Es característica del siglo XIX una malograda recepción de la técnica. Tal recepción consiste en una serie de enérgicos intentos de saltar por encima de la circunstancia de que, para esta sociedad, la técnica sólo sirve para producir mercancías. Los sansimonianos, pertrechados con su poesía industrial, se encuentran al inicio de esta serie; les sigue el realismo de un Du Camp, que ve directamente en la locomotora lo que será la santa del futuro; la culminación llega con Pfau, quien escribiría lo siguiente: «Es completamente innecesario convertirse en un ángel, pues el ferrocarril es más valioso que lo son las alas más hermosas».
Claramente habría que oponer la empresa granburguesa del saintsimonismo, que contiene un intento de producción y acción, a la pequeñoburguesa que se encarna en el falansterio fourierista, que contiene un proyecto de consumo y disfrute.
Albert Thibaudet. Les idées politiques de la France, París, 1932, pp. 61-62. Cit. en Obra de los Pasajes, U 1, 6
Llevaban ropa cortada especialmente –pues, por ejemplo, los sansimonianos abotonaban sus chaquetas por la espalda, con lo cual se veían obligados a pedir ayuda a un compañero, viéndose de ese modo remitidos a la necesidad de cooperar–.
Paul Lafargue. Der Klassenkampf in Frankreich. Cit. en Obra de los Pasajes, U 3, 2
Los ferrocarriles [...] imponían, junto a otras muchas cosas imposibles, transformar las relaciones de propiedad [...]. Un burgués, hasta entonces, emprendía una industria o un comercio sólo con su dinero, a lo que, como mucho, se añadía el de un par de amigos o conocidos [...]. Administraba ese capital, y era el verdadero propietario de la fábrica o la empresa de comercio. Pero, al contrario, los ferrocarriles, precisaban tan grandes capitales que no podían verse reunidos en las manos tan sólo de unos pocos. Y por eso gran número de burgueses, cuyo dinero –siempre tan amado– nunca había salido de su vista, tuvieron que confiárselo a unas gentes cuyo nombre apenas conocían [...]. Una vez aportado el capital perdían el control de su gestión, pero, además, tampoco poseían ningún tipo de derecho de propiedad sobre estaciones, vagones, locomotoras.... De ese modo, tenían solamente su derecho a los beneficios; así, en vez de un objeto [...] se les daba [...] una hojita de papel de apariencia insignificante, que representaba la ficción de atesorar una partecita infinitamente pequeña e inasible de una verdadera propiedad positiva, cuyo nombre aparecía impreso en la parte inferior en grandes letras [...]. Esta nueva estructura [...] se encontraba en una tan radical contradicción con las formas normales de confianza que venían practicando los burgueses [...], que la defendieron sólo aquellos [...] que eran sospechosos del intento de querer derribar todo el orden social: los socialistas. Fourier primero, y luego Saint-Simon, celebraron la movilización de la propiedad con las nuevas acciones en papel.
Paul Lafargue. Marx’ historischer Materialismus, «Die neue Zeit», XXII, 1, Stuttgart 1904, p. 831. Cit. en Obra de los Pasajes, U 3 a, 2
Diferencia entre Saint-Simon y Marx. Saint-Simon considera un número muy grande de explotados, contando en él incluso al empresario porque paga intereses a sus prestadores. Marx, por el contrario, opta por contar como burguesía a todos los que explotan de algún modo, aunque también vengan a ser víctimas, en cierto grado, de la explotación.
Es bastante significativo que las diferencias existentes entre capital industrial y financiero no son de uso corriente en los teóricos del sansimonismo. Pues todas las diversas antinomias sociales van a quedar disueltas en el cuento de hadas que el progreso pone en perspectiva para un muy próximo futuro.
Saint-Simon [...], precursor de los tecnócratas.
En el sistema de los sansimonianos, los bancos ya no ejercen solamente el rol de fuerzas organizadoras de la industria. Son el único antídoto que el sistema imperante ha producido contra esa anarquía que amenaza destruirlo desde dentro, y, por lo mismo, son un elemento del sistema futuro [...] libre ya del estímulo del enriquecimiento personal. Son una institución de lo social.
V. Volgin. Sobre el lugar histórico de Saint-Simon, p. 94. Cit. en Obra de los Pasajes, U 6, 1
Último eco de las ideas originarias del sansimonismo: «Bien podría compararse el celo que hoy despliegan las naciones civilizadas para establecer el ferrocarril con lo que sucedía, hace unos siglos, con la erección de las iglesias [...]. Pues si [...] la palabra religión deriva de la latina religare [...], el ferrocarril poseerá más relación de lo que se cree con el auténtico espíritu religioso. Nunca antes ha existido un instrumento de tamaña potencia [...] para unir a los pueblos».
Michel Chevalier. «Chemins de fer». En Dictionnaire de l’économie polítique, París, 1852, p. 20. Cit. en Obra de los Pasajes, U 15 a, 1
Informa Schlabrendorf de que Saint-Simon tuvo la idea de convertir la física, y además sólamente ella, en la verdadera religión. «En las iglesias, los profesores de religión deberían dictar sus conferencias sobre los misterios y milagros naturales. Allí se dispondrían, según creo, máquinas eléctricas en el altar, aplicando corriente a los creyentes mediante el empleo de pilas galvánicas».
Carl Gustav Jochmann. «Graf Gustav von Schlabrendorf in Paris über Ereignisse und Personen seiner Zeit», incluido en Reliquien, vol. I, Hechingen 1836, p. 146. Cit. en Obra de los Pasajes, U 16 a