La superación creativa de la iluminación religiosa sin duda no se encuentra en los estupefacientes, sino en una específica iluminación profana, en una inspiración materialista.
Tanto el lector como el pensador, el esperanzado y el flâneur, son todos tipos del iluminado, como lo son el que consume opio, y el soñador, y el embriagado. Y ellos son, además, los más profanos. Por no hablar de la más terrible de las drogas –la más terrible, a saber, nosotros mismos–, que consumimos en nuestra soledad.
La alegoría, ese género esencialmente espiritual que los malos pintores nos han acostumbrado a despreciar, pero que es desde luego una de las formas primitivas y más naturales de la poesía, recobra su legítimo dominio en la inteligencia que ilumina la embriaguez.
Charles Baudelaire. Les paradis artificiels, París, 1917, p. 73. Cit. en Obra de los pasajes, H 2, 1