Por el momento los surrealistas son sin duda los únicos en haber comprendido la tarea de hoy. Y van intercambiando, de uno en uno, la colección de gestos de su mímica en la esfera de un despertador cuyo timbre, a cada minuto, atruena por espacio de sesenta segundos.
La semejanza con la que contamos, esa que nos ocupa justamente cuando estamos despiertos, alude sólo a aquella más profunda que es la propia del mundo de los sueños; uno en el cual lo que nos sucede nunca se presenta como idéntico, sino sin duda como semejante –para sí mismo de forma incomprensible–.
Para aquel que tiene una visión, por terrible que sea, el punto culminante del terror va a ser el despertar, precisamente. Y ello es así por cuanto el más acá constituye el sello de lo auténtico que cada visión lleva consigo, el más acá que encontramos de una vez, de una vez para siempre, conquistado y poblado por sus apariciones.
Todo un ‘valle de lágrimas’ se muestra a la persona que despierta.
Hipocondría. ¿Sabes lo que es eso? […] Es el miedo a quedarse ciego, a enloquecer, morir, soñar… y, en fin, sin duda, a despertar.
El relevo entre una y otra época tiene la estructura del despertar, y ello también por el hecho de venir gobernado por la astucia. Es con astucia como conseguimos liberarnos del reino de los sueños. Pero hay también un relevo falso, uno cuyo signo es la violencia.
Lo sido debe ahora transformarse en su vuelco dialéctico, irrupción como tal de la conciencia despierta. [...] Saber-aún-no-consciente de lo sido: su extración posee justamente la estructura que tiene el despertar.
Existe una experiencia estrictamente única de la dialéctica. La concluyente y drástica experiencia que refuta lo ‘cumplido’ del devenir y muestra todo aparente ‘desarrollo’ como vuelco dialéctico complejo es justamente el despertar del sueño. [...] El nuevo método dialéctico del historiador se nos presenta como el arte de experimentar el presente como ese mundo de la vigilia con el cual se conecta ese sueño que llamamos lo sido. ¡Atravesar lo sido en el recuerdo del sueño! De ahí que recordar y despertar sean afines del modo más estrecho. El despertar es pues especialmente aquel giro dialéctico, copernicano, de un hacer presente.
Mientras Aragon queda sujeto al dominio del sueño, lo que aquí ha de hallarse es la constelación del despertar. Mientras que se mantiene, en Aragon, siempre un elemento impresionista –a saber, la ‘mitología’–, aquí ha de disolverse, justamente, dentro del espacio de la historia. Algo que sólo puede suceder despertando un saber que aún no es consciente de lo sido.
¿Deberá ser el despertar la síntesis entre la tesis de la conciencia onírica y la antítesis de la conciencia en la vigilia? Así, el momento del despertar sería idéntico con el ‘ahora del reconocer’, aquel en que las cosas nos ofrecen su rostro verdadero –surrealista–. En el caso de Proust, lo relevante es introducir la vida entera en ese grado máximo, dialéctico, que se da en su punto de fractura: estrictamente, en el despertar.
Utilizar los distintos elementos que componen el sueño al despertar es, como tal, el canon de la dialéctica. Es un modelo para el pensador y es vinculante para el historiador.
Ritos de paso: así se llaman en el folklore las ceremonias que aparecen unidas a la muerte, el nacimiento, la boda o la transición a la pubertad. En la vida moderna, todas estas distintas transiciones se nos han hecho, progresivamente, menos reconocibles y vividas. Nos hemos vuelto pobres en las experiencias del umbral. Penetrar en el sueño es quizá la única que hoy queda –mas, con ello, también el despertar–.