Kafka, tras cada gesto, como El Greco, nos presenta el cielo; pero igual que en El Greco –patrón de los expresionistas– sucedía, el gesto es aquí lo decisivo, el centro mismo de los acontecimientos.
Vi de repente dos bandadas de gaviotas […]. Los pájaros de la izquierda, sobre el fondo del cielo fenecido, guardaban algo de su claridad, aparecían y desaparecían a cada giro […], y parecían no dejar de tejer ante mí, con el movimiento de sus alas, una serie ininterrumpida e infinita de signos, una malla efímera y mudable, mas sin duda legible […]. Todo estaba aún por descifrar, y mi destino pendía de cada señal que las aves emitían […]. Yo era sólo el umbral sobre el que esos mensajeros innombrables cambiaban sin cesar del negro al blanco, por encima del aire.