El aquí y el ahora del original constituye el concepto de su autenticidad.
Obras I, 2, p. 13
La autenticidad propia de una cosa es la suma de cuanto, desde lo que es su origen, nos resulta en ella transmisible, de su duración de material a lo que históricamente testimonia.
Obras I, 2, p. 14
Las obras de arte más antiguas nacieron al servicio de un ritual que fue primero mágico y, en un segundo tiempo, religioso. Pero […] este modo aurático de existencia de la obra de arte nunca queda del todo desligado de su función ritual. Dicho en otras palabras: el valor único de la obra de arte «auténtica» se encuentra en todo caso teológicamente fundado.
Obras I, 2, p. 17
En el instante en que el criterio de autenticidad falla en el seno de la producción artística, toda la función social del arte resulta transformada por entero. Y, en lugar de fundamentarse en el ritual, pasa a fundamentarse en otra praxis, a saber: la política.
Obras I, 2, p. 18
Todo arte popular auténtico –irreflexivo– habla de lo exótico y monstruoso con el mismo amor y la misma lengua que de los asuntos domésticos.
Para aquel que tiene una visión, por terrible que sea, el punto culminante del terror va a ser el despertar, precisamente. Y ello es así por cuanto el más acá constituye el sello de lo auténtico que cada visión lleva consigo, el más acá que encontramos de una vez, de una vez para siempre, conquistado y poblado por sus apariciones.
En tanto tal, la historia cultural representa un avance del conocimiento exclusivamente en apariencia, y ni siquiera representa en apariencia un auténtico avance para la dialéctica. Pues le falta el momento destructivo que garantiza lo que es la autenticidad del pensamiento dialéctico y de la experiencia del dialéctico. En efecto, la historia cultural incrementa la carga de tesoros que se van acumulando en las espaldas de la humanidad, pero no le da a ésta la fuerza de sacudirse dicha carga y alcanzar a tomarla entre sus manos.
Recordemos ahora el dadaísmo. Su fortaleza revolucionaria consistía en examinar la autenticidad del arte. Los dadaístas elaboraban bodegones a partir de billetes, carretes, cigarrillos... combinados con ciertos elementos pictóricos. Todo esto finalmente se enmarcaba, para así poder decir al público: «Mirad bien, el tiempo hace estallar el marco que protege vuestros cuadros; el trozo más pequeño procedente de la vida cotidiana dice mucho más que la pintura»; al igual que la huella ensangrentada del dedo de un asesino impresa en la página de un libro nos dice más que el texto.
Las cosas sometidas a un proceso incontenible de mezcla y contaminación pierden lo que es su expresión esencial, de modo que lo ambiguo ocupa actualmente el lugar de lo auténtico; así le está sucediendo a la ciudad.
Todo conocimiento ha de contener en su interior alguna pizca de contrasentido, al igual que en la Antigüedad los dibujos de los tapices o los frisos se desviaban un poco en algún sitio respecto de su curso regular. […] lo decisivo no es el avanzar de un conocimiento a otro distinto, sino saltar sobre cada uno. Ese salto es la marca de lo auténtico, lo que distingue al conocimiento de una mercancía hecha en serie, siguiendo algún patrón preexistente.