El reprimir la naturaleza en un marco de pálidas imágenes es sin duda el deseo del que sueña. Hechizarlas, llamándolas de nuevo, ése es el talento del poeta.
El agudo grito de pavor, el que produce el pánico, viene a ser el reverso de las fiestas de masas. En efecto, el ligero escalofrío que recorre los hombros lo desea. Pues para la existencia profunda e inconsciente de la masa, las fiestas y los fuegos son un juego que le ayuda sin duda a prepararse para el instante exacto en que se va a hacer mayor de edad, a la hora en que el pánico y la fiesta, cual dos hermanos que se reconocen tras estar separados mucho tiempo, se abrazan finalmente; en el momento de la revolución.
La mera posición contemplativa ante a la obra de arte se irá transformando lentamente en una posición de deseo ante el gran almacén [y la mercancía].
En cuanto muere su valor de uso las cosas alienadas se vacían, asumiendo después en ese hueco lo que son unos nuevos significados cifrados. La subjetividad se hace con ellas, cargándolas de impulsos de deseo y de miedo. Reapareciendo así las cosas muertas en tanto imágenes de impulsos subjetivos, aquéllas se nos muestran desvanecidas en lo inmemorial y, por lo tanto, eternas. Las imágenes dialécticas son constelaciones que se forman entre aquellas cosas alienadas y los nuevos significados asumidos, interrumpidas de pronto en el instante de la indiferencia entre su muerte y su significación.