Lo fundamental para el dialéctico es tener en las velas el viento de la historia. Para él pensar significa: izar las velas. Cómo se icen, eso es lo importante. Para él las palabras son sólo las velas. El cómo se icen las convierte en concepto.
La existencia de una relación objetiva entre consciencia empírica y concepto objetivo de experiencia es sin más imposible. Toda experiencia auténtica se basa en la consciencia pura epistemológica (transcendental), si este término es aún utilizable bajo la condición de despojarlo de todo cuanto tiene de subjetivo.
Una vez afianzados por la crítica los conceptos del conocimiento y el concepto de conocimiento, se puede elaborar la teoría de aquello de lo que el conocimiento, igualmente de manera crítica, ya se estableció como concepto.
El concepto de lo dogmático se refiere simplemente a la transición de la crítica a la teoría, de conceptos fundamentales generales a conceptos fundamentales particulares. Así pues, toda la filosofía es teoría del conocimiento, siendo por lo tanto teoría, teoría crítica y dogmática de todo conocimiento.
Breton nos indica en su Introduction au discours sur le peu de réalité que el realismo filosófico de la Edad Media se encuentra a la base de la experiencia poética. Dicho realismo –la fe en que los conceptos tienen existencia de modo objetivo, fuera de las cosas o bien dentro de ellas– ha pasado siempre muy rápidamente desde el reino lógico de los conceptos hasta el reino mágico de las palabras.
Para el concepto de ‘salvación’: el viento del Absoluto en las velas del concepto. (El principio del viento es lo cíclico. La posición de las velas es lo relativo).
Lo que importa en el caso del dialéctico: llevar en las velas el viento de la Historia Universal. Pensar es, para él, poner la vela. El cómo sea puesta es lo importante. Porque las palabras son sus velas. El cómo sean puestas las convierte en conceptos.