No es casual que el retrato esté en el centro de la fotografía más temprana. En el culto al recuerdo de los seres queridos lejanos o difuntos tiene el valor de culto de la imagen su último refugio. En la expresión fugaz de un rostro humano en las fotografías más antiguas destella así por última vez el aura.
Obras I, 2, p. 21
La función de la memoria es la protección de las impresiones, pues el recuerdo tiende a su deterioro. La memoria es en lo esencial conservadora, mientras el recuerdo es destructivo.
Theodor Reik. Der überraschte Psychologue, Leiden, 1935, p. 132. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, p. 213
Sigmund Freud. Más allá del principio del placer, en O. C., vol. VII, Madrid, 1974, p. 2518. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, p. 214
«El devenir consciente y dejar una huella en la memoria son incompatibles totalmente para el mismo sistema». Antes bien, los restos del recuerdo son «con frecuencia fuertes y firmísimos si el incidente que los deja atrás no ha llegado nunca a la conciencia».
Sigmund Freud. Más allá del principio del placer, en O. C., vol. VII, Madrid, 1974, p. 2518. Cit. en W. Benjamin, Obras I, 2, p. 214
Articular el pasado históricamente no significa reconocerlo «tal y como ha sido» [en palabras de Ranke]. Significa apoderarse de un recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro.
Pues lo más importante para el autor que recuerda no es lo que ha vivido, sino el proceso mismo en el que se teje su recuerdo, ese largo trabajo de Penélope que es el recordar. ¿O sería mejor hablar aquí del difícil trabajo de Penélope que es el olvido?
Esa eternidad en que Proust nos inicia es aquella del tiempo entrecruzado, y no el ilimitado. Por cuanto Proust nos habla del transcurso del tiempo en su figura real, entrecruzada, esa que en ningún otro lugar viene a imperar más claramente que en lo interior, en el recuerdo, y en el envejecimiento, en lo exterior. El perseguir la combinación de envejecimiento y recuerdo significa entrar al interior del corazón del mundo proustiano, al universo del entrecruzamiento. Se trata, pues, del mundo en el estado de la semejanza, y en él imperan las ‘correspondencias’, que el romanticismo y Baudelaire fueron los primeros en captar, pero que Proust es el único en sacar a la luz en nuestra vida. Algo que es obra de la mémoire involontaire, de aquella fuerza rejuvenecedora que hace frente al envejecimiento inexorable.
El asma entró en su arte, si éste no la creó directamente. Su sintaxis imita, con su ritmo, ese miedo a ahogarse. Y su reflexión, que es siempre irónica, y al tiempo filosófica y didáctica, es la respiración con que termina la pesadilla propia del recuerdo.
La mayor parte de los recuerdos que indagamos se presentan ante nosotros como rostros, y también las figuras propias de la mémoire involontaire son, en buena parte, rostros aislados, enigmáticos.
«Nunca digas tu nombre exactamente, / siempre nombrarás a otro con él. / ¿Por qué dices tan alto tu opinión? Olvídala, pues igual da cuál sea. / No recuerdes nada durante más tiempo del que dura».
Bertolt Brecht, Gesammelte Werke, Frankfurt am Main, 1967, vol. I, p. 345. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 132 n.
Al igual que los rayos ultravioletas, el recuerdo le muestra a cada uno en el texto del libro de la vida la escritura invisible que, a la manera de una profecía, glosaba dicho texto.
El recuerdo real debe suministrar al mismo tiempo una imagen de ese que recuerda, como un buen informe arqueológico no indica tan sólo aquellas capas de las que proceden los objetos hallados, sino, sobre todo, aquellas capas que antes fue preciso atravesar.
El conjuro que intenta el coleccionista busca encerrar en un círculo mágico lo que es el objeto individual, uno que se congela en tanto que un final escalofrío (el de ser adquirido) lo recorre. [...] Coleccionar es una forma del recuerdo remitida a la praxis, y es la más terminante entre las distintas manifestaciones profanas de la ‘cercanía’.
Llevó como un trofeo doloroso [...] lo que quizá podríamos llamar espesor de recuerdos, hasta tal punto que parece estar viviendo una paramnesia continuada [...]. El poeta lleva una viva duración que los olores despiertan [...] y con la cual se confunden [...]. Esta ciudad [...] es una duración, forma inveterada de la vida; es una memoria.
Albert Thibaudet. Interieurs, París, pp. 24-27. Cit en Obra de los pasajes, J 14, 2
Si en efecto es la fantasía quien trae las correspondencias al recuerdo, es el pensamiento el que le ofrece lo que viene a ser la alegoría. Así el recuerdo hace confluir la fantasía con el pensamiento.
Es sin duda un error comprender la experiencia que se encierra en las correspondencias en calidad de mero complemento de algún experimento realizado sobre la sinestesia [...] en los laboratorios dedicados a la psicología. Para Baudelaire se trata menos de esas conocidas reacciones que tan fundamentales le parecen a la actual crítica de arte esnobista o estetizante, cuanto del mismo medio en que se dan tales reacciones. En efecto, su medio es el recuerdo, que en aquel poeta nos presenta una densidad inusual. Pues los datos sensibles correspondientes se corresponden justamente en él, al estar preñados de recuerdos que afluyen con tanta densidad que se diría que no vienen de esta vida, sino de una más amplia y anterior. A dicha vida aluden justamente las llamadas «miradas familiares» con las cuales tales experiencias están contemplando al afectado por ellas.
Lo que distingue [...] al soñador del pensador es que aquel no medita solamente una cosa; él medita su propio meditarla. Su caso es el del hombre que ha hallado la solución al gran problema, pero que, de pronto, la ha olvidado. Y ahora no sueña ya tanto la cosa, sino su pasado meditar sobre ella. De este modo, el pensar del soñador queda bajo el signo del recuerdo. Y es que el soñador y el alegórico sin duda están hechos de la misma madera.
Existe una experiencia estrictamente única de la dialéctica. La concluyente y drástica experiencia que refuta lo ‘cumplido’ del devenir y muestra todo aparente ‘desarrollo’ como vuelco dialéctico complejo es justamente el despertar del sueño. [...] El nuevo método dialéctico del historiador se nos presenta como el arte de experimentar el presente como ese mundo de la vigilia con el cual se conecta ese sueño que llamamos lo sido. ¡Atravesar lo sido en el recuerdo del sueño! De ahí que recordar y despertar sean afines del modo más estrecho. El despertar es pues especialmente aquel giro dialéctico, copernicano, de un hacer presente.
Contraste entre la memoria y el recuerdo: la función de la memoria consiste en proteger las impresiones; el recuerdo mira a su disolución. La memoria es conservadora esencialmente, y el recuerdo en cambio es destructivo.
Theodor Reik. Der überraschte Psychologe, Leiden, 1935, pp. 130-132. Cit. en Obra de los pasajes, K 8, 1