Engels se opone a dos distintas cosas: de un lado, a la costumbre de presentar en la historia del espíritu lo que es un dogma nuevo como el verdadero ‘desarrollo’ de un dogma anterior, una escuela poética calificada como ‘reacción’ frente a otra escuela poética anterior, un estilo nuevo como ‘superación’ en cuanto tal de un estilo anterior, que le precede; pero, implícitamente, Engels se opone al tiempo a la costumbre de presentar esas figuras nuevas al margen del efecto que ellas causan sobre los seres humanos y del que es su proceso productivo.
Resulta que ahí también los superiores se encuentran sin ley hasta tal punto que aparecen en el nivel de los inferiores; y así, careciendo de paredes, creaturas de los más distintos órdenes se van entremezclando, siendo secretamente solidarias en el único y común sentimiento de miedo. Mas el suyo es un miedo que no es reacción, sino que es órgano. De este modo, se puede precisar qué sentimiento agudo e infalible los atenaza en cada momento. Pero antes que sea reconocible su objeto, la curiosa duplicidad de dicho órgano da mucho que pensar. Este miedo [...] es, al mismo tiempo [...] miedo a lo más antiguo, inmemorial, y a lo más cercano e inmediato. Dicho en pocas palabras: es el miedo a la culpa desconocida pero también a la expiación, uno cuya sola bendición es que nos da a conocer la culpa.