Los movimientos de masas, con la guerra en primer lugar, representan un modo de comportamiento humano que corresponde con los aparatos. Las masas sin duda tienen el derecho a un cambio en la relación de propiedad, pero el fascismo trata de otorgarles una expresión para conservarla. Con ello desemboca en la estetización de la política.
Obras I, 2, p. 45
Las cosas de cristal no tienen ‘aura’. El cristal es el enemigo del misterio, y lo es también de la propiedad.
El comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura. Lleve el diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición de amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes; ésos mismos que, para preservarlos, envían implacables a los otros a los frentes del hambre y del honor patrio, mientras que pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que los bienes no son lo más importante en esta vida. Dios nos conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella chusma no se vuelva aún más desvergonzada; para que la sociedad de aquellos únicos autorizados para disfrutar, que cree que las gentes sometidas a ella tienen ya amor bastante cuando de repente les contagian la sífilis, se vea al menos, cuando va a dormirse, atenazada por una pesadilla. Para que al menos pierdan el deseo de predicar moral ante sus víctimas e incluso de hacer chistes sobre ellas.
Karl Kraus, «Antwort an Rosa Luxemburg», en Die Fackel, noviembre de 1920, p. 8. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 1, p. 375
Las cosas fabricadas han perdido la noble indiferencia por las esferas de la riqueza y la pobreza. Cada cosa hoy deja su impronta sobre su propietario, que no tiene ya otra elección que presentarse como un pobre diablo o, al contrario, como especulador.
La propiedad, como el poseer, se encuentran ordenados a lo táctil, manteniéndose en cambio en una cierta oposición a lo óptico.
El coleccionista actualiza concepciones arcaicas de la propiedad que aún se encuentran latentes. Dichas concepciones quizá tengan relación con el tabú, como ésta observación nos lo sugiere: «El tabú [...] es la forma primitiva de la propiedad. Primero en forma ‘sincera’ y emotiva, y luego en su condición de procedimiento legal y corriente, el ser tabú constituía un título. Apropiarse un objeto es hacerlo sagrado, temible para todo otro que sí, volviéndolo por ello, por lo tanto, su propio ‘partícipe’».
N. Guterman y H. Lefebvre. La conscience mystifiée , París, 1936, p. 228. Cit. en Obra de los pasajes, H 3 a, 6
Pasaje de Marx tomado de Economía nacional y filosofía: «La propiedad privada nos ha vuelto tan ociosos y estúpidos, que un objeto tan sólo se hace nuestro cuando lo poseemos».
El amor puede proceder de cierto sentimiento generoso: o sea, el gusto por la prostitución; pero pronto se encuentra corrompido por el gusto de la propiedad.
Baudelaire. Œuvres, ed. Le Dantec, vol. II, pp. 626. Cit. en Obra de los pasajes, J 34 a, 7
Los ferrocarriles [...] imponían, junto a otras muchas cosas imposibles, transformar las relaciones de propiedad [...]. Un burgués, hasta entonces, emprendía una industria o un comercio sólo con su dinero, a lo que, como mucho, se añadía el de un par de amigos o conocidos [...]. Administraba ese capital, y era el verdadero propietario de la fábrica o la empresa de comercio. Pero, al contrario, los ferrocarriles, precisaban tan grandes capitales que no podían verse reunidos en las manos tan sólo de unos pocos. Y por eso gran número de burgueses, cuyo dinero –siempre tan amado– nunca había salido de su vista, tuvieron que confiárselo a unas gentes cuyo nombre apenas conocían [...]. Una vez aportado el capital perdían el control de su gestión, pero, además, tampoco poseían ningún tipo de derecho de propiedad sobre estaciones, vagones, locomotoras.... De ese modo, tenían solamente su derecho a los beneficios; así, en vez de un objeto [...] se les daba [...] una hojita de papel de apariencia insignificante, que representaba la ficción de atesorar una partecita infinitamente pequeña e inasible de una verdadera propiedad positiva, cuyo nombre aparecía impreso en la parte inferior en grandes letras [...]. Esta nueva estructura [...] se encontraba en una tan radical contradicción con las formas normales de confianza que venían practicando los burgueses [...], que la defendieron sólo aquellos [...] que eran sospechosos del intento de querer derribar todo el orden social: los socialistas. Fourier primero, y luego Saint-Simon, celebraron la movilización de la propiedad con las nuevas acciones en papel.
Paul Lafargue. Marx’ historischer Materialismus, «Die neue Zeit», XXII, 1, Stuttgart 1904, p. 831. Cit. en Obra de los Pasajes, U 3 a, 2