La figura clave de la alegoría temprana es el cadáver. La figura clave de la alegoría tardía es en cambio la ‘rememoración’ La ‘rememoración’ es el esquema de la transformación de la mercancía en objeto de coleccionista.
Los grandes fisonomistas –los coleccionistas son fisonomistas del extenso mundo de las cosas– se vuelven adivinos del destino.
La lengua nos indica […] que la memoria no es un instrumento para conocer el pasado, sino sólo su medio. La memoria es el medio de lo vivido, como la tierra viene a ser el medio de las viejas ciudades sepultadas, y quien quiera acercarse a lo que es su pasado tiene que comportarse como un hombre que excava. Y, sobre todo, no ha de tener reparo en volver una y otra vez al mismo asunto, en irlo revolviendo y esparciendo como se revuelve y se esparce la tierra. Los ‘contenidos’ no son sino esas capas que tan sólo tras una investigación cuidadosa entregan todo aquello por lo que nos vale la pena excavar: imágenes que, separadas de su […] contexto, son joyas en los sobrios aposentos del conocimiento posterior, como quebrados torsos en la galería del coleccionista.
El conjuro que intenta el coleccionista busca encerrar en un círculo mágico lo que es el objeto individual, uno que se congela en tanto que un final escalofrío (el de ser adquirido) lo recorre. [...] Coleccionar es una forma del recuerdo remitida a la praxis, y es la más terminante entre las distintas manifestaciones profanas de la ‘cercanía’.
En lo que hace al coleccionista, y sin duda en cada uno de sus objetos, el mundo está presente y ordenado. Pero esto en relaciones soprendentes, incomprensibles sin más para el profano. Pues se encuentra, en efecto, respecto al orden y esquematización que son habituales en las cosas, más o menos como el orden dominante en una enciclopedia confrontado a un orden natural. [...] Así, tanto los datos ‘objetivos’ como por supuesto cualquier otro dato, reúnen para el verdadero coleccionista, en cada una de sus posesiones, una completa enciclopedia mágica, un orden del mundo cuyo esbozo es el destino mismo de su objeto. Con ello, en la estrechez de este terreno, es posible llegar a comprender cómo los mayores fisonomistas (y los coleccionistas son sin duda fisonomistas del mundo de las cosas) se vuelven zahoríes del destino.
La avaricia y la vejez, señala Gui Patin, siempre se encuentran bien en compañía. La necesidad de acumular [y coleccionar] es de los signos precursores de la muerte, en individuos como en sociedades.
El coleccionista actualiza concepciones arcaicas de la propiedad que aún se encuentran latentes. Dichas concepciones quizá tengan relación con el tabú, como ésta observación nos lo sugiere: «El tabú [...] es la forma primitiva de la propiedad. Primero en forma ‘sincera’ y emotiva, y luego en su condición de procedimiento legal y corriente, el ser tabú constituía un título. Apropiarse un objeto es hacerlo sagrado, temible para todo otro que sí, volviéndolo por ello, por lo tanto, su propio ‘partícipe’».
N. Guterman y H. Lefebvre. La conscience mystifiée , París, 1936, p. 228. Cit. en Obra de los pasajes, H 3 a, 6
El aspecto fisiológico del coleccionismo es muy importante. Cuando se analiza esta conducta, no hay que pasar por alto que el colectar adopta una clara y directa función biológica en la construcción de nidos de las aves. Parece incluirse una mención de ello en el Trattato sull'architettura de Vasari. Pero también parece que Pavlov se habría ocupado del coleccionismo.
Coleccionar es un fenómeno originario en el caso del estudio: el estudiante colecciona su saber.
Quizá es posible concretar así el secreto motivo que subyace al coleccionismo: abre el combate con la dispersión. Al gran coleccionista le perturba de modo por completo originario la dispersión y el caos en que se halla toda cosa en el mundo. [...] El alegórico en cambio representa el polo opuesto del coleccionista. Ha renunciado a iluminar las cosas con el empleo de la investigación de sus afinidades o su esencia. Así que las desliga de su entorno, mientras que deja [...] a su melancolía iluminar su significado. El coleccionista, por su parte, liga aquello en que ve correspondencia; así puede alcanzar una enseñanza sobre las cosas por sus afinidades o su sucesión en cuanto al tiempo. [...] En lo que atañe al coleccionista, su colección jamás está completa, y aunque le falte una sola pieza, lo coleccionado permanece como mero fragmento, como desde siempre son las cosas en cuanto hace a la alegoría.
Una forma de desorden productivo es el canon de la memoria involuntaria, como lo es del coleccionista. [...] Y, al contrario, la memoria voluntaria es un registro que otorga a cada objeto un concreto número de orden bajo el cual aquél desaparece.