Ya dijo Hermann Cohen en una observación ocasional sobre la idea antigua de destino que «se hace insoslayable conocer […] que son sus propios órdenes los que parecen ocasionar y provocar su misma defección». Y eso mismo sucede con la jurisdicción cuyo procedimiento se vuelve contra K. Ella nos hace retroceder de pronto, más allá de la Ley de las Doce Tablas, a un concreto pasado sobre el cual una de las victorias más audaces fue el derecho escrito. Ciertamente que aquí está el derecho como escrito en las leyes, pero permanece ahí, oculto, y, basándose en ellas, ejerce el pasado más remoto su poder de forma ilimitada.
Tras una larga vida sin encontrar descanso ni justicia, finalmente agotado por la lucha, K. yace tendido en su lecho de muerte. Por fin llega el mensajero del castillo que trae la noticia decisiva: K. no tiene derecho a vivir en el pueblo, pero, atendiendo a ciertas circunstancias, se le va a permitir en adelante el residir y trabajar aquí. Y, entonces, fallece.