Para aquel que tiene una visión, por terrible que sea, el punto culminante del terror va a ser el despertar, precisamente. Y ello es así por cuanto el más acá constituye el sello de lo auténtico que cada visión lleva consigo, el más acá que encontramos de una vez, de una vez para siempre, conquistado y poblado por sus apariciones.
La auténtica exposición es la que impide el entregarse a la contemplación. Para integrar en la exposición al visitante […], lo óptico es preciso contenerlo. Pero, además, una visión en la que falte el momento de sorpresa es algo que embrutece. Lo que vemos no puede ser lo mismo –ni tampoco lo mismo más o menos– que lo que diría un pie de foto. Y siempre ha de ofrecernos algo nuevo, una especial forma de evidencia de las que no se obtienen con palabras.