El materialista histórico no puede en ningún caso renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que en él el tiempo se halla en equilibrio e incluso ha llegado a detenerse. El historicismo nos plantea la imagen ‘eterna’ del pasado; el materialista histórico nos muestra una experiencia única con éste. Deja a los demás que se desgasten con la puta ‘Érase una vez’ en el burdel del historicismo y permanece dueño de sus fuerzas: bastante hombre para hacer saltar lo que es el continuo de la historia.
El malestar del reformador es el de un desequilibrio interno. Las densidades, posiciones y valores morales se le proponen en contradicción; el reformador se esfuerza en conciliarlos: y eso porque aspira a un nuevo equilibrio. Su obra no será sino un intento para conseguir reorganizar, de acuerdo con su razón y con su lógica, el desorden que siente dentro de sí mismo. Una acción en la que yo no reconozca todas las contradicciones que hay en mí, sin duda me traiciona.
André Gide. Dostoievsky. París, 1930, pp. 265-266. Cit. en W. Benjamin, Obras II, 2, p. 413