El ‘orden moral del mundo’ no queda restablecido [en la tragedia], sino que, en su seno, el hombre moral quiere enderezarse, todavía mudo e infantil (y como tal se le llama ‘héroe’), en el temblor del mundo atormentado. La paradoja que constituye el nacimiento del genio en el silencio moral, en la que aún es infantilidad moral, es pues lo sublime en la tragedia. Probablemente ésa sea la razón de lo sublime en tanto tal, donde el genio aparece antes que Dios.
Lo en verdad revolucionario no es la propaganda ideológica que aquí y allá nos incita a acciones claramente irrealizables y se deshace a la primera reflexión, al salir del teatro. Lo en verdad revolucionario es la señal secreta de lo venidero que se expresa en el gesto de la infancia.
Cuando el impulso de jugar repentinamente invade a un adulto, esto no significa recaída en la infancia. Por supuesto jugar siempre supone una liberación. Al jugar los niños, rodeados de un mundo de gigantes, crean uno pequeño que es el adecuado para ellos; en cambio el adulto, rodeado por la amenaza de lo real, le quita horror al mundo haciendo de él una copia reducida.
El sueño de la lejanía pertenece a la infancia. El viajero ha visto lo lejano, pero en cambio ha perdido lo que era la fe en la lejanía.
Tarea de la infancia: traer el nuevo mundo al espacio simbólico. No hay antítesis que sea más estéril que la que algunos pensadores reaccionarios [...] quieren constantemente establecer entre el espacio simbólico de la naturaleza y el correspondiente de la técnica. A cualquier nueva configuración de la naturaleza –y la técnica en el fondo está entre ellas– le corresponden también nuevas ‘imágenes’.