balzac. Le diable à Paris, París, 1845 II, p. 18. Cit. en Obra de los pasajes, C 2 a, 8
La reconstrucción de la ciudad... obligando al obrero a realojarse en distritos excéntricos, rompió la relación de vecindad que lo unía antes al burgués.
E. Levasseur. Histoires des classes ouvrières et de l’industrie en France, II, París, 1904, p. 775. Cit. en Obra de los pasajes, E 2, 1
Cuando el dinero, la industria y la fortuna se desarrollaron [en las ciudades], se hicieron fachadas, y las casas tomaron ciertas formas que servirían para señalar diferencias de clase. Así, en Londres muy en especial, las distancias han sido despiadadamente señaladas... Un arrebatar de voladizos, de bow-windows, cornisas y columnas [...] porque la columna es la nobleza.
Fernand Léger. «Londres», Lu, V, 23 (209), 7 de junio de 1935, p. 18. Cit. en Obra de los pasajes, E 7, 3
Cientos de miles de familias, que trabajan en el centro, duermen al final de la ciudad. Su movimiento se parece a la marea; por la mañana el pueblo desciende hasta París, y a la noche la misma ola popular remonta. [...] Es la primera vez que la humanidad asiste de este modo a un espectáculo tan desolador en cuanto al pueblo.
A. Granveau. L’ouvrier devant la société, París, 1868, p. 63. Cit. en Obra de los pasajes, E 7, 5
Los conceptos de la clase dominante son el perpetuo espejo con el cual se ha logrado formar una imagen de ‘orden’.
La producción en masa es la principal causa económica de la decadencia del aura, y la lucha de clases es su principal causa social.
La individualidad en cuanto tal toma perfil heroico cuanto con más fuerza entra la masa al interior del campo de visión. Y éste es el origen de la concepción del héroe en Baudelaire. [...] El libre mercado hace crecer sin tregua dichas masas hasta incalculables multitudes, y eso sucede en tanto, en adelante, cada determinada mercancía va a reunir en torno a sí a la masa de sus compradores. Actualmente, los Estados totalitarios han tomado esta masa por modelo. La hoy llamada «comunidad del pueblo» busca extirpar del individuo singular todo cuanto pueda interponerse con su fusión sin resto dentro de la masa de clientes. El único oponente inconciliable respecto del Estado, que en tan ardiente intento representa al capital monopolista, es el proletariado revolucionario. Éste destruye la apariencia de la masa con la realidad que se concreta, socialmente, en su clase.