semejanza

La semejanza con la que contamos, esa que nos ocupa justamente cuando estamos despiertos, alude sólo a aquella más profunda que es la propia del mundo de los sueños; uno en el cual lo que nos sucede nunca se presenta como idéntico, sino sin duda como semejante –para sí mismo de forma incomprensible–.

Hacia la imagen de Proust

Obras II, 1, p. 320

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Esa eternidad en que Proust nos inicia es aquella del tiempo entrecruzado, y no el ilimitado. Por cuanto Proust nos habla del transcurso del tiempo en su figura real, entrecruzada, esa que en ningún otro lugar viene a imperar más claramente que en lo interior, en el recuerdo, y en el envejecimiento, en lo exterior. El perseguir la combinación de envejecimiento y recuerdo significa entrar al interior del corazón del mundo proustiano, al universo del entrecruzamiento. Se trata, pues, del mundo en el estado de la semejanza, y en él imperan las ‘correspondencias’, que el romanticismo y Baudelaire fueron los primeros en captar, pero que Proust es el único en sacar a la luz en nuestra vida. Algo que es obra de la mémoire involontaire, de aquella fuerza rejuvenecedora que hace frente al envejecimiento inexorable.

Hacia la imagen de Proust

Obras II, 1, p. 326-327

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Toda traducción sería imposible si es que su esencia última consistiera en buscar una mera semejanza con respecto al original. Pues éste cambia en su supervivencia –que no podría recibir su nombre si no fuera mudanza y renovación de algo vivo–. Las palabras escritas nunca terminan su maduración.

La tarea del traductor

Obras IV, 1, p. 12-13.

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Como la semejanza no aparece sino como un relámpago, nada es más fugaz que ella en su aspecto.

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