El lenguaje tiene preferencia. Pero no solamente sobre el sentido. También sobre el yo. En el ensamble del mundo, el sueño afloja la individualidad igual que un diente hueco. Y este aflojamiento del yo en la embriaguez es, al mismo tiempo, la experiencia viva y tan fecunda que hizo salir a los surrealistas del hechizo de la embriaguez en cuanto tal. No es éste el lugar para describir la experiencia de los surrealistas en todo su alcance. Pero quien ha comprendido que los textos adscritos a este círculo no son literatura, sino otras cosas (manifestación, consigna, documento, bluff, o, si se quiere, falsificación), también ha comprendido que aquí se habla literalmente de experiencias, y no de teorías o, aún mucho menos, de fantasmas.
Hasta llegar [los surrealistas] nadie se había dado cuenta todavía de que la miseria, no sólo social, sino también miseria arquitectónica, o la miseria propia del intérieur, con las cosas esclavizadas y esclavizantes, se transforman en nihilismo revolucionario.
Ganar las fuerzas de la embriaguez para el servicio a la revolución: en torno a esto gira el surrealismo, tanto en sus libros como en sus empresas. Tal es lo más propio de su empeño.
Por el momento los surrealistas son sin duda los únicos en haber comprendido la tarea de hoy. Y van intercambiando, de uno en uno, la colección de gestos de su mímica en la esfera de un despertador cuyo timbre, a cada minuto, atruena por espacio de sesenta segundos.
El psicoanálisis descubrió hace ya tiempo el que los dibujos misteriosos son los esquematismos del trabajo del sueño. Mas los surrealistas, con esta certeza, siguen mucho menos las huellas del alma que las de las cosas. El tótem de los objetos lo buscan en la espesura de la prehistoria, y la última caricatura de ese tótem es sin duda el kitsch, esa última máscara de lo banal con que nos revestimos en el sueño y en el seno de la conversación, para acoger con ello la fuerza del mundo de las cosas desaparecidas.
El surrealismo irrumpió sobre sus fundadores como una inspiradora ola de sueños. La vida sólo parecía digna de vivirse donde el umbral que separa la vigilia del sueño había resultado destruido por pisadas de imágenes que fluyen, de vez en cuando, ahí, en masa; y, en cuanto al lenguaje, sólo parecía ser él mismo allí en donde imagen y palabra se alcanzaban a unir tan felizmente, con exactitud automática, que no quedaba resquicio ninguno al ‘sentido’. «Ganar las fuerzas de la embriaguez para la revolución», ésa era sin duda la auténtica empresa.
El surrealismo ha reaccionado con extrema violencia, que honra a Francia y a sus intelectuales, contra esa mezcla de literatura y periodismo que en Alemania está empezando a convertirse en la fórmula propia de la actividad literaria. Así ha dotado a [...] la poesía pura, que amenazaba con hundirse en lo académico, un fuerte sentido demagógico, casi incluso político. Pero además, ha recuperado la gran tradición de la literatura esotérica, que en verdad está muy lejos de ‘el arte por el arte’ y entiende y ejerce la escritura en tanto que práctica curativa secreta. El surrealismo ha comprendido la interrelación hoy existente entre diletantismo y corrupción, que conforma la base operativa sobre la que se extiende el periodismo.
Lo que siempre da el tono es lo más nuevo, mas sólo cuando emerge entre lo viejo, entre lo más pasado y habitual. [...] La moda es así lo que precede, y guarda espacio, al surrealismo.
El surrealismo nació en un pasaje. ¡Bajo el protectorado de qué musas!
El padre del surrealismo fue Dadá, y un pasaje su madre.
La poesía de los surrealistas trata directamente las palabras como nombres de empresas comerciales, y sus textos son en realidad folletos publicitarios de negocios que no abrieron sus puertas todavía. También hoy, al contrario, en los nombres de las empresas comerciales anidan aquellas mismas fantasías que parecían haberse atesorado en la lengua como términos ‘poéticos’.
¿Deberá ser el despertar la síntesis entre la tesis de la conciencia onírica y la antítesis de la conciencia en la vigilia? Así, el momento del despertar sería idéntico con el ‘ahora del reconocer’, aquel en que las cosas nos ofrecen su rostro verdadero –surrealista–. En el caso de Proust, lo relevante es introducir la vida entera en ese grado máximo, dialéctico, que se da en su punto de fractura: estrictamente, en el despertar.
Es fundamental reconocer un momento puntual del desarrollo en su calidad de encrucijada. En una de ellas se presenta ahora lo que es el nuevo pensamiento histórico, ése que viene caracterizado por una más elevada concreción, por su rescate de las épocas de decadencia, por revisar la periodización, en general como en sus detalles, y cuya futura explotación revolucionaria o reaccionaria se decide ahora justamente. Pues, en este sentido, en los escritos de los surrealistas, como en el nuevo libro publicado por Heidegger, se nos anuncia una misma crisis en sus dos posibles soluciones.