Porque la función de la violencia en la instauración del derecho siempre es doble: la instauración del derecho, ciertamente, aspira como fin –teniendo la violencia como medio– a aquello que se instaura precisamente en tanto que derecho; pero, en el instante de la instauración del derecho, no renuncia ya a la violencia, sino que la convierte stricto sensu, e inmediatamente, en instauradora de derecho, al instaurar bajo el nombre de ‘poder’ un derecho que no es independiente de la misma violencia como tal, hallándose ligado por lo tanto, de modo necesario, a dicha violencia. La instauración del derecho es sin duda alguna instauración del poder y, por tanto, es un acto de manifestación inmediata de violencia. Y siendo la justicia el principio de toda instauración divina de un fin, el poder en cambio es el principio propio de toda mítica instauración del derecho.
El periódico es un instrumento del poder. Y su valor deriva del carácter propio del poder a quien sirve; pues el periódico es expresión de éste, y no sólo en aquello que defiende, sino en la manera en que lo hace.
No hay experiencia más firmemente desmentida de lo que han sido las experiencias estratégicas mediante la guerra de trincheras, las experiencias económicas mediante la inflación, las experiencias corporales mediante la batalla de las máquinas, las experiencias morales mediante los que ejercen el poder.
Tal como lo fuera para Vico, para Jochmann la imagen de los dioses y de los héroes de los primeros tiempos no fue un invento de estafadores sacerdotes, ni la leyenda de unos conquistadores ávidos de poder y de dominio, sino que esas imágenes fueron las primeras en que la humanidad expresó su propia naturaleza.
El poder y el dinero son, en el caso del capitalismo, magnitudes conmensurables mutuamente. Una cantidad dada de dinero siempre puede cambiarse por un cierto poder determinado, y el valor de venta de un poder igualmente se puede calcular. Así es como sucede en general. Sólo se puede hablar de corrupción cuando este proceso se gestiona de una manera demasiado abreviada. El proceso tiene en todo caso, en la interrelación que se produce entre la prensa, las autoridades y los trusts, su sistema de distribución, dentro de cuyos límites está legalizado.
Si ya no le aplicamos un ideal de virtud a la educación del individuo, ¿no será un penoso diletantismo poner a la razón como institutriz para las clases? –Y hablamos de clases porque hoy la guerra entre los pueblos no es ya un fenómeno primario, sino secundario–. La primera tarea de la razón no es educar, sino dominar, dominio que no sólo le prohibe el cegar las fuentes del poder, sino que obligará a movilizarlas con el objeto de conseguir sus fines justo en los momentos decisivos.