Pues lo más importante para el autor que recuerda no es lo que ha vivido, sino el proceso mismo en el que se teje su recuerdo, ese largo trabajo de Penélope que es el recordar. ¿O sería mejor hablar aquí del difícil trabajo de Penélope que es el olvido?
El objeto mismo del proceso –el auténtico héroe de ese libro increíble– es el olvido [...], cuya cualidad determinante es el olvidarse de sí mismo [...]. El olvido ha quedado convertido en la figura muda que personifica el acusado, figura de grandiosa intensidad.
Hay palabras o pausas que nos hablan de ese invisible extraño: del futuro que se las dejó aquí olvidadas.
Lo que distingue [...] al soñador del pensador es que aquel no medita solamente una cosa; él medita su propio meditarla. Su caso es el del hombre que ha hallado la solución al gran problema, pero que, de pronto, la ha olvidado. Y ahora no sueña ya tanto la cosa, sino su pasado meditar sobre ella. De este modo, el pensar del soñador queda bajo el signo del recuerdo. Y es que el soñador y el alegórico sin duda están hechos de la misma madera.
Theodor Reik. Der überraschte Psychologe, Leiden, 1935, pp. 130-132. Cit. en Obra de los pasajes, K 8, 2