Esa problemática construcción propia de la filosofía de la religión que se viene aplicando a los textos de Kafka ha hecho de la montaña del castillo finalmente la sede de la gracia. Pues bien, el hecho de que dichos libros hayan quedado así inacabados, es la auténtica obra de la gracia en ellos. Así también el hecho de que la ley no se manifieste en ningún pasaje de los textos de Kafka es plasmación de la gracia en el fragmento.
Tras una larga vida sin encontrar descanso ni justicia, finalmente agotado por la lucha, K. yace tendido en su lecho de muerte. Por fin llega el mensajero del castillo que trae la noticia decisiva: K. no tiene derecho a vivir en el pueblo, pero, atendiendo a ciertas circunstancias, se le va a permitir en adelante el residir y trabajar aquí. Y, entonces, fallece.