Las autocontradicciones son lo último que hubiera podido confundir a Gide. «Iba hasta el final –nos dice él mismo– en cada una de las direcciones que tomaba, para ir así a continuación, con decisión igual, en dirección contraria». Esta absoluta negación de todo compromiso con el término medio, esta adhesión a los extremos, es una dialéctica, pero no como método del intelecto: como hálito vital, como pasión. El mundo, en los extremos, todavía está completo y sano; pues todavía es naturaleza.
El malestar del reformador es el de un desequilibrio interno. Las densidades, posiciones y valores morales se le proponen en contradicción; el reformador se esfuerza en conciliarlos: y eso porque aspira a un nuevo equilibrio. Su obra no será sino un intento para conseguir reorganizar, de acuerdo con su razón y con su lógica, el desorden que siente dentro de sí mismo. Una acción en la que yo no reconozca todas las contradicciones que hay en mí, sin duda me traiciona.
André Gide. Dostoievsky. París, 1930, pp. 265-266. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 413
«Lo más importante al aprender una lengua no es qué lengua se aprende, sino abandonar la lengua propia. Entonces la comprendes de verdad».