La función de la memoria es la protección de las impresiones, pues el recuerdo tiende a su deterioro. La memoria es en lo esencial conservadora, mientras el recuerdo es destructivo.
Theodor Reik. Der überraschte Psychologue, Leiden, 1935, p. 132. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, p. 213
Cuanto más breve el tiempo de formación del obrero industrial, más largo se hace el que corresponde al militar. Tal vez forme parte de la preparación de la sociedad para la guerra total que hoy el ejercicio esté pasando de la praxis de la producción a la praxis de la destrucción.
El tiempo contenido en el instante en que la luz de la estrella destella para un hombre viene a ser del mismo material que lo perfilado por Joubert: «El tiempo también se halla, ya de antemano, en la eternidad; mas no es el tiempo terrenal, mundano ... Porque ese otro tiempo no destruye, tan sólo consuma».
Joseph Joubert, Pensées, París, 1883, p. 162. Cit. en Obras I, 2, p. 240
Aquello a lo que afecta la intención alegórica es separado de los contextos de la vida: y con ello es, al tiempo, tan destruido como conservado. La alegoría se aferra a las ruinas, ofreciendo la imagen de la inquietud coagulada.
En Baudelaire la maquinaria se convierte en cifra de las fuerzas destructivas. El esqueleto humano no es la menor de tales maquinarias.
Hasta cierto punto, la rutina mitigó la tendencia destructiva de la alegoría, su subrayado de lo fragmentario en la obra de arte.
Hay un cuadro de Klee llamado Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que está mirando fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, la boca abierta y las alas desplegadas. Este aspecto tendrá el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona ruina tras ruina y las va arrojando ante sus pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, la tempestad se enreda entre sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja, inconteniblemente, hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad.
La pasión –y éste es un motivo fundamental de la passio– no atenta sólo contra los divinos mandamientos, sino también contra el orden natural. Y por eso despierta la totalidad de las fuerzas destructivas del cosmos. Lo que cae sobre la persona apasionada no viene a ser tanto el juicio divino, como la revuelta de la naturaleza contra quien rompe su paz y deforma su rostro, un castigo profano que queda consumado a través de ella misma; y uno, además, que es obra del azar.
Ante el lenguaje, ambos reinos –destrucción y origen– quedan acreditados en la cita. Y, al contrario, el lenguaje está completo tan sólo donde ambos pueden compenetrarse, en una cita. Y esto porque en la cita se refleja el que es el lenguaje de los ángeles, en el cual todas las palabras, sin el idílico contexto del sentido, se han convertido en lemas en el libro de la Creación.
Hubo de ser [Kraus] el desesperado el que, por su parte, descubriera en la cita una fuerza no de conservar, sino más bien de purificar, y de destruir y sacar de contexto; la única que infunde todavía la esperanza de que algunas cosas sobrevivan a este escaso espacio temporal, precisamente porque las han sacado de él.
«Si el trabajo humano –dice Loos– tan sólo está formado por la destrucción, entonces es realmente un trabajo humano, noble y natural». Durante mucho tiempo, demasiado, se ha puesto el énfasis en lo creativo. Pero tan creativo lo será solamente quien evite el encargo y el control. El trabajo encargado, controlado, cuyos modelos son el trabajo político y el técnico, solamente produce suciedad y desechos, destruye por completo el material, desgasta lo creado, criticando sus propias condiciones, y viene a ser con ello lo contrario del trabajo que hace el diletante, que disfruta creando. La obra de éste es en cambio inofensiva y pura; consume y purifica lo que es magistral.
El europeo medio no ha sido capaz de unificar su vida con la técnica, porque se aferra al fetiche de la creatividad. Es preciso haber seguido a Loos en su lucha con el dragón del ‘ornamento’, hay que haber escuchado el esperanto estelar de los personajes de Paul Scheerbart o bien hay que haber visto el ‘ángel nuevo’ de Klee, que prefiere liberar a los humanos cuando va retirándolos a hacerlos felices con sus dádivas, para detectar una humanidad que se acredita en la destrucción.
Hoy el siglo XX ya ha ido viendo cómo la rapidez de los transportes y la capacidad de los aparatos que reproducen palabra y escritura han superado las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de este umbral son radicalmente destructivas. Ante todo fomentan la técnica de la guerra y su preparación en la opinión. De este desarrollo, que es clasista, es posible decir y sostener que ha tenido lugar a las espaldas del siglo pasado, el cual no fue consciente de las energías destructivas de la técnica.
En tanto tal, la historia cultural representa un avance del conocimiento exclusivamente en apariencia, y ni siquiera representa en apariencia un auténtico avance para la dialéctica. Pues le falta el momento destructivo que garantiza lo que es la autenticidad del pensamiento dialéctico y de la experiencia del dialéctico. En efecto, la historia cultural incrementa la carga de tesoros que se van acumulando en las espaldas de la humanidad, pero no le da a ésta la fuerza de sacudirse dicha carga y alcanzar a tomarla entre sus manos.
El carácter destructivo siempre está trabajando. La naturaleza marca el ritmo, por lo menos indirectamente: dado que él necesita adelantarse. De lo contrario, es la naturaleza quien se encargará de destruir.
El carácter destructivo no percibe nada duradero. Justamente por esto va encontrando caminos por doquier. Allí donde otros chocan con enormes murallas o montañas, él descubre un camino. […] No puede saber un sólo instante qué le podrá traer el que le sigue. Él convierte en ruinas lo existente, pero no lo hace a causa de las propias ruinas, sino sólo a causa del camino que se extiende por ellas.
Eso a lo que afecta la intención alegórica queda separado por entero de las relaciones de la vida, siendo así destruido y conservado. La alegoría se aferra a las ruinas. El impulso destructivo en Baudelaire no se encuentra nunca interesado en abolir lo que se desmorona.
El impulso destructivo en Baudelaire no se encuentra nunca interesado en abolir lo que se desmorona. Esto, expresado en la alegoría, muestra su tendencia regresiva. De otro lado en cambio, y bien precisamente en su furor destructivo, la alegoría tiene parte en la expulsión de la apariencia, una que surge de todo ‘orden dado’, ya lo sea en el arte o en la vida, en cuanto es transfiguradora de la totalidad o de lo orgánico, haciendo que aparezcan soportables. Y esta es la tendencia progresiva que se contiene en la alegoría.
Contraste entre la memoria y el recuerdo: la función de la memoria consiste en proteger las impresiones; el recuerdo mira a su disolución. La memoria es conservadora esencialmente, y el recuerdo en cambio es destructivo.
Theodor Reik. Der überraschte Psychologe, Leiden, 1935, pp. 130-132. Cit. en Obra de los pasajes, K 8, 1
Al materialista histórico le es imprescindible distinguir la construcción de un contenido histórico de eso que, normalmente, se acostumbra llamar ‘reconstrucción’. La ‘reconstrucción’ en la empatía es sólo unívoca. ‘Construcción’ presupone ‘destrucción’.